Antiimperialismo, EEUU, Embargo
Cuando mi enemigo es mi amigo*
La Isla ya no vende azúcar, café, tabaco, ron. Ahora mucho más que antes vende a manera de rifa la ilusión de un futuro sin capitalistas imperiales
El pasado 4 de julio se celebraron 248 años de la Declaración de Independencia de las llamadas 13 colonias norteamericanas. Esto fue unos treinta y dos años antes que su vecino, México, iniciara la guerra contra la metrópoli española. Cuba comenzaría a batallar por lo mismo en 1868, y seria así, junto con Puerto Rico y las Filipinas, los últimos reductos coloniales de España en América y Asia. Todo proceso liberador tiene antecedentes, y sobre todo, consecuencias. Ni los antecedentes de cada revolución fueron las mismas, ni las consecuencias las que padecemos.
Era de esperar que la prensa oficialista cubana —la única permitida— no hiciera alusión a uno de los hechos históricos más trascedentes para el mundo. Y no porque diera lugar a lo que muchos llaman “el experimento norteamericano”, sino porque fue la primera vez que el sistema colonial era desafiado por los súbditos. Los revolucionarios norteamericanos estuvieron ante el dilema de pedir al rey Jorge III la autonomía formal y esperar respuesta, o declararse libres, dueños de su destino. Finalmente el llamado Congreso Continental aprobó el documento donde no se reconocían como parte del Reino Británico, y de hecho, desató una guerra que duraría poco más de 7 años.
Un amanuense oficial ha tenido la osadía de escribir que nada había que celebrar en los Estados Unidos de América un 4 de julio. El irrespeto hacia la profesión y hacia sí mismo no tiene límites en una sociedad totalitaria. Sería innecesario enumerar por qué este país, un continente unido bajo el federalismo, es la sociedad más exitosa de la historia moderna. Ningún otro se le acerca. Sus logros económicos, políticos, sociales y científicos no necesitan que nadie los defienda. Están a la vista para los no miopes.
El encargado de escribir este tipo de trabajo —casi siempre un encargo— cita los conflictos de una comunidad de más de 320 millones de habitantes provenientes de todos los rincones del planeta donde ciertas libertades han desembocado en libertinajes. Los primeros en estar conscientes de los problemas, discutirlos libremente y buscar soluciones son los propios norteamericanos. Son más de 200 años de Republica y conflictos dirimidos a través de mecanismos democráticos y balance de poderes que, humanos al fin, no son perfectos. Quizás sea otra buena razón para celebrar cada 4 de julio con fuegos artificiales y asueto merecido.
Mientras trataba de leer esta y otras difamaciones, pensaba en la enorme contradicción del Castrismo-Continuismo. Cómo no logran superar el discurso de victimización y rencor hacia el vecino del Norte. El lenguaje “antiimperialista” de los años sesenta en el Órgano Oficial no ha sufrido variación alguna. Pudiera “refritarse” un artículo de la época donde el “bloqueo” no importaba debido a la “generosa ayuda soviética”, y colocarlo en primera plana sin apenas retoques. La escasa creatividad pasa incluso por las mismas frases y conocidas debilidades de la sociedad norteamericana: el uso y abuso de las armas de fuego, los desamparados en las calles de las grandes ciudades el racismo sistémico, los millonarios y sus excentricidades, la corrupción política en el Congreso y en las elecciones.
Pero lo que pudiera parecer una relación incoherente del régimen es considerar que el enemigo de todas las libertades, el falaz ético, el país opresor de las minorías, incluso el de acciones terroristas contra Cuba, es esencial para que el país se desarrolle. El Designado, como acostumbra con su necia grisura, dijo más o menos: “prueben quitar el bloqueo unos años y Cuba se desarrollará rápidamente”. El mensaje está claro, compañero investido por los poderes omnímodos: el bienestar de la Isla depende de que el enemigo, ese que no tiene nada que celebrar el 4 de julio, sea buenito, y levante lo que insistes en llamar bloqueo sin guerra.
No será por el socialismo, fuente de dignidad y oportunidades para todos. No por la economía planificada y centralizada, exitosa fórmula para repartir igualdades. No es el poder del pueblo, ese que si es poder. Entonces la simple lógica aristotélica indica que el futuro de Cuba se decide en la Casa Blanca, no el Palacio de la Involución. El fin del bloqueo hará que el milagro socialista funcione por primera vez en 120 años de práctica social —no, por favor, no citar a China, capitalista de Estado, o la sociedad de mercado socialista china. El enemigo que es amigo impide el pollo que comen los cubanos, las remesas millonarias, la exportación de automóviles modernos, las piezas de Lada y los uniformes escolares desde Hialeah.
