Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Exilio, Cambios, Washington

La partida

Darle cuerda al reloj del retroceso no solo responde a una conspiración de los extremos, sino también a la seducción de los caminos trillados y la comodidad de lograr el triunfo recorriendo una vía segura

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¿Alcanzará fuerza política en Miami la tendencia más realista y pragmática dentro del anticastrismo, ahora que las apuestas deben desviarse de un fin más o menos cercano del régimen cubano a la discusión sobre el alcance de las posibles reformas, algunas de las cuales han echado a andar mientras que otras no pasan aún de un párrafo en los conocidos Lineamientos, modificados, actualizados y vueltos a editar tras el fin del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba?

La respuesta a esta pregunta definirá en buena medida el papel político ―o la nulidad al respecto― de una comunidad que cuenta no solo con grandes recursos económicos, sino con profesionales, especialistas y empresarios capaces de desempeñar una función de impulso y ayuda al establecimiento de una sociedad más avanzada en la Isla, tanto en lo económico como en un proceso paulatino de reformas democráticas.

Ante la afirmación otras veces formulada de que el reloj cubano tiene dos manecillas, una en La Habana y la otra en Miami, cabe en estos momentos cuestionarse si ambas continuarán empecinadas en el mismo recorrido: el avance en reversa, con una tenacidad que amarga al más optimista.

Durante muchos años parece haberse impuesto en ambas orillas un acuerdo tácito en este retroceso, como si existiera una conspiración de los extremos, que ha impuesto la marcha más conveniente a sus intereses: el poder absoluto de volver una y otra vez a remendar un modelo caduco, y seguir retrocediendo.

Igual empeño en la Calle Ocho y en la Plaza de la Revolución: mantenerse en una lucha estéril, sin ceder un ápice.

En lo personal, el éxito ha acompañado a quienes no se apartan de esa vieja senda. Inmovilidad en la cúpula gobernante cubana, influencia única del sector más recalcitrante del exilio en la política estadounidense hacia la Isla.

El problema fundamental es el éxito ―indiscutible tanto en Miami como en La Habana― a la hora de neutralizar los factores que podrían determinar un nuevo curso de acción, sometiéndolos a un control que deja fuera de las decisiones a millones de cubanos en ambos extremos del estrecho de la Florida.

Una segunda mirada a este problema nos permite afirmar que el darle cuerda al reloj del retroceso no solo responde a una conspiración de los extremos. También es la seducción de los caminos trillados y la comodidad de lograr el triunfo recorriendo una vía segura. Obedecer al presidente/general sin chistar, evitar destacarse como alguien que piensa de forma independiente y seguir las órdenes, pero cumplirlas lo menos posible. Beneficiarse de un electorado que combate sus fracasos con la misma obstinación que repite sus errores. La inmunidad imprescindible para no escuchar las opiniones opuestas. Profundizar a diario en el alejamiento de la realidad. En la Calle Ocho y en la Plaza de la Revolución. Mantenerse en una lucha estéril, sin ceder un ápice.

La seducción del pasado

Junto a sus esperanzas de futuro, todo exiliado lleva también su cuota de pasado. En Miami no hubo urgencia en imponer un límite al recuerdo y un cupo a la nostalgia. Hubiera sido mejor un cartel preventivo: exiliado cubano, guarda en tu pasaporte de origen todo el rencor, declara en la aduana las injusticias sufridas y deja en la maleta las frustraciones. Al menos, no viviríamos en esta ciudad esclavos del pasado. En Miami algunos no han podido sacarse los clavos del castrismo, pero quieren que los demás carguen la cruz por ellos: a confesar la fe en la “lucha anticomunista” o arriesgarse a ser azotado en la plaza. Inquisición radial, centuriones de esquina, cruzados de café con leche, apóstoles de la ignorancia. Irse de la Isla para continuar con una comparación inútil y absurda: responder al mal con el desatino y a la represión con la intransigencia.

Empeñarse en la violencia con la excusa de lo perdido. Son quienes en esta ciudad imponen conceptos y distribuyen etiquetas. Para ellos el terrorismo no es una definición. Tienen un diccionario particular que esgrimen a conveniencia y se escudan en el papel de víctimas para lanzar una cacería de brujas. La realidad es una ficción y las obras de ficción ejemplos reales, que utilizan en escritos y arengas para proponer tácticas ridículas.

