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Cuba, Trump, Obama

Los derechos humanos como hoja de parra

La primera máxima de una política ética, y toda promoción de derechos humanos tiene que necesariamente serlo, es no hacer daño

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El discurso de Donald Trump en rechazo al acercamiento hacia Cuba ha expuesto no solo su desinformación sobre la Isla sino también las fallas de algunos argumentos usados en la prensa liberal para defender la política de Barack Obama. Al aceptar los términos de debate, desde la descalificación total de la revolución cubana por la derecha anti-normalización, la posición liberal rinde de entrada tres de sus más poderosas razones contra el embargo/bloqueo: la moral, la legal y la histórica.

Los artículos de opinión de Christopher Sabatini “Trump’s imminent Cuba problem” y “U.S.-Cuba policy change advocates: this is your ally” y el editorial “A Cynical Reversal on Cuba” por el consejo editorial de The New York Times son típicos ejemplos. Rechazan un recrudecimiento del embargo, pero atribuyen a la política estadounidense hacia Cuba y los defensores de las sanciones una autoridad moral por su oposición al Gobierno cubano que no es justificada ni por la historia del conflicto, ni por su postura hacia los derechos humanos como normas legales internacionales.

Un tercer camino que no es tal

Sabatini dice que “el argumento de que la dureza del embargo equivale a la defensa de los derechos humanos y el cambio político, es fallido seria y moralmente en muchos niveles, lógicos e históricos”. Sin embargo, el “camino medio” que propone y sus argumentos son instrumentales para promover los mismos fines del embargo; la imposición ahora por medios pacíficos, de una visión sobre Cuba hecha en Washington o Miami que niega cualquier legitimidad a la revolución cubana, considerada por Marco Rubio “un accidente de la historia”.

En esa lógica, la apertura del 17 de diciembre de 2014 hacia Cuba es útil porque socava al Gobierno cubano, permite negociar acuerdos de seguridad y contra el crimen internacional, y abre oportunidades de negocios a los estadounidenses mientras se promueve a los sectores privados emergentes de la economía cubana y los grupos opositores afines a un cambio de régimen. Sabatini nos dice que “de cualquier manera los ciudadanos cubanos pierden” porque Raúl Castro dará prioridad al presupuesto del gas lacrimógeno, las balas de goma, los bastones eléctricos y otros instrumentos de represión. Así acepta como válida la ficción central usada contra la política de Obama: La cooperación estadounidense con el Gobierno cubano debe ser mínima pues existe una drástica separación del gobierno como usurpador de la soberanía, y el pueblo cubano representado por los opositores, escogidos del gobierno norteamericano de turno. El rol de Estados Unidos —en esa ficción— es aupar a los cubanos para la libertad. Sabatini separa la política del presidente Obama en una dimensión “brillante”, que ejemplifica con su discurso en La Habana, y otra “vergonzosa”, representada en la declaración de la Casa Blanca a propósito de la muerte de Fidel Castro. Obama apenas definió a Fidel Castro como una figura compleja cuyo papel en la historia de Cuba y el mundo, el futuro definiría. Sabatini no explica su “camino medio” pero hubiese sido una torpeza diplomática condenar al líder de la Revolución Cubana pues enconaría conflictos entre cubanos y entre Cuba y EEUU. Las luces y sombras de la Revolución son específicas a las políticas implementadas en cada área y corresponde a los cubanos de cada época evaluarlas sin totalitarismos.

Sería lamentable que todo lo que se avanzó en la última administración demócrata en la comprensión del peso del nacionalismo en la política cubana, y la necesidad de respetar la soberanía cubana tal y como la concibe el derecho internacional se pierda ahora en una acomodación fáustica con los defensores del embargo. Uno de los retos políticos más inmediatos en el tema de la ideología que recibirá el liderazgo cubano a estrenarse en 2018 es la celebración del 60 aniversario del triunfo revolucionario de 1959, y que celebrar: ¿El fin de la dictadura batistiana? ¿La reivindicación de la soberanía frente a la intromisión indebida estadounidense en los asuntos internos? Seguro. ¿La instalación de un modelo de economía estatizada y unipartidismo? Mucho más polémico. Habla bien de Barack Obama su preferencia por dejar a los cubanos resolver esos dilemas del pasado mientras avanzaba el deshielo en su último mes de mandato.

La defensa de la distensión a hurtadillas evita reivindicar dos momentos gloriosos de la nueva visión sobre Cuba, como oportunidad y país en transición, no como una amenaza a los EEUU. En Sudáfrica, Obama se comportó con la dignidad de una superpotencia democrática. Saludó a Raúl Castro, sin concesión alguna a Cuba sino a la realidad histórica del papel de la Isla en la lucha contra el apartheid. Una lucha de derechos humanos en la que los partidarios del embargo encabezados por Jesse Helms y la Fundación Nacional Cubano-Americana estuvieron del lado equivocado.

