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Suecia, Fidel Castro, Revolución

¿Está mal demonizar a Fidel Castro?

Los que sí no deben agradecer a Fidel Castro son los cubanos, partiendo de la falta de interés y previsión por su pueblo que tuvo el “líder” hasta el fin de sus días

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Göran Greider nació en Suecia en 1959, año en que Fidel Castro tomó el poder en Cuba y creciendo bajo la imagen de admiración a la revolución cubana, promovida por el socialdemócrata Olof Palme y su heredero ideológico Pierre Schori en la nación escandinava. Hoy, es un afamado escritor, poeta, comentarista y periodista, que desde 1999 dirige el periódico socialdemócrata independiente Dala-demócrata y participa permanentemente en el debate público de su país, entre otras cosas sobre temas internacionales. Evidentemente, Göran no ha podido substraerse de la tentación de aportar su grano de arena a la playa de comentarios, generalmente condescendientes, sobre la vida y obra de Fidel Castro, desatados tras la muerte de “El Comandante” en la noche del pasado 25 de noviembre. Lo ha hecho con un artículo aparecido al otro día, en su periódico, bajo el título de “Castro – hjälten som blev diktator” (Castro- el héroe que devino dictador) y luego con otro escrito de contenido muy similar, publicado el 29 de noviembre, en el periódico Metro, de Estocolmo, rubricado como “Castro ska varken demoniseras eller romantiseras”, lo que significa es español “Castro no debe demonizarse o ‘romantizarse’ (ser idealizado)”.

Por los argumentos que recogen ambos artículos, estos se convierten en símbolos por antonomasia del modo en que numerosos medios europeos y americanos han abordado la vida de Fidel Castro, tras su fallecimiento.

Hemos de reconocer que Göran Greider nos ha dado una gran lección de sabiduría, al afirmar lo que sirvió de título a su última columna en Metro. Evidentemente, el periodista ha encontrado el dorado camino del medio. El problema está en que, si seguimos por ahí, tampoco debería demonizarse a Hitler, pensando en que puso fin a la terrible crisis económica que sufrían los alemanes cuando llegó al poder, y tampoco satanizaríamos Stalin, por haber salvado a Media Europa de su antiguo aliado en la invasión y fragmentación de Polonia.

Es verdad que con la revolución cubana cayó un gobierno corrupto, pero también que, con ella, como en la Francia Jacobina, se estableció un nuevo régimen todavía más despótico que el anterior, cuyo aparente apoyo popular hoy sólo se sostiene con el miedo y la manipulación informativa.

Ciertamente los métodos de Castro inspiraron luchas en otras partes del mundo, aunque no fueron solo de corte anticolonialista, como afirma el periodista sueco (tampoco lo era la revolución cubana). Tenemos por ejemplo las acciones terroristas que desestabilizaron las endebles democracias latinoamericanas en los años sesentas, trayendo como resultado sangrientas dictaduras, cuyos muertos de manera indirecta también caen sobre la conciencia del exdictador recién fallecido. Esto por no hablar de los grupos terroristas que ensangrentaron a Europa occidental entre los años setenta y ochenta, inspirados como sus colegas latinoamericanos, en los mitos de la “Revolución cubana”.

Nelson Mandela podrá admirar todo lo que quiera a Castro, en definitiva, la herencia de ambos líderes tan afamados no es solo la del fin del apartheid, sino también la de países africanos que si necesidad de colonos blancos se han hundido por sí mismos en la miseria y la corrupción. Esto por no hablar, para el caso de Fidel, de que los soldados cubanos no solo fueron a matar bóeres, sino también angolanos, eritreos y somalíes, en guerras internas de aquel continente en la que la “bloqueada Cuba” no tenía por qué meterse.

Greider, como tantos “opinadores” internacionales, sostiene la teoría justificadora del comunismo cubano, según la cual, fue Estados Unidos quien empujó a Castro a los brazos de la Unión Soviética. Esto podría ser verdad, pero también lo sería que para un hombre como Fidel, que se demostró enamorado del poder, no existía mejor opción de gobierno que la copiada de los soviéticos.

