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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Opinión

Miseria de la batalla de ideas

Nueva 'ofensiva revolucionaria': ¿Otra vez 1968?

La grotesca ofensiva ideológica bautizada como "batalla de ideas" ha venido a engrosar en los cinco últimos años el ya abultado expediente del kitsch comunista cubano. Gracias a la torpeza de una parte de la comunidad cubana de Miami, Castro encontró a fines de 2000, en el lamentable incidente de Elián González, una excelente oportunidad para movilizar a la apática y agobiada población de la Isla en unas "tribunas abiertas de la Revolución" donde todos no hacían más que repetir, con más o menos elocuencia, las mismas estupideces.

Tuvimos entonces otra ocasión de presenciar la inmensa broma macabra de que habla Kundera: la vida convertida en un teatro de marionetas movidas por los hilos invisibles del Máximo Líder. Horror y risa causó ver a niños de cinco años recitando estentóreamente poemas patrióticos para después cumplir el "sueño de sus vidas": darle un beso a "nuestro querido, e invicto, e intachable Comandante en Jefe".

El afán de originalidad en medio del vértigo de la repetición hizo que se buscaran nuevas formas para los mismos contenidos. Se hicieron "poesías" en las que se habló del "pequeño capitán de la tristeza" (Elián) y de la crueldad de la "loba feroz" (Ileana Ross-Lehtinen), canciones en que se instó al niño balsero a rechazar "las lucecitas falsas" que lo engañaban en la norteña sociedad de consumo. Se recordó, en fin, que los cubanos vivimos en el paraíso y que nuestro deber es cantarlo, expresar nuestra alegría y nuestro agradecimiento.

Aunque el gobierno, siempre dispuesto a no escatimar recursos para fines propagandísticos, declaró que habría tribunas cada día hasta tanto Elián no fuera devuelto a su país, llegó un momento en que la diaria movilización de grandes cantidades de personas resultó insostenible; se decidió entonces dejar las tribunas masivas para los fines de semana y realizar el resto de las jornadas la "tribuna abierta en mesa redonda", programa televisado en el que un selecto grupo de periodistas, tan abyectos como mediocres, se dedican a comentar, entre otras cosas de escaso interés, las propias tribunas abiertas y marchas populares efectuadas en el marco de la "batalla".

De la calle a la mesa

Así es que el 14 de junio de 2001 pudimos ver una "mesa redonda" sobre el impacto de la marcha de niños realizada el día anterior bajo la consigna "Abajo el abuso, liberen a Elián". Se elogió allí la "profundidad de ideas de nuestros niños", su "espíritu combativo", su elocuencia, su espontaneidad. Se dijo, no sin razón, que en ningún país más que en Cuba se podría realizar una manifestación así, "donde el orgullo nacional se multiplicó". Se comentó la eficiencia de la transportación, del servicio prestado por los médicos de familia, de los meteorólogos que previeron las condiciones del tiempo. Se destacó, sobre todo, el poder de convocatoria de "la amorosa carta del compañero Fidel".

Día tras día se hacía historia. Antes de efectuarse, ya la tribuna o la marcha era "histórica". No sólo ella, sino también su retrasmisión al día siguiente era noticia titular en el Noticiero Nacional de Televisión. Devuelto Elián, quedó la "tribuna abierta" con su curiosa modalidad en "mesa redonda" y apareció, como por arte de magia, una nueva causa antiimperialista: la de los "cinco héroes prisioneros del imperio".

Aunque los espías habían sido detenidos en Estados Unidos más de dos años antes de llegar Elián a ese país, es sólo después de la campaña nacionalista desplegada a propósito que el gobierno de Cuba decide hacer pública su existencia, con el ridículo argumento de que hacerlo antes hubiera comprometido su seguridad. ¿Cómo, nos preguntamos, si ya los espías habían sido descubiertos y se encontraban en prisión? ¡Quién busque transparencia en la esfera pública, ahí la tiene!

Con una calculada combinación de oratoria política y espectáculo artístico, que vagamente recuerda a la Rumanía de Ceaucescu, las tribunas abiertas para "exigir la liberación de nuestros cinco héroes prisioneros del imperio" se celebraban cada sábado en distintos municipios del país hasta que desparecieron imperceptiblemente, not with a gong but with a whisper, en algún momento de 2005.

Situada en un horario estelar —antes ocupado, entre otros programas, por las tradicionales "aventuras", ahora relegadas a Tele Rebelde—, la mesa redonda, en cambio, sigue siendo hasta hoy una de las principales tribunas de la ideología y las determinaciones del Estado cubano.

