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Cuba, Francia, Castro

Apagón moral en la Ciudad Luz

Raúl Castro y su comitiva ni siquiera saben comportarse en París

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Así como Roma se conoce como la “ciudad eterna”, París es la ville lumière, la “ciudad luz”. No por su iluminación, sino por faro de la humanidad.

Aunque en estos días haya sufrido un apagón moral, al rendirle honores bajo el Arco de Triunfo al tirano Raúl Castro, como parte de una visita de Estado a Francia los días 1 y 2 de febrero. Al menos queda el consuelo de que no se llegó al extremo de condecorar con la Legión de Honor al nada distinguido visitante.

No nos engañemos: cuando los intereses de los países están en juego, los principios políticos y morales se guardan para otra ocasión, si acaso apareciese esa otra ocasión: así hacen en París y en La Habana, pero también en Washington, Bruselas, Moscú, Beijing, el Vaticano o la Cochinchina. Puede parecer cínico. Y lo es. A eso se le llama realpolitik.

No es nada personal: solamente intereses y negocios. Si hay que rendirle pleitesía a cualquiera de los hermanos Castro en La Habana o en el extranjero, lo mismo lo hacen tres Papas que monarcas, presidentes y primeros ministros europeos, asiáticos, árabes, africanos, caribeños y latinoamericanos. Y está esperando el momento propicio antes de terminar su mandato el presidente de Estados Unidos Barack Obama, aparentemente convencido de que su “legado” requiere visitar La Habana y realizar una inclinación ante los Castro quizás más angulosa que la efectuada frente al monarca saudita.

Por tanto, pretender crucificar al presidente François Hollande por su recibimiento y honores en París al general sin batallas no pasaría de pataleo de ahorcados. En última instancia, monsieur le président, que ocupa ese cargo por voluntad de la mayoría de los votantes franceses en elecciones democráticas, obligado a velar por los intereses de su país y no por los de los exiliados que comparten café y croquetas en el Versailles (el de la Calle Ocho, no el del Patrimonio de la Humanidad francés), estaba devolviendo a Raúl Castro la acogida en La Habana durante el mes de mayo del año pasado.

Puro protocolo solamente. Ese mismo protocolo que hizo que le président llamara la atención directamente al “cangrejo” Raúl Guillermo Rodríguez Castro, nieto del general de la espada virgen y escolta personal de su abuelito, en la entrada del Palacio del Elíseo (no del “Eliseo”, por favor, como han dicho algunos ignorantes) por encimarse demasiado sobre el protegido, interfiriendo el ceremonial. El señalado, confundido por el regaño, trató de colocarse entonces entre dos guardias de honor franceses antes de darse cuenta que continuaba metiendo la pata cada vez más, hasta finalmente alejarse un poco más discretamente. ¡Ay Dios mío, estas cosas no pasan en el Tercer Mundo ni en Moscú!

La posición de Francia es clara: quiere encabezar a Europa en la Isla antes que lleguen “les américaines”. Convencidos tal vez de que el pastel cubano podría engordar los intereses europeos en la Isla. Y, por otra parte, razonando lógicamente, París y Europa tienen derecho a preguntarse que, si al fin y al cabo Estados Unidos, el más golpeado por la “revolución” de los Castro, está mirando hacia otro lado y olvidando propiedades confiscadas sin compensación, violaciones de derechos humanos en Cuba, hostilidad y absoluta animadversión de La Habana por más de medio siglo contra “los yanquis”, y otorga concesión tras concesión al régimen sin pedirle nada a cambio, ¿cuál sería la razón para enarbolar ahora una cruzada moral e ideológica contra los dictadores habaneros, si en cualquier momento un presidente de EEUU caminaría por la Plaza de la Revolución o La Habana Vieja? O tal vez incluso visitaría Punto Cero.

Es cierto que el Club de París acaba de condonar gran parte de la deuda cubana y se le han otorgado a la Isla facilidades para el pago de lo restante. No en los próximos 18 meses, como dijo un despistado, sino en los próximos 18 años. Cuatro mil millones de dólares son una cifra significativa para el empobrecido castrismo o para otras naciones tercermundistas (como es Cuba gracias a los Castro), pero no para las primeras economías mundiales. ¿Mejorará la situación de los cubanos de a pie después de esta visita y estos gestos franceses? Naturalmente que no, eso no le interesa al régimen. Recibirán oxigeno la dictadura y la gerontocracia, nadie más.

Pero si a cambio de ese “puñado de euros” se consolida una sólida posición europea en La Habana y se abren puertas en el mercado latinoamericano y caribeño para el viejo continente, entonces valdría la pena. Por eso escuchan a los ministros del régimen a cargo de la economía cuando hablan en París como si creyeran lo que dicen. Si París bien vale una misa, y de verdad lo vale, La Habana bien valdría un apagón moral de un par de días en la Ciudad Luz.

Entonces, ¿que quedaría de aquellos principios de liberté égalité et fraternité, la imagen universal de la Revolución Francesa en 1789?

Bueno, poco a poco. Es cierto que los cubanos en la Isla no son libres, así que nada que hacer con la libertad. Que quede para otro momento, quién sabe cuando. En cambio, casi todos los cubanos son iguales en la pobreza, gracias al castrismo. De manera que el segundo aspecto, el de la igualdad, ya se ha alcanzado.

Solamente falta el de la fraternidad. Sin embargo, ese es el punto más sólido en la Cuba de los Castro. Porque desde hace muchos años, antes de 1959, existe un parque en La Habana que se llama precisamente así: Parque de La Fraternidad.


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