Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cuba, Disidencia, Exilio

El conflicto (de)generacional

La política de Donald Trump es más blanda que la política de George W Bush y su Comisión de Asistencia a una Cuba Libre, que no logró nada

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Las minorías que se arrogan la misión generacional sublime de salvar la patria, pero sin tomar las armas ni darse un chapuzón de pueblo, solo propician el advenimiento de otra Generación del Centenario: la elite tardocastrista que estará gobernando en Cuba al cumplirse cien años de castrismo.

Ahora tenemos a Antúnez con cartica abierta a Trump pidiendo mantener el embargo y a Estado de SATS con el documental Empoderados demostrando el fracaso de la política de empoderamiento del cubano de a pie trazada por la administración Obama. Se arrastran ante Washington como si fueran yumas del Partido Republicano. Así mismo tenemos a Cuesta Morúa y otros pidiendo reformas electorales y otras cositas al Gobierno de Cuba. Se arrastran ante La Habana como si fueran cubiches con tanta ilustración que los poderes constituidos van a prestarles atención. Estas cadenas vienen de muy lejos, pero basta con ir unas dos décadas atrás.

Péndulo de Foucault

En mayo de 1995, Yoani Sánchez soltó en el tercer número de su boletín estudiantil Letra a Letra algo así como que “de otros peligros será salvada esta vez la patria, para eso cuenta con el mismo José Martí y con otra Generación del Centenario”. Se refería al centenario de la muerte del Apóstol, pero han pasado más de dos décadas sin que tal generación haya caído en trance de salvación de la patria. Yoani sacó la Generación Y montada en un blog y anda con un diario hecho en Cuba, sin que tampoco se vislumbre la “revolución underground” que predijo estallaría con la memoria flash. La primera Generación del Centenario demoró menos de siete años en salvar a la patria de la dictadura de Batista y, como había advertido Albert Camus, dio paso a otra[1].

Tras aterrizar Yoani el 28 de marzo de 2013 en Miami, Jorge Más Santos se encargó de exaltarla como una suerte de Aung San Suu Kyi cruzada con Celia Sánchez, que estaría “Uniendo lo que Castro ha dividido” (El Nuevo Herald, 8 de abril de 2013). Carlos Saladrigas remachó con que “Yoani replantea el debate” (El Nuevo Herald, 14 de abril de 2013). Desde la pelea electoral Obama vs. McCain (2008), Mas Santos había fijado la posición competitiva de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA) en la política de EEUU hacia Cuba: “El obstáculo principal al Senador McCain (…) son los congresistas Díaz-Balart (…) Él sigue sus consejos (…) Desafortunadamente vemos una política que han cogido de rehén los hermanos Díaz-Balart”. Así que, en junio de 2013, Lincoln Díaz-Balart salió a dar contracandela con que su Instituto de la Rosa Blanca[2] apoyaba la Demanda Ciudadana por Otra Cuba y El camino del pueblo, que terminarían yéndose a bolina, así como el Proyecto Emilia, que sigue muriendo. A esta tríada se sumaría Antúnez, quien a principios de este año recibió del instituto el Premio Juana Gros de Olea.

Para noviembre de 2013, Mas Santos subía la parada. En su propia casa de Pinecrest arregló que Obama se topara con Berta Soler y el Coco Fariñas, quien allí mismo dio vivo testimonio de la represión política en la Isla con una curita en la cabeza. Hacia enero de 2014, la sucursal de la FNCA para los Derechos Humanos en Cuba abrió en el colegio universitario de Miami-Dade la primera y última escuela de cuadros de la disidencia. En octubre de 2014, el inefable Fariñas irrumpió por TV en anuncio político del congresista demócrata Joe García y sirvió en funda de cuero el cuchillo de plata con que el rival republicano Carlos Curbelo —a la postre ganador del escaño— partió la naranja politiquera al medio: “Todo el mundo sabe que la Fundación y los aliados de Joe García son los que pagan al señor Fariñas”. El 2 de junio de 2016, José Daniel Ferrer puntualizó a Ernesto Londoño (The New York Times) que también chupaba aquella naranja: el grueso de los recursos financieros y materiales de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) provenía de la FNCA. Y agregó que no diferenciaba entre naranja dulce y limón partido: recibiría “ayuda de cualquier país u organización que quiera contribuir al cambio de régimen en Cuba”.