Comentaristas privilegiados de la situación nacional e internacional, los periodistas de la singular mesa "informativa" presentan un mundo y un país virtuales. En ese mundo no han existido los genocidios de Sadam Hussein ni de Milosevic, el actual gobierno socialista de España no es verdaderamente de izquierdas y la Unión Europea no alcanza a tener, en relación con Cuba, una política "independiente" de Estados Unidos. En ese país todo el que disienta en lo más mínimo del gobierno recibe dinero de la CIA, y las largas colas que se formaron para cambiar los dólares en CUC (pesos cubanos convertibles), cuando el régimen anunció que impondría un impuesto, fueron un signo de la excelente acogida de la población a una medida que fortalecía nuestra moneda nacional en su querella contra el dólar.

Política de la provisionalidad

Más allá de mesas, marchas y tribunas, la "batalla de ideas" continúa con nuevos programas, como el de los trabajadores sociales y el de la universalización de la enseñanza. Los trabajadores sociales son jóvenes egresados de la enseñanza media que por su bajo rendimiento académico no alcanzaron la universidad y se encontraban en la calle en situación "predelincuencial". Eliminar ese foco de "potencial criminalidad" y aprovecharlo para fortalecer el régimen, es el verdadero doble objetivo del programa ideado por el Comandante.

Graduados como trabajadores sociales, después de pasar un curso de dos semestres en Cojímar, los jóvenes supuestamente contribuyen a resolver los problemas cotidianos de la gente; de hecho, son instrumentos que el Gran Líder ha colocado en los barrios, visto el escaso poder de convocatoria con que cuentan hoy Comités de Defensa de la Revolución.

Por otro lado, la universalización de la universidad ha tenido dos variantes fundamentales en su propósito de llevar la educación superior más allá del recinto tradicional: la "Universidad para todos", cursos televisados sobre materias tan variopintas como Técnicas Narrativas, Italiano, Ortografía, Astronomía y Ajedrez; y la llamada municipalización de la universidad, menos provechosa aún.

Se trata de crear sedes universitarias en todos los municipios del país, donde, luego de la jornada laboral, puedan superarse los trabajadores sociales, los "maestros emergentes" (lamentables productos de otro programa de la revolución destinado a paliar el déficit de maestros primarios) y los "cuadros" de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Las carreras "municipalizadas" son, como era de esperarse, casi todas de humanidades —Comunicación Social, Psicología, Historia, un engendro llamado Estudios Socioculturales—, lo cual forma parte de un giro humanista inverso al que hubo cuando en la etapa de máxima dependencia de la Unión Soviética se crearon en todas las provincias del país los Institutos Preuniversitarios Vocacionales de Ciencias Exactas.

No deja de ser significativo, a propósito, que desde hace algunos años la Historia de Cuba haya sustituido a la Física como asignatura obligatoria en las pruebas de ingreso a la universidad para los estudiantes que opten por carreras de ciencias. Y la última nueva en este apartado es que ya no va a ser necesario someterse a exámenes para entrar a Medicina, donde los profesores tienen cada vez menos libertad para desaprobar a los alumnos. Todo ello es, qué duda cabe, parte orgánica de una batalla donde las ideas ocultan a duras penas intereses mucho menos platónicos.

Similitudes con marzo de 1968

Aunque la cacareada batalla toma como referencia una muy conocida frase del Apóstol, su verdadero linaje no es martiano sino, a todas luces, maoísta. Como la Revolución Cultural china, responde con estratégica grandilocuencia a la persistente crisis económica y a las desavenencias en la cúpula del poder. Pero no es hasta su última fase, iniciada con el discurso de Fidel Castro el 8 de marzo de 2005, que comienza a afectar de manera más directa a toda la población de la Isla.

Estamos en presencia de una nueva "ofensiva revolucionaria" que tiene, por cierto, algunas similitudes con la que en marzo de 1968, dos meses después del llamado proceso del "sectarismo", nacionalizó los pequeños negocios particulares que aún existían en la Isla.

Por un lado, Castro se deshacía de los comunistas ortodoxos procedentes del Partido Socialista Popular, denunciándolos como "una corriente francamente reformista, reaccionaria y conservadora" y dándole a la revolución un rumbo marcadamente anti-estalinista. Por el otro, adoptaba un radicalismo anticapitalista sustentado —en la línea guevarista— en la crítica del dinero y la apología de los estímulos morales. El elogio filofascista de la voluntad que inspiraba todo aquello se tradujo en dos campañas célebres y fallidas: el Cordón de La Habana y la Zafra de los Diez Millones.

Claro que en aquellos tiempos el régimen contaba con un poder de convocatoria que hoy, en franca decadencia, ni remotamente posee. De ahí que si entonces una gran parte de la población podía ser movilizada —voluntaria u obligatoriamente—, ahora la gente vive en gran medida al margen de la propaganda del Estado.