La única justificación para la existencia del Castrismo-Continuismo y su defensa a nivel planetario es el enfrentamiento al Imperio. Algo así como la Guerra de las Galaxias en la Tierra. David —medio encueros y con una piedra en la mano— contra el Gigante Goliat, protegido por el yelmo filisteo. Y es acaso aquí donde encuentra explicación por qué el enemigo es el único verdadero amigo de la Involución cubana. El día que esa amistad paradójica deje de existir —enemigos o amigos de verdad- el capital político universal del Castrismo-Continuismo habrá entrado en bancarrota.
La Isla ya no vende azúcar, café, tabaco, ron. Ahora mucho más que antes vende a manera de rifa la ilusión de un futuro sin capitalistas imperiales. La Isla es necesaria para todos los descerebrados, tontos, y adolecentes políticos que vagan por el mundo real sin encontrarse ellos mismos. Poco importa si hay más o menos pollo americano, más o menos luz eléctrica, poca agua que bombear por las tuberías rotas. Lo importante fue, es y será la imagen díscola, rebelde ante los demás; la gloria que los mismos han vivido por sesenta años. En tal empresa, se sacrifica a todo un pueblo en el Teocali de la desidia y el menosprecio. Solo que el balance entre el hambre y la fama, diría un cronopio bien enterado, parece estarse inclinando a la ausencia de las esperanzas.
Sería injusto tener a menos la “ayuda desinteresada” del amigo imperialista para mantener el simbolismo de su enemigo-amigo. Ellos también parecen necesitarlo cercano, sobre todo en tiempo de elecciones. Si digo que Cuba no representa un peligro para la seguridad de Estados Unidos casi estoy invitándola a mi casa. Pero si la dejo en la lista de países terroristas —leer las consecuencias de tan mentada lista— estoy cerrándole la puerta en la cara. Si autorizo a venderle productos agrícolas y maquinarias, la estoy invitando a un café. Si prohíbo a los empresarios invertir en ese país, estoy obligándola a beberlo de pie y sin azúcar.
Ahora que está próxima la solución biológica —ha demorado porque así de porfiada es la naturaleza— habrá que pensar seriamente si la relación de aproximación-evitación sobrevivirá al Castrismo-Continuismo. Por cierto, el odio-amor hacia el Norte “revuelto y brutal” no es un complejo de mayorías en Cuba sino de elites. Y no comenzó con las cartas a los yanquis; la primera de un niño pidiendo un billete de diez dólares y la segunda encaramado en una loma con treinta, declarando a los gringos como eternos enemigos.
Es evidente que ni chinos ni rusos son amigos. Ni siquiera vecinos. Se han mudado al barrio porque como sucede en la física elemental, el espacio que abandona un cuerpo lo ocupa otro. Enseñaban en la escuela que el “fatalismo geográfico” era incierto. Cuba era el ejemplo. No necesitaba orbitar alrededor del Norte para desarrollarse. Hoy, quien hace el papel del presidente, lo afirma… al revés: “prueben quitar el bloqueo unos años y Cuba se desarrollará rápidamente”.
Un sueño que pudiera hacerse realidad dado el estado disfuncional de la Isla, es que el Día Después cualquier funcionario se presente en la Casa Blanca, de la mano al presidente que sea, y aquí no ha pasado nada. Nos unen más cosas que las que nos separan. Una ellas es que desde el ya lejano 4 de julio de 1776, la revolución anticolonial norteamericana tuvo el apoyo de cubanos y cubanas, quienes dieron alhajas y dinero para sufragar la guerra. Los dos pensadores más grandes que ha dado Cuba —ojo, estoy escribiendo pensadores—, el Padre Félix Varela y José Martí, vivieron la mitad de sus vidas en estas tierras. Y en la actualidad, más de un millón y medio de compatriotas y sus descendientes habitan y crecen en suelo norteño.
Es inolvidable aquel lumínico colocado frente a la hoy embajada de Estados Unidos en La Habana. Allí aparecía un Tío Sam endiablado, despotricando contra la Isla. Encima del dibujo, una frase tomada de un discurso del Ex Máximo Líder: señores imperialistas no le tenemos ningún miedo. A lo que un genial anónimo grafitero añadió abajo: lo que le tenemos es tremenda envidia.
*Con los amigos-enemigos siempre hay que contar: en la Isla acaban de publicitar una investigación sobre un terrorista cubano que, procedente de los Estados Unidos en una moto acuática y algunas pistolas pretendía “tumbar” el régimen.
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