La declaración de Obama a la muerte de Fidel Castro respetó la realidad de una personalidad compleja. El mismo Gobierno castrista que organizó la campaña de alfabetización y otras medidas sociales que han abierto la participación política a millones, sistematizó la exclusión y reclusión sin juicio justo e imparcial de supuestos inadaptados sociales por motivos ideológicos, y en cierto momento, hasta de orientación sexual. Es un legado complejo en derechos humanos en que lo mejor que Estados Unidos hace es dejar a los cubanos juzgar por sí mismos, fomentando la empatía y una visión de futuro. Ingratos hubiesen sido los líderes de Sudáfrica, Namibia, Angola, Argelia y otros países si no hubiesen ido al funeral de Fidel Castro a agradecer en su persona los sacrificios del pueblo cubano.

El otro gran momento en derechos humanos entre Cuba y EEUU bajo Obama fue la colaboración en el África Occidental contra la epidemia de ébola. Obama hizo lo que era ético, no solo lo que era instrumental al interés nacional de los EEUU. Frente a partidarios del embargo que abogaban por una posición criminal contra una cooperación que salvó miles de vidas, la embajadora Samantha Power habló con orgullo de avanzar intereses y valores comunes. No se trata de un tema de derecha o izquierda, sino de lo que es correcto.

Cuba y EEUU pueden cooperar sin que sea necesario comulgar con las malas prácticas en derechos humanos de los respectivos gobiernos. El derecho internacional incita a criticar las violaciones de derechos humanos, pero desde las normas y el multilateralismo, no con sanciones unilaterales. El sistema internacional de derechos humanos solo tiene sentido en marcos de respeto por la ley internacional. Se rinde pleitesía a la manipulación partidista de los derechos humanos cuando se ignora la forma en que el derecho internacional establece su promoción. Estados Unidos tiene que aceptar la ley internacional como el marco apropiado para su relación con Cuba. De la misma forma que Cuba debe aceptar los convenios internacionales de derechos humanos como el marco legal para la relación entre el gobierno y sus ciudadanos.

Todo menos derechos humanos: el embargo/bloqueo contra Cuba

El bloqueo/embargo nunca ha sido una política de derechos humanos sino su negación. Su codificación en ley fue la obra magna de Jesse Helms, defensor del racismo sureño contra afroamericanos y latinos, enemigo de los derechos civiles en su propio estado. Cuando Trump proclama el retorno a esa “ley” injusta restringe los derechos de los estadounidenses. Eliminar esa política no es solo cuestión de empresarios, militares y cabilderos, sino de los clérigos en las iglesias, los medioambientalistas, los médicos y profesores, de la mayoría moral del pueblo norteamericano en general.

Los legisladores pro-embargo del sur de la Florida abogan ante Trump por restricciones para la mayoría de los estadounidenses en los viajes a Cuba que ya no encuentran moral para persuadir a sus propios electores cubano-americanos. Ese privilegio indebido otorgado a un grupo de estadounidenses sobre otros es inmoral.

Los partidarios del embargo denuncian que no todos los norteamericanos que viajan a Cuba se dedican a denunciar el deteriorado sistema de salud y los arrestos a disidentes. En busca de balance, Sabatini critica a los turistas norteamericanos en Cuba por pasearse en los carros de los años 50, indolentes a los problemas del pueblo cubano. ¿Cuál es la inmoralidad? Ninguna. Es óptimo que cada viajero a Cuba o a cualquier parte del mundo exhiba sensibilidad por la cultura, historia y política del país anfitrión, pero tal comportamiento se cultiva con la persuasión, no con restricciones. La política correcta para EEUU no se alcanza tirando una diagonal de paralelogramo entre las líneas de los defensores del embargo y sus oponentes. Hay posturas que son irreconciliables. Si el embargo es una violación de los derechos humanos de cubanos y norteamericanos como tal debe ser denunciada.

Sabatini explica cómo los cubanos vamos a ser más libres del comunismo al recibir más viajeros de EEUU. Coincido con su visión, pero admito que quizás no suceda así. Lo que sí queda fuera de duda es que el día que se acabe el embargo, los norteamericanos vamos a ser más libres y coherentes para practicar las libertades que predicamos. Ese ejemplo es la mejor contribución que la democracia norteamericana puede hacer a la democratización de Cuba.

