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Literatura

«Nunca he sido un escritor de izquierdas»

Entrevista con Alberto Lauro, Premio Odisea de literatura gay por la novela 'En brazos de Caín'.

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El exilio es un país agreste, inverosímil, la otra frontera después de la nostalgia. Eso creo, mientras miro a la calle una mañana de lluvia en Madrid, y pienso en los laureles de la Carretera Central, en los laureles de los parques de La Víbora, en los laureles de Río Cristal, y pienso en la Isla como un bosque de laureles.

Recién terminé la lectura de En brazos de Caín, la novela ganadora del VI Premio Odisea de literatura gay y pienso que Alberto Lauro, su autor, sabe que el exilio es un país agreste, inverosímil, repleto de dudas e incertidumbres. Sin embargo, hay una parte de su persona que aún vive en La Habana y, esa tarde, la tarde de ayer, la última tarde, él camina por las aceras del Vedado hacia la casa remota, ficcionada, de Dulce María Loynaz, donde ella le ofrece de merienda el tamaño inmenso de su soledad; por las calles angostas de La Habana, como si delante suyo otros nombres y otras épocas le trazaran la ruta misteriosa de todos los puertos; o en Trocadero lo esperase María Luisa, la esposa del Poeta, tan necesitada de consuelo en estos días.

Eso pienso, mientras miro a la calle y recuerdo los laureles de la Isla, sus boliches rojos, pulposos, y aguardo por la visita de Alberto Lauro al mediodía, puntual y obsequioso como "éramos antes los cubanos", y sobre el mapa que cuelga en la pared, se dibujan los rastros vagos de una isla que ya no está, o al menos no en la imagen que Alberto Lauro la recuerda.

Hay en sus ademanes, una actitud comedida (decente, diría mi abuela), que parece negar los gritos en las calles, las marchas triunfantes de los aniversarios, las fiestas de miseria, música y alcoholes baratos que retratan la visión de una Cuba revolucionaria y proletaria. Alberto Lauro llegó tarde al mundo. En alguna fotografía del grupo Orígenes debió llamar la atención ese muchacho de ojos verdes, infantiles, que miraba provocador a la cámara, ése, al lado de Eliseo.

Pero en verdad, Alberto Lauro Pino Escalante nació en Holguín, en 1959, y desde 1993 pervive en España, con todos los riesgos de la soledad, la literatura y los amores contrariados, efímeros, felices, como si la vida a ratos le cruzara las cartas en contra y con el poeta turco Nazim Hikmet y casi todos, tuviera que admitir frente al espejo de todas las mañanas: "duro oficio el exilio". Y en su currículo, la incertidumbre ante el después, los más diversos empleos, los grandes anhelos pospuestos van dejando huellas de agua, rastros de lágrimas, manchas de tinta.

Me mira, y no sé de dónde encuentra la fuerza para oponerse tan bien a las contingencias. Y se lo pregunto.

¿Cómo haces para vivir con los miedos?

"Yo no tengo miedos. Y es quizás esa ausencia de miedo lo que me permite enfrentarme a la vida, sobrevivir sin renuncias, sortear mis propios desafíos".

Y sonríe, toma un sorbo de una cerveza que compartimos a seis manos y tres bocas en el salón pobrísimo de mi casa de alquiler y me obliga a creerle. "Perdí el miedo de niño, una vez que mi abuelo me enseñó el lugar donde se escondía un hombre que planeaba matar a Fidel Castro". Y el verde de sus ojos desaparece en el ámbar acuoso de la bebida. "Yo soy un temerario, admite, aunque no un transgresor, por ejemplo, como Reinaldo Arenas".


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