Nombre, Tradición, Influencias
Nombres
Esa carga leve y sonora que llevamos a cuestas toda la vida, a menudo es reflejo de la época en que ocurre el nacimiento
¿What's in a name?
Romeo and Juliet. William Shakespeare.
Yo los lunes me llamaba Nicanor.
“Los lunes me llamo Nicanor”. Gastón Baquero.
Esa carga leve y sonora que llevamos a cuestas toda la vida es el primer precepto que se nos impone.
Usualmente se toma del santoral católico, aunque a menudo es reflejo de la época en que ocurre el nacimiento.
Es curioso notar que entre los negros de Cuba nunca existió la costumbre de usar nombres africanos.
La historia no registra ningún caso de protesta o rebelión idiomática racial. Durante la esclavitud, debido al veto de los amos o de la Iglesia; luego, por la asimilación de ese grupo étnico a la cultura y tradición imperantes. Y en cuanto a nuestros aborígenes, de Guarina y de Hatuey solo se acordaban los fabricantes de helados, cervezas y otros productos comerciales.
A comienzos del siglo XX muchos cubanos bautizaron a sus hijos inspirados en el fervor de la recién obtenida independencia. Abundaron entonces las Patrias y las Yaras.
La influencia norteamericana se evidencio en los Oscares, las Vivians y las Georgias. Y llegó más tarde al colmo de la cursilería en las Miladys.
En los primeros años de la revolución castrista, los Igores, los Dimitris, los Ivanes, los Paveles y hasta los Lenines hicieron ola en la marea del furor marxista. También los Camilos. Y, por supuesto, ese otro innombrable que como un estigma se apresuran a desechar los que logran salir del país donde está prohibido repudiarlo.
Con el tiempo, se propagó una rebelión contra todo lo convencional. Al principio, tímida e inocente, combinando los nombres de los progenitores del vástago y otras extrañas ecuaciones. Después, los que agregando letras a diestra y siniestra de la “y”, nombraron a sus hijos con anagramas exóticos, sin tendencias ni banderas reconocibles. Merece mención aparte el que en un derroche de originalidad, quiso honrar al núcleo familiar completo con una invención genial: Yotuel.
Y cuando llegó el desencanto, algunos, los más osados, se atrevieron a solapados desafíos contrarrevolucionarios poniéndole al hijo Usnavy.
Por mi parte, yo llevo con resignación el mío: ordinario, simple, inofensivo; el que es como un breve y apagado grito, casi un ladrido en ciernes. El tantas veces vilipendiado. El charrasqueado. El sin miedo. El de los palotes. Pero no me quejo, que monosílabo es, y como yo, escueto.
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