Puestos a especular también podríamos aceptar como verosímil la hipótesis, sostenida por algunos exiliados, de que todo estaba planeado desde el principio, algo que afirman conscientes de como el propio Gobierno estadounidense comenzó a controlar y luego neutralizar sus actividades anticomunistas, después de haber permitido a Fidel Castro recoger dinero en ese país para compartir por las armas a Batista, el amigo dejado en la estacada, al embargársele la provisión de armas estadounidenses, mientras que el ejército republicano, formado y asesorado por expertos norteamericanos, se rendía a las minúsculas partidas de bisoños comandadas por el comandante improvisado de Fidel Castro.

A todo esto, habría que agregar lo que significó en castrismo para la URSS. Primero formando jaleo dentro de sus partidos acólitos en América Latina, de donde fueron reclutados muchos de los guerrilleros rurales y urbanos necesarios para desatar la revolución inmediata “a la cubana”, en oposición a la eterna y legal “concientización de las masas”, practicada en la zona por los comunistas.

Lo peor no fue esto, sino el costo de la manutención del comunismo isleño. Lo que funcionó como bomba de extracción que desangraba al socialismo real a base de subsidios. Hablamos de los recursos millonarios que Castro no supo emplear en el desarrollo de su nación, de fondos que a lo sumo se gastaron en crear una imagen de bienestar y seguridad social que se vino abajo, con el “desmerengamiento”, despectiva expresión con la que Fidel se refirió al fin del imperio soviético.

En realidad, si alguien tiene algo que agradecer a Fidel Castro, es Estados Unidos. No nos extraña pues, después de recorrer temerariamente medio mundo, incluida esa Norteamérica, donde ni los presidentes nativos están seguros, su destino fuera, morirse de vejez en una cama, tras tanto atentado “fallido”, de una CIA que supo cargarse a la primera, y dentro de Santo Domingo a su colega Rafael Trujillo.

Los que sí no deben agradecer a Fidel son los cubanos, partiendo de la falta de interés y previsión por su pueblo que tuvo el “líder” hasta el fin de sus días. El ejemplo más palpable y actual de este defecto lo tenemos en el estado actual de los servicios de salud, en hospitales a los que no van los extranjeros y que, por falta, se carece hasta de médicos. Esos mismos galenos que en ejercicio de propaganda, solía despachar Fidel (y ahora sus herederos) a otros lados, aunque su pueblo necesitara de estos médicos, callando así la boca de no pocos críticos extranjeros del régimen de La Habana.

Hablamos de doctores que participan en estas misiones, no solo por la contradictoria ética inculcada en las escuelas de medicina cubana, en la que se abrogan algunos postulados del juramento hipocrático, sino como pago por la educación “gratuita y universal”, un precio que incluye el trabajar por un salario miserable, en el lugar y en las condiciones que el Estado demande. Se trata para el graduado de estar al servicio donde sea, para lo que sea u cuando sea de mega empresa gestionada la familia Castro, sin necesidad de títulos de propiedad, con derecho de alquilar a sus trabajadores mientras retienen buena parte del salario que pertenece. Eso sí, a la hora de amortiguar los efectos del embargo rompe en llanto, en lograr de conseguir por otra vía la medicina que le faltó a las “víctimas del bloqueo norteamericanos”. Ciertamente, el embargo norteamericano (o lo que va quedando de él) todavía afecta la economía cubana, pero no es suficiente para explicar la destrucción de la misma, ni lo mal que lo pasa hoy su isla sus ciudadanos, controlados por ese Estado omnipresente más preocupado en vigilarle que protegerle. Las dudas sobre las sanciones como fuentes de todo el sufrimiento de los cubanos se fortalecen cuando se toman en cuenta los experimentos y despilfarros cometidos por el régimen (particularmente en su larga etapa fidelista), y se oponen a las sanciones los resultados del comercio creciente que ha sostenido Cuba durante décadas con Rusia, China, los países de Europa Occidental, Canadá, Japón, el resto de América Latina y otras naciones de las que además ha recibido millones de dólares por concepto de ayuda para el desarrollo, de los que nadie sabe ahora a dónde fueron a parar.

Lo peor que les ha hecho Fidel Castro a los cubanos no es lo que hasta el comedido Greider reconoce como malo. Es decir, el haber creado un Estado de partido único, sin sindicatos independientes, que no permite la libertad de prensa ni las elecciones “democráticas”. En sentido “liberal”, tampoco lo es que Castro se mantuviese en el poder como autócrata hasta enfermar, diez años atrás y ser sucedido en un ejercicio del más puro nepotismo por su hermano.