Nunca como hoy es tanta la distancia entre la Cuba de la prensa oficial y la Cuba real —que es esta la verdadera dicotomía, pues aquella, origenista e idealista, de la Cuba secreta y la aparente, no es sino una mistificación que el nacionalismo postcomunista no ha dudado en aprovechar.

Quien camine por una acera habanera en el horario estelar de la "mesa redonda" podrá oír más el talk show de Cristina Saralegui o el de Laura Bozzo, trasmitidos por las cadenas de televisión de Miami, que la reiterativa monserga de los periodistas oficialistas. Y es justo eso, los márgenes de libertad que gracias a la despenalización del dólar permitieron en los años noventa adquirir una videocasetera y proliferar los bancos clandestinos de cintas, lo que esta última fase de la susodicha batalla se propone eliminar.

Cero capitalismo

El 13 de marzo de 1968, en su sonado discurso de la escalinata de la Universidad de La Habana, Castro afirmó: "no haremos jamás una conciencia socialista, y mucho menos una conciencia comunista, con mentalidad de bodegueros (…) No llegaremos al comunismo por los caminos del capitalismo, porque por los caminos del capitalismo nadie llegará jamás al comunismo".

Ahora declara que "nos equivocamos" si creímos que con métodos capitalistas se construye el socialismo. Entonces declaró la guerra a los dueños de bares y de puestos de fritas; ahora, a los "nuevos ricos". La "desburocratización" en 1968; ahora, la "lucha contra la corrupción". Entonces, la crítica del dinero; ahora, la determinación de desvalorizar el dólar frente al peso cubano, que tiene como horizonte eliminarlo. Entonces, el énfasis en la conciencia y los estímulos morales; ahora, el llamado de Pérez Roque a la "austeridad moral" y el ejemplo de los dirigentes.

Con su crítica del individualismo y el consumismo que separa a los jóvenes de la revolución, el ministro retoma —en su discurso del 26 de diciembre de 2005, después de tres lustros de comunismo "suave"— el espíritu de aquella "ofensiva revolucionaria" que predicaba, en palabras del Comandante, que no "se forma un hombre comunista incitando la ambición del hombre, el individualismo del hombre, las apetencias individuales del hombre".

Al dejar claro que en la nueva etapa de construcción del socialismo en Cuba el colectivismo y la centralización no dejarían espacio alguno a la iniciativa y la propiedad privada, Pérez Roque no hizo más que decir, como Castro en 1968, que "no tendrán porvenir en este país ni el comercio, ni el trabajo por cuenta propia, ni la industria privada, ni nada".

Sabiéndose, gracias a su alianza con Chávez, más fuerte que en años anteriores, el gobierno cubano se propone eliminar la relativa liberalización a la que en la década de los años noventa recurrió como último recurso de sobrevivencia ante la orfandad económica en que lo dejó la pérdida de los subsidios provenientes de la Unión Soviética.

La política es clara: hacer la guerra a los cuentapropistas y a todos aquellos "nuevos ricos" que viven al margen del Estado, acabar con las ilegalidades y el mercado negro, reducir todo lo posible el poder adquisitivo de la moneda extranjera.

Cerrar, en resumen, los pequeños espacios de libertad y desahogo que significan un potencial de independencia del individuo, fortalecer el Estado para regresar al clientelismo absoluto de antes del "período especial".

Nuevamente marxistas

Significativamente, el discurso del 8 de marzo de 2005, en el que Castro prometió a las mujeres cubanas la olla arrocera, fue celebrado por la prensa oficialista como la declaración del fin de ese período. "Lo que hizo un discurso trascendental de aquellas cinco horas de amena conversación de Fidel con el pueblo, es saber que se cierra una dura etapa —económica, social y hasta sentimentalmente— y retomamos el sendero —nunca abandonado pero, sin dudas, escamoteado por el período especial— hacia una sociedad de cada vez mayor equidad". (Marina Menéndez, "La noticia no es sólo la olla…", Juventud Rebelde, 10 de marzo de 2005).

Y si retomamos el sendero que la caída del Muro de Berlín nos escamoteó, es lógico que se recobre también su ideología rectora. Así es que, después de muchos años, al final de la comparecencia de Castro el 24 de marzo de 2005, en el Palacio de las Convenciones pudo oírse la letra y la música de La Internacional. Ese mismo día, y en intervenciones posteriores, el Comandante afirmó la vigencia de las ideas de Marx, Engels y Lenin. Resulta que de nuevo somos marxistas. Finiquitados los tiempos oscuros del período especial, época de apagones y extravíos, vuelve el rojo. Y vuelve con promesas de comida y electricidad.

