Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Turquía, Erdogan, Cuba

Baño turco en La Habana

Algunos políticos no parecen conocer lo suficiente sobre Cuba

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En una semana hemos sido testigos de colosales despistes de más de un político extranjero al hablar sobre Cuba. No parecen bien informados sobre las realidades del país y, tratándose de personajes de alcurnia política, esas cosas no deberían suceder.

Uno de ellos, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, acaba de visitar Colombia, Cuba y México, en una ofensiva para ampliar la presencia política y económica de su país en América Latina. Nada malo en ello. Turquía, que viene a resultar lo que queda del antiguo Imperio Otomano, es un país cuya presencia territorial europea se limita ahora a Estambul, aunque hubo tiempos en que sus huestes avanzaron hasta las puertas de Viena e infestaron el Mar Mediterráneo de piratas.

Las historias modernas de los turcos no muestran precisamente arcángeles: cargan en su historia el genocidio de entre 1,5 y 2 millones de armenios entre 1915 y 1923. Y en un territorio de alrededor de 200.000 kilómetros cuadrados (casi un tercio de la superficie de Turquía) sobreviven actualmente, repudiados y discriminados, 27 millones de kurdos, de una población total de 60 millones dispersos por Turquía, Irak, Siria, Irán, Armenia y Azerbaiyán. Los kurdos, en su mayoría sunitas, son la mayor minoría étnica del Medio Oriente sin estado-nación, con mucha mayor población y territorio que los palestinos. Sin embargo, a diferencia de los palestinos, no necesitan inventarse una historia —como hizo Yasser Arafat— pues su presencia en la región data de mil años antes de Jesucristo.

Turquía es un país musulmán aliado del mundo occidental, y pertenece a la OTAN. Es un Estado moderno, democrático y laico, fundado por Mustafá Kemal Atatürk en 1923, donde los líderes religiosos musulmanes no tienen más poder que los gobernantes, y no prevalecen actitudes sociales tan cavernícolas como en Arabia Saudita o Afganistán. Sin embargo, sus posiciones en los últimos tiempos frente a los energúmenos del Estado Islámico dejan mucho que desear, pues no se han destacado ni por el rechazo a sus salvajadas ni por participar abiertamente en la coalición contra esa brutal pandilla.

El presidente Erdogan, como mencionamos, visitó Colombia, Cuba y México. Y, como establece el protocolo, en su visita a La Habana se reunió con Raúl Castro en el Palacio de la Revolución.

Y salió de esa reunión impresionado con la arquitectura de la construcción. Se declaró “fascinado” con la instalación, y dijo a los periodistas que le acompañaban en el avión de regreso a Turquía: “Miren a Cuba. Vienen del socialismo. El palacio en Cuba me fascinó. No entras a un edificio de hormigón. No caminas por pasillos de mármol. El palacio de Cuba es magnífico”.

Y para reiterar su desinformación expresó: “Creo que el dinero que han gastado ahí es más de lo que hemos gastado para nuestro palacio presidencial” en Ankara ($570 millones y más de mil habitaciones). Y añadió: “Caminas a través de árboles, ramas, bosque”, declarando que, de haberlo conocido antes, podría haber imitado el verdor del palacio cubano en su propio nuevo Palacio Blanco.

Solamente hay un “pequeño detalle” que no debe pasarse por alto: el presidente turco cree que el Palacio de la Revolución ¡es obra del socialismo cubano! ¿Habrá estudiado en la UCI este señor? Poco alentadoras comienzan las relaciones Turquía-Cuba con ese nivel de desinformación.

Desde su lejana meseta de Anatolia y con tantas preocupaciones estratégicas en su cabeza presidencial no tiene que conocer todos los detalles de una pequeña y empobrecida nación en el Mar Caribe, que aunque proclame lo contrario no deja de ser del Tercer Mundo. Pero es de suponer que el Presidente tenga asesores, diplomáticos, colaboradores y periodistas con suficiente madurez para no transmitir sin verificar declaraciones que suponen errores históricos garrafales.

Cualquiera con un mínimo de rigor en su comitiva o su entorno pudo haberse informado y decirle al señor Erdogan que el presidente cubano Carlos Prío Socarrás (1948-1952) ordenó la construcción de esa edificación para sede del Tribunal Supremo de Justicia y la Fiscalía General, y que después del golpe de Estado de Batista se le agregó el proyecto de la Plaza Cívica de la República, rebautizada por el castrismo Plaza de la Revolución José Martí.

Y haberle aclarado que, al menos en La Habana, prácticamente todas las grandes obras de arquitectura e ingeniería de los siglos 20 y 21 fueron construidas en el período anterior a 1959, aunque en algunos casos fueron terminadas por “la revolución”: el Capitolio Nacional, la Carretera Central, la Universidad de La Habana, la Plaza Cívica, el Túnel de la Bahía de La Habana, los túneles del Río Almendares, los hospitales, la Vía Blanca, el puente de Bacunayagua, y tantas otras. Para los que lo ignoren, lo que hoy es el Hospital Ameijeiras, en su ubicación actual, fue inicialmente un proyecto anterior a 1959 para el Banco Nacional de Cuba.

Las únicas construcciones de la etapa “revolucionaria” en La Habana que merezca la pena mencionar son el Palacio de las Convenciones, el Polo Científico, los hospitales para altos cargos de la nomenklatura, y el reparto Alamar.

Y, sinceramente, algunos de esos no parece que sean para sentirse orgullosos, ni que puedan impresionar a muchos, incluido el presidente turco.


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