Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Músicos, Cuba, Miami

El intercambio desigual

El articulista considera que, más que intercambio cultural entre Cuba y Miami, lo que rige es la ley del embudo

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El concepto de intercambio desigual tiene una añeja trayectoria en el pensamiento y acción política de las izquierdas, llegando a tener sus sustentadores en la esfera académicas como el muy conocido marxista, de los 60-70, Arghiri Emmanuel. Su acción práctica la pudieron sufrir nuestros indígenas que entregaban el poco oro que había en Cuba por la “pacotilla” que le daban los españoles a cambio.

Pero aquí nos referiremos al intercambio desigual que existe entre la Cuba actual y el Miami que los artistas de allá vienen a conquistar. En algunos casos esos, esos artistas amparados por esa cosa llamada “intercambio cultural”, no solo se niegan a hablar de la terrible situación del pueblo cubano ante la prensa, sino que en más de una ocasión al ser entrevistados defiende impúdicamente el régimen de oprobio que sufre nuestro país, y han existido extremos que han llegado a atacar verbalmente al entrevistador.

Han pasado aquellos años en que la llegada de una orquesta de Cuba movía a decenas o centenas de exiliados ofendidos a protestar en frente del teatro donde se efectuaba la actuación de esos que buscan ganarse el oro de los miamenses entregando su “pacotilla”. Pero no pretendo cuestionar la calidad, o la falta de la misma, en ese amasijo de “ragetoneros” que nos invade con una frecuencia alarmante. El asunto es otro, es que el tráfico siempre es de allá pa’ca, es la ley del embudo; es el intercambio desigual, o más bien la falta de un intercambio real.

Que yo sepa, una sola cantante de un nombre y calidad muy cuestionable hemos podido mandar en venganza, y esto solo porque la misma se dio banquete hablando mal del país que la acoge, tan pronto piso suelo cubano, para beneplácito de las camarillas que desgobiernan Cuba.

No vamos a mencionar nombres de artistas de por acá que han manifestado su voluntad de irle a cantarle a un pueblo que ellos saben que los admiran y que, si pudiesen, reclamarían su presencia en el suelo patrio; nos referiremos a un caso paradigmático: un artista, concretamente, un pintor que llegó a estos lares en la avalancha del Mariel.

A este pintor le cursaron una invitación desde La Habana, de un grupo quizás no muy vinculado con el régimen, y él que nunca a había pensado en regresar, ya que nada lo ataba a su país de origen donde tuvo que soportar rechazos y el “ninguneo” que le aplican a los artistas o intelectuales que no muestran complacencia servil hacia la dictadura; de pronto este pintor sintió algo entre nostalgia y deseo de un regreso como “hijo pródigo” que retorna a demostrar su valía ante los que en otro momento lo despreciaron o llegaron a lanzarle improperios y algún que otro huevo, que era una malhadada costumbre por aquellos años.

El artista, con cierto entusiasmo y un montón de dudas, inició los trámites para obtener su pasaporte, el más caro e ineficaz del mundo, en una de las tantas agencias miamenses, preparó una colección de sus obras a exponer en La Habana, se agenció un curador habanero que escribiese un análisis de su trayectoria artística para el folleto de presentación que prepararía e imprimiría por acá para garantizar la calidad del mismo, y se sentó a esperar la documentación necesaria para su viaje a la semilla.

Pasaron los meses, más de seis, hasta que le llegó la cínica respuesta del consulado: no podían emitir un pasaporte ya que él no era cubano. Esta respuesta era acompañada por las imposibles recomendaciones de presentar en una oficina ubicada en Miramar su certificación de nacimiento original, la misma que había presentado ante el consulado, además de dos testigos de su origen cubano.

Este artista que ha ganado premios internacionales en Europa, Asia y Latinoamérica como un pintor cubano y así era reconocido en esas participaciones en exposiciones, bienales y concursos, de pronto perdió esa condición para la burocracia consular que le negó el pasaporte y la posibilidad de materializar un intercambio cultural que solo existe para los que vienen a buscar los dólares que graciosamente nosotros les dejamos ganar. ¡Qué viva el intercambio desigual!


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