Sadomasoquismo revolucionario

La realidad cubana, en su forma más cruda, es la tragedia de la ilusión perdida. El primero de enero de 1959. El día en que el ciudadano se creyó dueño de su destino y terminó encerrado, preso de sus demonios y de los demonios ajenos. La revolución como un dios arbitrario. Un proceso que alentó las esperanzas y los temores de los pobres y la clase media baja; que les dio seguridad para combatir su impotencia y les permitió vengarse de su insignificancia. Que nutrió el sadismo latente en los desposeídos y les brindó la posibilidad de ejercer un pequeño poder ilimitado sobre otros, pero que al mismo tiempo intensificó su masoquismo, al establecer como principio la aniquilación del individuo en el Estado, y vio en ello satisfacción y gozo. Un sistema que alienta el oportunismo porque no posee principios. Una patria que solo ofrece a sus hijos la satisfacción emocional que se deriva del embrutecimiento, la envidia, el odio y el delito compartido. Una ideología que alimenta el patriotismo como un sentimiento de superioridad, pero que en cambio practica la entrega total del país al mejor postor. Un intento despiadado de manipulación masiva, de no darle tiempo a nadie de percatarse que su vida ha sido empobrecida cultural y económicamente.

En un país cuya población mayoritaria se encontraba en la infancia o no había aún nacido el primero de enero de 1959, ésta ha vivido bajo el doble signo del poder de un padre putativo, dominante y despótico, pero también sobreprotector y por momentos generoso: el Estado cubano, que se ejemplifica y concreta en una figura, un hombre, un gobernante. Padre al que se ha tratado no solo de complacer en ocasiones sino de obedecer siempre. Al menos de aparentar esa obediencia. Pero no importa cuánto ha sido el fingir y hasta donde ha llegado la sinceridad. El simulacro, vamos a considerarlo así en la mayoría de los casos, se ha impuesto como una certeza. Tras la épica engrandecida hasta el cansancio de la lucha insurreccional y los primeros años de confrontación abierta, se abrió paso una obligación repetida, generación tras generación, de servir de puente a un futuro que se definía luminoso.

En lo cotidiano fue un destino vulgar, que se caracterizó por el aburrimiento: el trabajo productivo y la guardia nocturna con el fusil sin balas. Desde el punto de vista psicológico, se descartó primero el derecho a la adolescencia —el afán de la rebelión— y luego se transformó el principio de la realidad que rige la adultez por una simulación infantil. Ese detener el tiempo transformó a los cubanos en eternos niños. Algunos fueron niños obedientes y otros “malcriados”, pero niños todos. Ahora, ese mismo gobierno que alentó la creencia en ese Estado paternal ha comprendido que la situación económica no da para más, y ha decidido decirles a sus hijos que busquen la caridad en la casa del vecino ―situada a noventa millas― o se las arreglen como puedan.

Mientras tanto, la lucha por sobrevivir se convirtió en una realidad única. Hasta donde llegaron las concesiones hechas al sistema es historia personal. Por un motivo u otro, se acumularon los fracasos en rebelarse. Unos fueron heroicos en su fracaso, otros simplemente cobardes o pusilánimes. Se puede argumentar que no fue una culpa personal o ciudadana, pero ha definido la realidad nacional. Una tras otra, ha ido acumulándose las generaciones inacabadas, incompletas en su capacidad de formar un destino. Los cubanos se han transformado en maestros de la espera. Nos enseñaron a dominar el arte de la paciencia: un futuro mejor, un cambio gradual de las condiciones de vida, un viaje providencial al extranjero. Nos enseñaron también a no arriesgarnos, a no creer en el azar, a resignarnos a la pasividad. Se sigue esperando. Solo que es la espera es más que nunca un acto suicida.

En las dos orillas

En la capital del exilio aún se alimenta el espíritu de intolerancia y se mantienen los intentos por brindar la imagen de un exilio monolítico, opuesto a cualquier alteración del rumbo de la política trazada por Washington desde hace muchos años, reforzada por la pasada administración norteamericana, mantenida en lo esencial por la actual y en buena medida determinada por los miembros del sector más reaccionario de la comunidad emigrada. El factor clave es no cambiar una política que si bien no es agresiva en el sentido bélico, sí puede considerarse de una hostilidad pasiva, o incluso en algunos casos activa. El argumento de que esta política no es más que una respuesta

En Cuba se reconoce que en los jóvenes está la clave del problema de la sobrevivencia del modelo castrista.. Más allá de los encasillamientos generacionales, y de las divisiones por edades, el fenómeno tiene un sentido amplio. Se trata de un grupo que aquí en Miami forma parte de una generación de relevo: hombres y mujeres que por fecha y lugar de origen —varios de ellos nacieron en este país— no comparten una historia común con los residentes de la Isla, pero se consideran depositarios de una Cuba que dejó de ser. Hijos del anhelo de darle marcha atrás al reloj histórico y político en Cuba, para borrar todo vestigio del proceso revolucionario, y herederos del llamado “exilio histórico”. Gracias a su participación en los triunfos electorales de los hermanos Bush, este grupo aún desempeña un importante papel en la confección de la política norteamericana hacia la Isla.

