Actualizado: 18/04/2024 23:36
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| Opinión

Represión, Iglesia Católica, Disidencia

Las ocupaciones de las iglesias y las cartas marcadas del juego perfecto

En última instancia, el único ganador neto de todo esto ha sido el Gobierno cubano

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La reciente ocupación de varios templos católicos por grupos de opositores —y la permanencia de algo más de una docena de ellos en uno de la capital por 48 horas— pone sobre la mesa otra señal de cómo se empieza a jugar la política en Cuba, y de la persistencia de esos actos disruptivos que el Gobierno gusta denominar “situaciones inusuales”.

El suceso en sí no creo que pueda aspirar a trascendencia histórica. Un grupo de oposición desconocido denominado Partido Republicano (nombre fatal por analogía) lanzó a par de docenas de sus miembros a ocupar cuatro iglesias en el país, y finalmente lo consiguió en un caso, en la capital. De inmediato la Iglesia reaccionó condenando la acción, mientras el Gobierno se mantuvo expectante y prestó el faraónico Granma para que las autoridades eclesiásticas dieran a conocer sus opiniones y de paso explicitaran los ribetes de sus romances con el poder político. La oposición —casi en bloque— también mostró su desacuerdo con la ocupación. El consenso lo rompieron los empresarios del anticastrismo en Miami, quienes saludaron las ocupaciones y, para no ser diferentes esta vez, auguraron el comienzo del final del Gobierno cubano.

Hay, por supuesto, interrogantes en este hecho que serán develadas en el futuro. Y la primera de ellas es quién está detrás de este Partido Republicano, capaz en su primera acción pública de movilizar a dos docenas de personas, una cifra astronómica para una oposición fragmentada, reprimida y penetrada por la policía. Y en el último sentido, hasta qué punto los órganos de la llamada seguridad del Estado conocían de este hecho, y sencillamente lo dejaron correr —o eventualmente lo alentaron— para colocarse súbitamente como acreedores de la Iglesia en esta relación de amor institucional donde todo se espera. Pues en última instancia, el único ganador neto de todo esto ha sido el Gobierno cubano.

Pero dejo estas y otras elucubraciones al futuro y a los amantes de las teorías de las conspiraciones, para colocarme en otro eje de análisis. No se trata de valorar si este hecho fue coyunturalmente pertinente, o de entrar en la disquisición acerca de si fue un acto respetuoso o no de una autoridad que supuestamente lo merece. Lo que quiero apuntar ahora es que se trata de un acto marcado por un interés político de grupos sin voz pública, y que no hacen otra cosa que intentar compartir tanto la visibilidad como la relativa permisividad de que gozan las autoridades eclesiásticas.

Es un precio que debe pagar el Gobierno al jugar a la apertura maniatada que ha beneficiado a la Iglesia católica a cambio de apoyos públicos. Pero que también deben pagar los herederos de Pedro y Pablo por intentar conservar un espacio protegido de autonomía en una sociedad donde nadie la tiene.

Es, en resumen, algo que va a seguir sucediendo en esta apertura limitada de espacios que señaliza la lenta y no planificada transición desde un sistema totalitario a otro autoritario. Es decir desde un sistema no democrático que aspira a controlar todo, hasta otro también no democrático que aspira a controlar los resortes fundamentales. Sin que entre uno y otro existan diferencias respecto a la oposición, pues entre lo que es fundamental figura obviamente el poder político incontestado, condición imprescindible para la dulce metamorfosis burguesa de la élite postrevolucionaria.

Hasta el momento, la visita del Papa Benedicto XVI había sido evaluada como una suerte de juego win-win, en que todo el mundo ganaba. Ganaba el Gobierno al abrirse una puerta internacional sin condicionantes. Ganaba la Iglesia, al colocarse bajo los intensos spotlights del papamóvil y solidificar sus compromisos con el Gobierno. Incluso ganaba la nación cubana al motivar nuevos acercamientos entre la diáspora y la comunidad insular. Y la oposición, gozando las especulaciones sobre una supuesta reunión con Benedicto que, se dé o no, le va a permitir acaparar visibilidad política.

