Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Raúl Castro, Cambios

El gran alarde de Raúl Castro

El General Castro no puede hacer frente a General Motors o General Electric

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Raúl Castro habló claro y fuerte en la Cumbre de CELAC en Costa Rica. A gobernantes extasiados con el antiimperialismo del régimen, y la izquierda cuyo deporte preferido es atacar a EEUU.

Sin embargo, habló sobre todo para La Caverna en la Isla: los “come-candela”, los “patria o muerte”, los de “pa’lo que sea, Fidel, pa’lo que sea”, siempre listos para el mitin de repudio, la golpiza, la cajita del almuerzo o la jabita mensual. Los que después de más de medio siglo en la estulticia se sienten colgados de la brocha desde el 17 de diciembre, cuando Raúl Castro les quitó la escalera. Más aun después del discurso de Obama sobre el Estado de la Unión y las medidas de relajamiento del embargo, que mueven al mundo a clamar: “Raúl Castro: levántate y anda”.

Personas que respeto y estimo consideran el discurso de Raúl Castro en San José de Costa Rica, coordinado con la carta de Fidel Castro a la FEU el día anterior, el pistoletazo de arrancada para liquidar la política de acercamiento de Obama, que habría fallecido seis semanas después de anunciada.

A quienes dicen eso les sigo respetando y estimando, aunque yo tengo una percepción alternativa sobre esos acontecimientos. Para decirlo menos sofisticadamente, mi opinión es diferente a la de ellos. Lo cual no significa que estén equivocados y yo tenga razón. ¡Como si no fuera posible un error mío o, peor aun, que estuviéramos equivocados tanto ellos como yo! Y de antemano aviso que mi punto de vista no gustará a muchos.

El Partido Comunista de Cuba, después de más de medio siglo hablando de chicharrones no puede hablar ahora de colesterol. Cambiar el lenguaje virulento sobre el imperialismo al más oportunista sobre “el vecino del norte” no se logra en dos días. Y las expectativas de los cubanos de a pie se elevaron demasiado el 17 de diciembre: si la causa de todos los males y pesares, decía el régimen, era la hostilidad de EEUU, la “normalización” de relaciones debería traducirse casi de inmediato en mejoría de las condiciones de vida. Algo que nunca ha estado ni está en los planes de ninguno de los Castro o sus presuntos herederos, más allá de lo imprescindible para que no estalle la olla. Pero los cubanos en la Isla se alborotan: rumores en la calle dicen que a partir de abril se espera un millón de turistas americanos por semana. Es imposible, pero ese es el rumor.

Siendo así, tanto el líder “histórico” de la llamada revolución (que aparentemente no estaba muerto, como aseguraban muchos), como su hermano menor y actual gobernante, tenían que lanzar urgentemente baldes de agua fría sobre las esperanzas y anhelos de la población. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que exigir condiciones que los cubanos saben que no prosperarán, y que a la vez inyectan “moringa revolucionaria” al antiimperialismo de los duros de la Isla?

Nadie en su sano juicio entendería que la superpotencia más poderosa de la historia, por una simple pataleta de Raúl Castro, aceptara entregar la Base Naval de Guantánamo, levantar el embargo, eliminar Radio y TV Martí, y regalarle al régimen más de un millón de millones de dólares de los contribuyentes americanos en compensación por supuestos daños causados por “el criminal bloqueo” durante más de medio siglo (¿de qué esotérica contabilidad del régimen surgiría esa fabulosa cifra?). Y todo eso a cambio de nada, de a porque sí. “No sería ético, justo ni aceptable que se pidiera a Cuba nada a cambio. Si estos problemas no se resuelven, este acercamiento diplomático entre Cuba y Estados Unidos no tendría sentido”, dijo en Costa Rica el dictador.

La misma historia de los desquiciados “cinco puntos” de Fidel Castro cuando la Crisis de Octubre. Siempre creyéndose ombligo del mundo. Ahora, después de más de medio siglo con el régimen proclamando la misma cantaleta de David y Goliat, el hermano menor intenta que el régimen pase de víctima plañidera a guapo de barrio, y exige a EEUU casi una rendición incondicional. ¿Con qué? Una superpotencia impone condiciones cuando desea. O una potencia podría hacerlo por un tiempo, no mucho más. Sin embargo, no puede hacerlo la dictadura cubana, con el país en bancarrota, agotado, descapitalizado, ineficiente, perdiendo población continuamente, y sin perspectivas de mejoría en ningún terreno. Un país que vive de subsidios y regalos de Venezuela, otro país en crisis por su gobierno de ineptos y corruptos, cuyo torpe gobernante, actual mecenas del régimen de los Castro, no duerme tranquilo, inventando conspiraciones de todo el mundo contra él, y preguntándose cómo estará mañana el precio del petróleo.

Entonces, aunque se alegue, con razón, que cada vez que EEUU intenta un acercamiento al régimen la respuesta de La Habana es violenta y grosera (crisis de Octubre, subversión en América Latina, invasión de Angola y Etiopía, éxodo masivo Mariel 1980, éxodo masivo de balseros 1994, derribo de avionetas civiles de Hermanos al Rescate, declarar “constitucionalmente” irreversible al socialismo), no se puede olvidar que esas fueron acciones, provocaciones, hechos concretos, nunca discursos y declaraciones solamente, que es lo que ha habido en este caso hasta ahora.

¿Qué podrían comenzar mañana esas acciones? Es posible, pero no obligado. Además, en ninguno de esos momentos mencionados las tensiones subyacían con tanta fuerza en los cubanos, ni la situación económica y social en la Isla era tan grave, compleja y sin futuro como en estos momentos, en que incluso la mayor apuesta económica de Raúl Castro, el súper-puerto de El Mariel, lleva más de un año llenándose de telarañas sin que aparezcan inversionistas, cuando el mismo régimen admitió necesitar $2.500 millones anuales en inversión extranjera.

Ninguno de los dos hermanos Castro es suicida como para rechazar, en medio del caos cubano creado por ellos mismos, la oportunidad de mantenerse en el poder con dólares de EEUU. Gritarán y lanzarán su “bluff” de jugador de póker, pero como el título de aquella película cubana, hasta cierto punto. De ahí no pasarán. Y todas sus demandas absurdas siempre irán quedando para después.

Lo dicho aquí no tendrá el favor de muchos, y puedo equivocarme en mi análisis, claro está. El tiempo dirá.


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