Hasta el momento, su éxito político obedece al hecho de continuar aplicando una política que es afín a una buena parte de los votantes cubanoamericanos. En última instancia, lo importante para estos votantes no es la efectividad de la medida, sino que ésta ejemplifica su influencia política. Mientras se debate el alcance del voto cubanoamericano tradicional, no hay duda del poderío de un grupo que contribuye fuertemente a las campañas electorales y que tiene un gran dominio e influencia no solo en los gobiernos local, estatal e incluso federal, sino también en los medios informativos.

Un grupo que además mantiene una relación con la Isla que es fundamentalmente política y afectiva, pero sin contactos con la población salvo en los casos de afinidades ideológicas con ciertos grupos disidentes.

Ambos grupos —los históricos de la Isla y el exilio— enfrentan serias dificultades para establecerse como fuerza definitoria en un futuro. En Estados Unidos por las propias características del proceso electoral y por formar parte de una minoría, en el sentido étnico o de origen. En Cuba por las limitaciones hasta el momento impuestas en una lucha por el poder que apenas se intuye pero es real. Queda abierta la posibilidad —bastante precaria por el momento— del encuentro de un terreno común entre los dos grupos, en un futuro todavía no cercano. Otra cuestión es el aumento del poder político de los nuevos grupos de inmigrantes, mediante una participación mayor en las elecciones, la inmediata legislativas y la posterior presidencial. Posibilidad muy real, pero que aún continúa siendo una incógnita.

Buena parte de los que realizan viajes familiares a Cuba no son ciudadanos norteamericanos. Las demoras en el procedimiento para adquirir la ciudadanía —a consecuencia de las nuevas verificaciones de seguridad establecidas a consecuencia de las medidas antiterroristas— dificultan el convertirse en votantes a residentes que se ven afectados por estas restricciones. Por lo tanto, es posible que estas elecciones inmediatas continúen ofreciendo dividendos electorales para los republicanos.

A todo esto se une la frustración del exilio ante la ausencia de cambios visibles en la Isla, resurgidas luego del traspaso del poder de Fidel Castro a Raúl. Pese al fracaso de medidas como el embargo, otras alternativas —como el proceso actual de cambio de política de la Unión Europea— hacen hasta el momento esperar también resultados nulos.

Quienes critican el fin de las sanciones por parte de Europa olvidan que la posible presión sobre el régimen no es igual ahora que hace pocos años. Pero el mismo argumento puede aplicarse a quienes favorecen un levantamiento del embargo.

No tiene sentido apostar a las supuestas ventajas políticas de un incremento del turismo. La realidad es que el gobierno cubano tiene ahora mayor capacidad de maniobra. Desconocer este hecho es equivocar de sentido el apoyo al fin de las restricciones a los viajes de estadounidenses a la Isla. No hay que arrebatarle a Castro el papel de fuerza represiva, contraria al libre movimiento ciudadano. Si con la nueva ley migratoria La Habana ha tratado de librarse de ese estigma es por motivos económicos sino políticos. Cierto que este caso la economía se ha impuesto y con ello dinamita el factor político, pero por ello hay que verlo como un cambio en la naturaleza represiva del régimen sino como un acomodo de acuerdo a las circunstancias.

La política cubana es al menos consecuente con los objetivos de quienes la trazan. Castro vaciló nunca en permitir ciertos espacios controlados —de relativa independencia—, cuando han resultado necesarios para que el régimen sobreviva. Raúl Castro no es innovador en ese sentido, sino simplemente ha seguido lo establecido por su hermano mayor: adaptarse al momento. Los que han creído ver un mayor pragmatismo en Raúl que en su antecesor son presas del espejismo de un proceso en que la ideología siempre fue una especie de mercancía de consumo, pero de naturaleza intrínseca variable. Un fenómeno que Jean Paul Sartre descubrió desde el primer momento, pero a la que otorgó un significado y unas consecuencias erróneas. Entre equívocos e ilusiones construyó el régimen de La Habana su base de sustentación. Fue una opción arriesgada y poco promisoria, pero que en la práctica le ha brindado resultados excelentes. Aun hoy sigue apostando a la misma carta. Y nada indica que no siga teniendo en las manos no el as de triunfo sino de supervivencia. Con ello le basta.


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