Pero ha sucedido algo imprevisto en este juego exacto con cartas marcadas: nadie contaba con la beligerancia de otros pequeños grupos de la oposición que también reclaman un lugar bajo el sol. Incluso si en el futuro se comprobara que en este hecho hubo manipulación(es) desde La Habana o desde Miami, la conclusión sería la misma.

Y es que la política es fluida, como la economía. Algo a lo que los dirigentes cubanos no han estado acostumbrados, pues han practicado por medio siglo una política regulada hasta en sus mínimos detalles y organizada en estancos sólidos y sin otra comunicación entre ellos que la que autorizaba la propia élite política. Pero era un estado anormal que ahora está cambiando. Y está sucediendo que la gente busca las oportunidades donde las hay, como en la economía. Y si los templos brindan esa oportunidad, hacia allá corren en tropel alegre.

Hay costos visibles en lo que ha sucedido.

- La distancia adoptada por la oposición no se explica por sí sola, pues esta oposición ha ensayado también sus “situaciones inusuales” y ha solicitado solidaridades cuando sus miembros han sido agredidos en la vía pública.

- La Iglesia, por su parte, ha estado obligada a pronunciarse sobre el hecho en sí, y lo ha hecho de una manera muy poco convincente, calificando a la acción como “ilegítima e irresponsable” y condenando “todo acto que pretenda convertir el templo en lugar de demostraciones políticas”. Algo incongruente si tenemos en cuenta lo costoso que resulta para una institución que se proclama plural, condenar a una sola parte en un juego en que todos quieren ganar espacio. Y proviniendo, además, de una institución que siempre ha hecho de sus espacios —templos y púlpitos incluidos— lugares productores de políticas, a veces para bien y a veces para mal.

- Solo ha ganado el Gobierno cubano, que sencillamente no dijo nada, o casi nada. Se limitó a esperar a que la Iglesia misma le pidiera un ejercicio muscular que ha sido —al menos ha quedado consagrado como— ejemplarmente soft. Una ducha pública de sensatez, moderación, espíritu de colaboración y voluntad aperturista. Ciertamente muy distante de la manera como ese mismo Gobierno apalea arresta, difama y hostiga a cuanta persona intenta usar sus derechos innatos a la libre expresión. Un tributo a la visita de Ratzinger en momentos en que los flashes centellean sobre La Habana.

Imagino que ahora vendrán los alegatos oficiales sobre la conspiración imperialista, la baja calaña de los ocupantes o de cómo el dinero de la mafia de Miami lo financió todo. Todo un tema para los blogueros oficiales mal pagados. Y es probable que sea verdad total o parcialmente. Pero creo que si efectivamente un grupo de ciudadanos decidió ocupar los templos para mostrar sus puntos de vista ante la carencia de otras vías para hacerlo, tienen todo el derecho. Como lo han tenido las Damas de Blancos marchando por la Quinta Avenida, Estado de Sats armando sus coloquios, los blogueros escribiendo sus posts, el Observatorio Crítico imaginando el socialismo de otra manera y otros tantos que tienen derecho a pensar que las cosas se pueden hacer diferentes y mejores en el país en que nacieron. Como lo hicieron los jóvenes antibatistianos cuando secuestraron a Fangio. Nunca olvidemos que el derecho que le negamos a alguien, es el mismo que luego nos negarán a nosotros. La impertinencia que le achacamos a alguien, es la misma que luego nos achacarán a nosotros.

Creo que tanto el Gobierno como la Iglesia deberían hacer una relectura de esta situación, entender que esta oposición llegó para quedarse, que no se pueden abrir parcelitas reservadas de críticas y aspirar a que los excluidos las respeten. Y que no se puede mantener un sistema tan duro y tan frágil sin esperar una catástrofe final que nos concierne a todos. Creo que es hora de que obispos y generales entiendan definitivamente que la patria es de todos.

De cualquier manera, volviendo a un asunto anterior, también creo que siempre queda algo bueno de la visita de Ratzinger a Santiago y La Habana. Por el momento lo más visible es la reparación de calles e inmuebles por donde debe pasar el jefe de la Iglesia, lo que según los cubanos es una base firme para su futura beatificación. Pues, efectivamente, dicen, Ratzinger hace milagros.


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