Lo más grave no ha sido esta larga estancia en el trono, que supera la de cualquier caudillo en Iberia o en América. El cubano de a pie le habría perdonado su atornillamiento en el poder, como hacen los muy democráticos y desarrollados súbditos de las actuales monarquías constitucionales de Europa, si a cambio de ello se hubiera levantado la economía que garantizara, sin necesidad de limosnas extranjeras, una vida material relativamente decorosa y un Estado que respetara los más elementales derechos humanos. Y eso sería lo máximo. Incluso peor situación podría sobrellevarse, si nos guiamos por los chinos que contentos viajan por el mundo; aunque no digan ni esta boca es mía cuando les pregunta si tienen alguna crítica sobre su Gobierno.

Por supuesto que siempre existirán disidencias, lo mismo en Cuba que en Conchinchina. Lamentablemente, cuando se trata de ideales tan abstractos como los de participación ciudadana en la soberanía de la nación, es solo una minoría por cultura propia, o por financiamiento desde el exterior, la que se preocupa por su ausencia. Al resto de la población, como a la de la antigua Roma, le basta con pan y circo. Cuba no es la excepción, pero si bien ha estado sobrada de espectáculos en forma de juicios y fusilamiento público, conga y hasta pachanga gay, en lo que a comida se refiere Fidel Castro falló. Parece que no le dio tiempo para solucionar de una vez y por todo el problema de la “jama”* a pesar de haber vivido 90 años, y casi la mitad de aquellos en el poder

Y si esto no se puede aceptar, menos lo es que todavía exista aunque sea en papeles la pena capital, que desde sus tiempos de guerrillero Fidel Castro comenzara a fusilar , en nombre del restablecimiento de una constitución, la del 1940 que abolió la pena de muerte en su Artículo 25, con excepción en tiempo de beligerancia con una nación extranjera. Lo cual no era el caso de la guerrita interna entre castristas y batistianos, una mala costumbre que en lo que se refiere a delitos políticos fue mantenida, por lo menos hasta el año 2003, en que fueron fusilado tres jóvenes implicados en el secuestro de una lancha de pasajeros con el fin de marcharse a Estados Unidos.

Para muchos cubanos de los que se quedaron en su patria creyendo por décadas en la revolución, lo peor quizás no sean unas ejecuciones cuyas justificaciones machaca la prensa oficial. Para ellos, posiblemente, lo más desastroso, a fin de cuentas, sean las promesas fallidas que Castro les hizo cuando admitió ser socialista en 1961, y declarar que su revolución era de los humildes y para los humildes —muchos de los cuales ha desaparecido en el mar intentando escapar en balsas—, especialmente las relacionadas con un desarrollo que brilla por su ausencia en el momento que Fidel los deja. Los peores pecados de ese Castro no son los que generalmente se critican desde el liberalismo o conservadurismo, sino aquellos que conocen y silencian vergonzosamente sus admiradores de izquierda. Lo peor en resumen no es que “el héroe de los días anticoloniales fuera sustituido por el dictador”, sino la manera sistemática en que aquel ha destruido vidas y haciendas que en teoría florecerían en la sociedad socialista.

Pero, quizás Greider pueda que necesite algo más para comprender esto. Usemos pues su fantasía, creando en su mente un escenario en su propio país, donde cayera en poder de un líder autoritario con apoyo extranjero; nada difícil de creer ahora que Trump quiere quitarle a Estados Unidos el papel de gendarme internacional, lo que significa dejar a Europa en la estacada frente a esa Rusia que tanto le aterra. Supongamos que la política de este nuevo Gustavo Vasa convierte la economía sueca, de una de las más florecientes de su región (como lo era la cubana hasta que llegó Fidel) en una de las más miserables, digamos como la moldava o la albanesa, y que por causa de ello (no hablemos ya de la supresión de las libertades) millones de suecos tienen que abandonar su patria y marcharse a otro país donde se convertirán en eso que tantos deprecian: “inmigrantes”. Dudo mucho que, en tales circunstancias, nuestro salomónico Greier tuviera con este jefe imaginario, pero no imposible en su país, los miramientos que tienen con Castro, o que se negara a demonizarlo, que es lo que debe hacerse con todos los tiranos, vivos o muertos.

* jama
De jamar.
1. f. coloq. Cuba y Nic. alimento.
Real Academia Española


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