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Payá, Disidencia, Exilio

La caída del Movimiento Cristiano Liberación

Payá merece honor por haberse opuesto a Castro; y su familia, luego de décadas de acoso policial, no puede asimilar otra cosa: lo mató la Seguridad del Estado. Pero hasta ahí

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El exilio de la familia de Oswaldo Payá consumó la caída del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), que ya había dejado de ser movimiento y dejó de ser cristiano, sin dejar esperanza de liberación, tras presentar las muertes de Payá y Harold Cepero, el 22 de julio de 2012 en accidente de tránsito cerca de Bayamo, como asesinato político y pasearla por medios y foros extranjeros con la exigencia desatinada de investigación internacional.

1. El MCL había dejado de ser movimiento tras agotarse su Proyecto Varela (1998) en sendas recogidas de 11.020 (2002) y 14.384 (2004) firmas, ambas por debajo del 0,2 % del electorado. El proyecto expiró, por falacia de concreción fuera de lugar, al relanzarse el 28 de octubre de 2008 en Madrid.

Payá intentaría resucitarlo en Cuba con la versión El camino del pueblo (2011), pero ni siquiera logró consenso entre los propios disidentes. Oscar Elías Biscet rechazó el camino por ser “la continuación del comunismo” y Francisco Chaviano alegó que el pueblo tenía ya bastante con Fidel Castro “para pícaros y habilidosos [y] Payá ha utilizado estas habilidades varias veces”.

Chaviano subrayó que Payá había “estado esquivando un compromiso serio con la unidad” hasta quedarse “totalmente solo”. El Arzobispado de La Habana vendría confirmarlo al abstenerse de invitar a Payá a la conferencia “Un diálogo entre cubanos” (La Habana, abril 19-21 de 2012).

2. El MCL dejó de ser cristiano por aferrarse a un solo testigo (Ángel Carromero) para imputar al gobierno el asesinato de Payá y Cepero. Los cristianos se atienen a las Sagradas Escrituras: “No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación” (Deuteronomio 19, 15).

El otro sobreviviente de la tragedia (Jens Aron Modig) largó enseguida el mensaje: “Dice Ángel que un carro lo empujó fuera de la carretera”. Eso mismo diría Carromero tanto al primer agente de la autoridad que llegó a la escena como a quien tomó declaración en el hospital. Sólo que tres testigos presenciales (José Antonio Duque de Estrada, Lázaro Miguel Parra y Wilber Rondón) y el dictamen pericial destruirían este ardid de Carromero para eludir su responsabilidad.

Al reiterar la excusa en entrevista para el Washington Post, Carromero se tornó despreciable: si no fuera una mentira que camina, sería un gallina. Lo que dijo a WaPo debió haberlo planteado en juicio e incluso pudo contárselo al cónsul español que lo visitó en prisión provisional.

Después Carromero pudo y debió acudir a la judicatura española, para buscar justicia tanto para sí como para los “asesinados”, pero no lo hizo ni lo hará. Carromero sabe que las pruebas del Gobierno cubano son aplastantes y no podría justificarse ya con que se partió en la cárcel bajo la insoportable tortura de tener que descargar el retrete de la celda con un cubo.

3. El MCL dejó de ser esperanza de liberación al demostrar que ni siquiera conoce al enemigo. Luego de haber dejado libre a Payá en la Primavera Negra (2003) y darle pita en los trajines disidencia hasta que se quedó “totalmente solo”, la Seguridad del Estado no tenía por qué matarlo. Mucho menos en operativo tan chapucero, que habría comenzado provocando un accidente de tránsito —donde nunca se sabe de antemano quiénes van a morir— y terminado dejando vivos a testigos que podrían hacer el cuento.

El totalitarismo castrista, rutinizado por más de medio siglo, no asesina si no vale la pena. Payá servía mejor como elemento de discordia entre los disidentes que como mártir. Presentarlo como víctima de asesinato político es otro infortunio del anticastrismo: tras fracasar como Lech Walesa tropical, el MCL intentó sublimar a Payá como otro Jerzy Popiełuszko. Así, el anticastrismo prosiguió su larga tradición de falsos líderes y aun falsos mártires.

Al apearse con que “continuarán su trabajo ahora desde el exilio (...) en sintonía y comunión” con los coordinadores y activistas del MCL de la Isla, la viuda y la hija de Payá empeoran la caída, porque quedan en sinceridad por debajo del vulgar inmigrante, que dice sin ambages que viene a buscar mejor vida, y del refugiado que confiesa lo evidente: desde el exilio no se continúa ninguna oposición ni disidencia dentro de Cuba.

Payá merece honor por haberse opuesto a Castro; y su familia, luego de décadas de acoso policial, no puede asimilar otra cosa: lo mató la Seguridad del Estado. Pero hasta ahí. Empinar el accidente de tránsito hasta el asesinato y aquel honor hasta la rivalidad política peligrosa para la dictadura, entraña un error categorial. Para el castrismo, la política ha sido siempre estrategia.


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