Actualizado: 23/04/2024 20:43
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| Opinión

Raúl Castro, Batista

Las culpas del exorcista

Entre las tantas las teorías sobre la culpabilidad de la ruina en que se encuentra el pueblo cubano, una explicación singular

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He escuchado infinidad de teorías sobre quienes contribuyeron a la ruina económica, política y social del pueblo cubano y quiénes son los responsables de que eso haya ocurrido. Son tantas, que para poder hacer un análisis de las teorías vertidas sobre que sucedió con nuestro país me concentraré en las acusaciones de culpabilidad que más comúnmente he escuchado.

Para muchos el primer chivo expiatorio es el propio Batista. Los partidarios del derrocado presidente Carlos Prío Socarrás en 1952 y otros miembros de partidos políticos legalizados en esa época consideran que si el ex general Batista no hubiera dado el golpe de Estado alterando el cauce constitucional de la República a solo unos meses de las elecciones generales, la revolución de Fidel Castro no hubiera tenido sentido alguno.

Los que apoyaron a Batista aseguran que el golpe de Estado era absolutamente necesario dado el grado de descomposición moral de la administración del Partido Auténtico, prisionero de la corrupción rampante, el gansterismo y la inseguridad ciudadana.

Los estudiantes que acudieron al Palacio presidencial para brindar su apoyo al presidente constitucional y que posteriormente formarían la organización del Directorio Estudiantil Revolucionario señalan que el principal culpable fue el propio Prío Socarras al negarles las armas que prometió para defender la constitución. Acusación de cobardía que cobra más fuerzas al conocerse que el jefe del Regimiento No. 4 de Matanzas Coronel Eduardo Martín Helena le propuso al Presidente que se dirigiera hacia ese lugar para encabezar la resistencia al golpe. Analistas políticos de la época aseguran que Batista no tenía ninguna posibilidad de éxito si el Presidente se hubiera hecho cargo de la resistencia en el regimiento de Matanzas y hubiera convocado a una movilización general del pueblo cubano.

Pero los dedos acusadores vuelven a apuntar hacia Batista un año después del golpe de Estado. En esta oportunidad ya no solo por opositores sino también por algunos de sus propios seguidores cuando el General Presidente indulta a los que asaltan un cuartel del Ejército ocasionando numerosas muertes en combate primero y en ajusticiamientos extrajudiciales después. Esos mismos indultados cuando alcanzaron el poder cinco años más tarde no tuvieron clemencia alguna contra aquellos a quienes derrotaron ni tampoco contra quienes participaron en la insurrección, pero se opusieron a ellos después de alterado los objetivos y fines que promulgaban durante la lucha.

Al Tío Sam también lo señalan con bastante frecuencia como responsable de lo sucedido en Cuba. Los partidarios de Batista alegan que decretaron un embargo de armas que obstruccionó la lucha contra los rebeldes y que el señor Smith, embajador de turno, le cerró todas las puertas al Gobierno con sus presiones. Presiones que según las mismas fuentes se debieron a represalias económicas al haber tomado el Gobierno decisiones independientes como fue la entrega del contrato para la construcción del túnel en la bahía de la Habana a los franceses en lugar de la compañía norteamericana que esperaba ese contrato; la compra del nuevo parque de locomotoras a los alemanes en lugar de la General Motors; la compra de los vehículos ferroviarios Fiat a los italianos; la cancelación de contratos con las subsidiarias del New York Times que suministraban papel cambiando el suministro para las fuentes criollas de bagazo de caña. En fin que los propios gringos tejieron soga para su pescuezo.

En estos trajines no falta el dedo acusatorio contra los empresarios y los ganaderos criollos que ya a fines de 1958 presionaban a Batista para que renunciara.

Después del derrocamiento de la dictadura de Batista, cuando Fidel Castro comenzó a afectar los intereses norteamericanos con la reforma agraria y otras medidas populistas se viró la tortilla y comenzaron los planes contrarrevolucionarios para asesinarlo, para promover la insurgencia en el macizo montañoso central y terminaron con el papelazo de lanzar una invasión sin las mínimas posibilidades de éxito.

Aquí se produce lo que pudiera calificarse en el béisbol como un doble play. De gringos a burguesía criolla a Miami. Los expropiados, acostumbrados a que los norteamericanos impusieran el orden en su traspatio, le cedieron el terreno al nuevo orden revolucionario esperando a que el Tío Sam pusiera fin a la fiesta y se situaron en las gradas a 90 millas para ver el out 27. Todavía están esperándolo.

De ahí la culpa se desplaza por varios analistas al Partido Socialista Popular (antiguo Partido Comunista) alegando que sin haber realizado un congreso interno, como era usual en el centralismo democrático leninista, la dirección del Partido le entrega por completo la organización a Fidel Castro para que, valiéndose de sus cuadros experimentados, desplazaran a las figuras de su propio Movimiento 26 de Julio y del Directorio Revolucionario que todavía mantenían las ideas democráticas de una lucha que se libró para restablecer el cauce perdido en 1952. Situación que según muchos analistas creó escisiones tanto entre los revolucionarios que pertenecían al 26 de Julio y al Directorio como entre los propios militantes del PSP. Desembocando en una de las más escandalosas purgas que efectuara Fidel Castro contra los viejos militantes del PSP conocida con la etiqueta de “Microfacción” donde se defenestró a uno de los principales líderes, el señor Aníbal Escalante y varios de sus seguidores, después de haber logrado el poder absoluto sobre todas las organizaciones.

Han sido tantas, pero tantas las teorías vertidas que me ha hecho recordar el monólogo del carismático humorista cubano Carlos Ruiz de la Tejera donde llega un momento que no sabe si él mismo es abuelo de su propio padre.

Hace muchos años conocí por casualidad a un personaje histórico muy prestigioso, el Dr. Millo Ochoa, fundador del partido Ortodoxo que asumiera la dirección de dicho partido al morir su líder Eduardo Chibás. Coincidimos en las oficinas del Dr. Manuel A. Alzugaray, gran ortopédico al frente de la fundación humanitaria Miami Medical Team. Como siempre sucede cuando se junta un grupo de cubanos, las teorías políticas se hicieron centro y volvió a emerger la pregunta ¿quién es el culpable de la desgracia de los cubanos?

— La culpa es de todos, Del Pino, de todos por no ver más allá de nuestras pasiones. Hoy pagamos las consecuencias —me dijo con rostro sombrío al tiempo que describía con su índice extendido un círculo alrededor de los que le escuchábamos.

Al salir de las oficinas del Dr. Alzugaray una señora de avanzada edad que había oído las teorías vertidas en aquel encuentro se me acerca y me dice casi susurrando.

— Es el exorcismo, la culpa la tiene el exorcista

Quedé paralizado un momento y como un relámpago me vino a la mente un comentario hecho por Raúl Castro varias décadas antes, cuando los jefes de las principales unidades militares de la región oriental fuimos invitados a la celebración de su cumpleaños el 3 de junio de 1965 en Santiago de Cuba. Recuerdo cuando se viró para Arnaldo Ochoa (en aquella época segundo jefe del Ejercito Oriental) y le dice burlándose de Batista:

¡Lo menos que se imaginaba el “General” era que el niñito que cargó en aquella fotografía le iba a pasar la cuenta!

Al parecer le pasó algo más que la cuenta. ¿Será por fin la culpa de todos o de un magistral exorcista que inoculó en aquel instante el virus del poder absoluto de un General saliente para un futuro General entrante?

Habría que descifrar aquella foto o mejor dicho aquel otro retrato de Dorian Gray.


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