Tan significativo como la vuelta al himno comunista, es que ese pasado 8 de marzo Castro se refiriera a la libreta de racionamiento y prometiera aumentos en la cuota. Hasta entonces, el Comandante y sus adláteres no tocaban el tema de la alimentación. Sencillamente se suponía que la "canasta básica" era austera, pero suficiente.

En la mesa redonda llegó a afirmarse, en ocasión de un aumento de precios en las tiendas por dólares, que la medida no afectaba a la mayoría de la población, toda vez que los artículos de primera necesidad estaban garantizados y a aquellas tiendas se acudía a comprar cosas de lujo. ¡Cómo si los cubanos fueran a las shopping a comprar no el aceite y el jabón, sino copas de bacará y perfumes Dior!

Ciertamente, hubiera sido ridículo aplaudir en la mesa, como una "conquista de la revolución", un aumento en la cuota mensual del número de libras de arroz por persona, de cinco a siete. O en el número de huevos. Para conquistas está la medicina y la educación gratuita; para la propaganda, la solidaridad de los médicos cubanos y los nuevos programas de la revolución. Al fin y al cabo, la batalla es de ideas.

Si Castro tocó el tema de la comida fue porque se dio cuenta de que necesitaba promesas concretas que de alguna manera entusiasmaran a la gente. La olla arrocera llegaba como heraldo de la buena nueva: pronto habría tal abundancia que la libreta podría ser eliminada.

Nada de ello ocurrió, desde luego. Las toneladas de alimentos traídas de Venezuela que venderían por la libre aún no se han visto. La olla arrocera, motivo de chistes que ruedan de boca en boca, es ahora que comienza a ser distribuida en La Habana. Todo hay que comprarlo en el mercado negro o en las tiendas en divisas, con precios leoninos, propios de un verdadero monopolio comercial.

Brecha irreversible

Los apagones, que dijo se acabarían en unos meses, continúan. El sueño de volver al statu quo de los años ochenta, época de leche por la libre y movilizaciones, de menos hambre y más guardias de comité, está condenado al fracaso. La brecha abierta en el muro castrista es irreversible.

La nostalgia del Comandante por los tiempos heroicos de los primeros sesenta no manifiesta sino su propia decadencia y la del régimen. La revolución energética con que dio nombre a este año, no es sino un patético e infructuoso intento de recobrar el espíritu de aquellos tiempos de la educación, la industria y el esfuerzo decisivo, en que se creyó que el desarrollo, como la felicidad, podría conquistarse por decreto.

En medio del último ciclón, el anciano dictador rememora el paso del Flora y demora la intervención del meteorólogo para hablar de la Península de Zapata, que fue, como se sabe, el primer lugar donde se puso en práctica el programa desarrollista de la revolución. Y aunque nadie se atreve a interrumpirlo y les hace pasar un apuro merecido a los periodistas de la mesa redonda, es ostensible la patética ridiculez de Castro, que ellos mismos advierten con un miedo que no alcanzan a disimular del todo.

El poder, dice Foucault en algún lugar, es como un cuchillo: si lo coges por el mando, corta; pero si lo coges por el filo, te corta. Así, a los cubanos no les ha sido difícil darse cuenta, viendo las primeras emisiones de la mesa redonda, que, contra lo afirmado por la misma, la gente en Estados Unidos manifiesta libremente su opinión. Que hasta en el "libelo de la mafia" ( El Nuevo Herald) se polemizaba sobre el caso de Elián González, mientras que en la propia mesa, creada supuestamente para debatir cuestiones fundamentales, no se recuerda un solo debate: todos están de acuerdo sobre todo.

Es evidente que, por suerte, apenas hay ya fanáticos. Los intereses materiales, y no las ideas, rigen la vida de cada uno. Al tiempo que predica la conciencia moral, el Comandante le regala un rolex a sus "guardias rojos". La intervención de estos en los CUPET (gasolineras) provoca un aumento de la gasolina en el mercado negro, que lógicamente condiciona un aumento del precio del pasaje en los taxis particulares, con licencia o sin ella.

Después de llegar a la casa, cansados y hambrientos, pocos cubanos de a pie prenden el televisor para ver la mesa redonda. Mientras más comparece en público, al gobernante se le observa con el morbo que provoca un monstruo de feria, tan legendario como espantoso. ¿Qué tan demacrado luce en relación con la anterior aparición? ¿Qué tan delirante está? ¿Cuánta delgadez esconde el uniforme verde olivo? ¿Se desmayará hoy?

© cubaencuentro

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