La primera máxima de una política ética —y toda promoción de derechos humanos tiene que necesariamente serlo— es no hacer daño. El uso de sanciones se considera una herramienta legítima para condenar violaciones de derechos humanos, pero solo bajo especificas regulaciones. Las sanciones contra Cuba incumplen todos esos parámetros del derecho internacional. Son unilaterales, condenadas por todos los organismos multilaterales globales y hemisféricos, y violatorias de la soberanía de Cuba y terceros países. Incluyen medicinas y alimentos, agravan la situación de la población en general y no tienen ninguna cláusula de terminación que fuerce una revaloración periódica de su vigencia e impacto como estableció el consejo de seguridad de la ONU para Iraq tras la invasión de Kuwait y el descubrimiento de violaciones masivas del régimen internacional contra la proliferación de armas de destrucción masiva.

La discusión sobre sanciones dirigidas a violadores específicos de derechos humanos, códigos de responsabilidad social corporativa, o ayudas con condicionalidad democrática carece de relevancia si el punto de partida son castigos generales al pueblo cubano y la capacidad del gobierno de implementar la realización progresiva de varios derechos como el de salud, alimentación, educación y otros. Todo lo que se pueda hacer en cooperación con el Gobierno cubano, particularmente con su sector modernizador, debe procurarse. Obama puso fin a la incoherencia de enviar a Alan Gross a proveer secreto acceso a Internet mientras en EEUU. se prohibía al Gobierno cubano comprar equipamiento para ese mismo propósito. Por primera vez desde 1959, la posición oficial estadounidense pareció ser no contra el Gobierno o el pueblo cubano, sino por la observancia de estándares internacionales.

Coincido con Sabatini en que el Gobierno cubano ha generado resentimientos en la comunidad cubana en el exterior y en el pueblo cubano por injusticias que ha cometido y comete. Esos traumas no ocurrieron en un vacío. No hay que justificar ninguna de esas violaciones para entender que la revolución cubana operó en un contexto hostil a su soberanía. Existen legítimas reclamaciones contra Cuba, como Cuba tiene legítimas reclamaciones contra EEUU. Cuba dio refugio a fugitivos de la justicia estadounidense después de que EEUU irrespetó el tratado de extradición de 1904 entre los dos países dando refugio a los criminales de la dictadura de Fulgencio Batista, a la que apoyó hasta apenas unos meses de su derrocamiento.

Nada positivo puede venir de una versión de buenos y malos en el conflicto entre Estados Unidos como gran potencia y Cuba, el archipiélago vecino en el Caribe, donde es urgente tener un ambiente de cooperación, y que no es el patio trasero de nadie. La política exterior no es el espacio ideal para terapia de catarsis. Como gran potencia, es realista que Estados Unidos procure que Cuba acomode sus comportamientos a un orden internacional bajo su hegemonía. Pero tal objetivo no se alcanzará escogiendo cubanos favoritos ni castigando instituciones como las fuerzas armadas cubanas.

De cara a la transición generacional en el liderazgo cubano en 2018, Estados Unidos debe procurar una relación amistosa con todos los sectores de Cuba, incluidas las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad. Promover la democracia y los derechos humanos es ayudar procesos y requerir garantías, no escoger preferidos en la política interna de un Estado soberano.

Los activistas pro-embargo no son activistas de derechos humanos

En la medida en que el respeto estadounidense por la soberanía cubana lo permita, con la normalidad exterior debe venir la normalidad interior. A un país bajo asedio externo no se le puede pedir una democracia de paz. De la misma forma, un país en condiciones normales no tiene pretextos de emergencia para no respetar los derechos humanos de sus ciudadanos tal y como están concebidos en los tratados internacionales. Si ese fuese el caso, allí empezarían los intereses del Partido Comunista y terminarían los de Cuba.

Como en política, es importante la secuencia, se prioriza lo que entiende más urgente. El fin del embargo, fortalezca o no al Gobierno cubano, de seguro destrabaría importantes dinámicas en Cuba de liberalización y reforma que hoy, mientras exista esa política norteamericana contra el nacionalismo cubano, están atadas. Los inmorales no son los viajeros nostálgicos de los 50 ni aquellos que prefieren priorizar la derrota del embargo. Esos ni ejecutan ni promueven violación de derecho humano alguno.

Si a alguien le falta claridad es a los que llaman a defensores del embargo “activistas pro-derechos humanos”. No se pueden llamar tales quienes invocan la democracia solo los domingos para criticar al Gobierno cubano por impedir desfilar a las damas de blanco mientras pisotean tantos derechos humanos de cubanos, norteamericanos y ciudadanos de terceros países todos los días de la semana.


Este trabajo apareció publicado en OnCuba.


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