Las contribuciones a la causa de la patria han degenerado así desde el cepillo que la primera Generación del Centenario pasaba entre cubanos dentro y fuera de la Isla, hasta los aportes que en última instancia provienen del presupuesto federal de EEUU. Y los opositores utilizan estas asignaciones más bien “para solventar las necesidades del día a día de los principales organizadores y sus seguidores claves” mientras buscan “serrucharse el piso los unos a los otros” para tener “acceso a los escasos recursos”[3]. No en balde los lidericos de la oposición protagonizan a menudo enredos en que “Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé [y] Bernabé le pegó a Muchilanga”.

La defunción del anticastrismo tardío sin armas ni pueblo quedó certificada el 17 de diciembre de 2014 al restablecerse las relaciones diplomáticas Cuba-USA, pero el papeleo de la inhumación siempre dura mucho y entretanto la comparsa obamista perdió el contrato de alquiler en la Casa Blanca. El turno de hablar al oído de otro presidente americano más sobre cómo lidiar con Cuba tocó entonces a Mario Díaz-Balart, esta vez sin su hermano, pero con el senador Marco Rubio. Y así, el anticastrismo tardío prosigue oscilando cadavéricamente entre fundacionalistas y rosablanqueros.

Los fundacionalistas enrumbaron con Obama hacia el levantamiento del embargo, pero no avanzaron nada en la transición hacia la democracia en Cuba. Se cae de la mata que tampoco se avanzará si se levanta el embargo. Así queda demostrado el fracaso de la política de Obama, pero también —y con más de medio siglo de razón histórica— el fracaso de los rosablanqueros. La política de Trump es más blandita que la política de Bushito y su pimpante Comisión de Asistencia a una Cuba Libre, que tampoco logró nada. Ambas banderías de USA han probado ya todas sus armas contra el castrismo —excepto la invasión de marines tras masivos bombardeos navales y aéreos— sin ninguna consecuencia significativa. Y como el tradocastrismo permitió a los líderes sin masa del insilio pasar por la esclusa migratoria, en el exilio “hasta el Bobo de la Yuca puede darse cuenta de que no van a resolver nada”. El anticastrismo tardío seguirá oscilando sin remedio hasta ver quién se cansa primero de tanta metatranca: las fuentes de recursos en USA (entierro de la oposición) o el pueblo en Cuba (entierro del gobierno).

Coda

¿Y la represión? Pues ahí, como siempre. Siendo rasgo esencial del Estado totalitario, la represión política en Cuba no cesará si no se desmonta el Estado castrista. Y esto será posible tan sólo desde dentro y por eso que llaman pueblo. Ni la ONU ni la OEA, ni la Unión Europea ni Estados Unidos, ni las ONGs ni el exilio pueden meter sus narices dentro de Cuba más allá de las alharacas mediáticas y las noticas diplomáticas que se difunden eufemísticamente como exigencias.

El mundo no se conmueve con estadísticas de represión que arrojan más de 2.500 arrestos arbitrarios el semestre pasado. Pueden arrojar más de 25.000 el semestre que viene sin que la comunidad internacional y mucho menos al pueblo de Cuba se movilicen para nada. Entretanto los observatorios y/o comisiones atareados en difundirlas van acreditando que hasta la represión misma ha degenerado. En tiempos de la primera Generación del Centenario se contaban los muertos[4].


[1] “Todo revolucionario termina siendo opresor o hereje”, en El hombre rebelde (1951), Buenos Aires, Editorial Losada, 1978IX, 231.

[2] Este instituto se propone mantener al día el ideario —forjado durante “toda una vida de estudio, preparación y devoción por Cuba”— del finado Rafael Diaz-Balart, quien el 28 de enero de 1959 fundó el grupo político anticastrista La Rosa Blanca en el Hotel Belmon Plaza (Nueva York). Su eslogan rezaba: “Por una Cuba Libre, Demócrata y Cristiana”.

[3] Cable de Jonathan Farrar (SINA) al Departamento de Estado [09HAVANA221], 15 de abril de 2009.

[4] Tal degeneración se aprecia históricamente en que Machado mandaba a matar a sus opositores al frente (como Armando André) o dentro (como los hermanos Freyre de Andrade) de sus casas, pero Batista optó por matarlos fuera de ellas y enterrarlos en fosas comunes o tirarlos en una esquina con algo comprometedor al lado. Bajo la dictadura de Fidel Castro cundió el paredón, pero con Raúl Castro sólo tenemos “muertes sin aclarar”, como precisó René Gómez Manzano en mayo de 2013.


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