Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Pasaporte, Inmigración

¿Por qué son tan vulnerables los viajeros cubanos?

Cuando alguien con pasaporte cubano pasa por un aeropuerto recibe una atención muy especial de los oficiales de inmigración, porque se le ve no como un viajero sino como un inmigrante potencial

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En un artículo anterior sobre la negativa de visas a tres intelectuales cubanos para atender al XXXI congreso de LASA en Washington, recibí una carga de ataques, como siempre de los extremistas “anti” y “pro”. Uno de esos comentaristas —un “pro”—me aporreó verbalmente por decir que “…andar hoy por el mundo con un pasaporte cubano es situarse en la parte más baja de la cadena alimenticia migratoria”. Me calificó de tendencioso, y me advirtió que no puedo “evitar despreciar a los cubanos de la Isla” y que por eso soy a la vez un ser despreciable y sin futuro. Y aunque confieso que he sorteado peores vaticinios, creo que si mi vitriólico antagonista no entendió lo que estaba diciendo, es posible que yo no haya sido capaz de explicarme satisfactoriamente.

En primer lugar habría que distinguir en mi intención argumental a un emigrante asentado de un viajero. Es innegable que el migrante cubano es una persona exitosa cuando logra llegar a su lugar de destino, final o intermedio. Ese migrante es regularmente una persona en edad laboral óptima y con una preparación educacional considerable, lo que le permite insertarse ventajosamente en la sociedad receptora y aprovechar las oportunidades de movilidad social. Creo que no existe una comunidad transnacional que muestre tanto desbalance entre su componente radicado en el país originario y su componente emigrado que Cuba, y ello, por supuesto, habla de las capacidades y acometividad de los cubanos y cubanas. Vale mencionar que ese nivel educacional se ha debido a particulares condiciones históricas, y en las últimas décadas a las virtudes de los planes educacionales cubanos.

Pero la vulnerabilidad de los cubanos que mencionaba no estaba referida a ese cubano ya asentado —en Florida o donde sea— sino al cubano-de-cuba que tiene que viajar, tomar aviones, cruzar aeropuertos y pedir visas, y hacerlo todo con el pasaporte azul marino. Ese cubano-de-cuba es un ser vulnerable por diversas razones, algunas de las cuales, sin intención de exhaustividad, menciono en lo adelante.

La primera es que el empobrecimiento y el secuestro de expectativas en Cuba convierte la acción de viajar/migrar en una aspiración tan extendida que asusta. Es difícil tener una relación en Cuba que no esté lista para emigrar, o lo esté el hijo, o el nieto. Es como una enfermedad nacional que se dispara ante el contraste observable entre la prosperidad relativa de los que salieron y el aburrimiento de los que están anclados en la Isla.

Debo decir que a lo largo del último medio siglo los cubanos han sido vistos, aunque solo sean viajeros, como “personas de interés”. Al principio porque se les consideraba agentes internacionales del comunismo, lo cual, aunque acarreaba muchas incomodidades, siempre dejaba un tufillo épico. Pero hoy solo se les ve como migrantes potenciales, de manera que cuando una criatura con pasaporte cubano pasa por un aeropuerto recibe una atención muy especial de los oficiales de inmigración. En este sentido debo decir que a lo largo de mi paso por decenas de aeropuertos en el mundo he visto todo tipo de atropellos y humillaciones con los cubanos, como puede ser, para poner un ejemplo, que ante un vuelo suspendido todos los pasajeros son transportados a un hotel —como las regulaciones mandan— pero los cubanos deben permanecer en el aeropuerto y dormir sobre el piso, porque no les permiten ingresar al territorio nacional. O que un funcionario se lleve los pasaportes y los retenga por varias horas sin dar la menor explicación a los afectados, que deben permanecer en algún rincón inhóspito reservado para ellos.

Regularmente los países exigen a los ciudadanos cubanos una cantidad muy alta de condiciones y requisitos para otorgarles una visa. En la zona de la Cuenca del Caribe y Canadá ello también está condicionado por las exigencias norteamericanas que imponen a sus vecinos funciones de porteros para disminuir el acceso de los cubanos a sus fronteras y el uso de la Ley de Ajuste Cubano. Por ejemplo, hasta hace poco México consideraba a los cubanos como “nacionalidad restringida” y mantenía un sistema de visas consultadas. Algo similar ocurría con los países centroamericanos, de manera que los cubanos solo podían llegar a esos países de la mano de un nacional que hiciera la gestión, se responsabilizara con el comportamiento del cubano —como si se tratara de Freddy Krueger— y eventualmente pagara una fianza. Hoy el sistema se ha flexibilizado, pero me temo que aún teniendo dinero y pasaporte habilitado el acceso sigue siendo muy difícil.

Pues ocurre que el nacionalismo testosterónico de los dirigentes cubanos no solo ha sido incapaz de garantizar un presente digno para que los cubanos no deseen emigrar, sino que ni siquiera es capaz de negociar las condiciones de visados con otros países sobre la base de la reciprocidad. Son muchos los países cuyos nacionales no requieren visas consulares para entrar a la Isla —solo pagan una tarjeta de turista en la agencia de pasajes o en el mismo aeropuerto— pero los cubanos solo pueden entrar sin visa a un puñado de países remotos sea porque no se las piden a nadie o por inercia.

Esto puede justificarse pragmáticamente cuando se trata de grandes emisores de turismo, pero no siempre es así. Veamos el caso dominicano, donde no hay involucrado un flujo considerable de turismo. Los dominicanos no requieren visados consulares o de ningún tipo para cerca de 60 países, más de una decena en América Latina. No necesitan visas para ir a Cuba, y solo compran una tarjeta por 15 dólares. Pero para que un cubano visite RD en plan personal debe pagar 90 dólares por la entrevista, 40 por un certificado de no antecedentes penales, ser respaldados por un garante con empleo fijo, propiedades y al menos 7.500 dólares en el banco; y acompañar todo con una carta de garantía hecha por notario y certificada en la Procuraduría General. El proceso de otorgamiento de la visa puede demorar unos dos meses. ¿Perciben el desbalance?

Y hago notar que este asunto de la reciprocidad no es una bandera antimperialista, sino una práctica internacional. En Chile —neoliberal y gobernado por una coalición derechista donde abundan nostálgicos del pinochetismo— los americanos deben pagar 160 dólares por la tarjeta de turismo, lo mismo que un chileno debe pagar por una visa americana. Lo justo.

También ocurre que debido a que el gobierno cubano siempre ha mantenido una relación hostil con su emigración, que ahora a cuentagotas trata de mejorar, los servicios consulares cubanos no incluyen la atención a sus nacionales. De manera que si un cubano tiene dificultades en un país extranjero perdería su tiempo tocando la puerta de la embajada.

Permítanme un ejemplo personal. En 1995 estuve varios meses como investigador invitado en la Universidad de California en San Diego, y entré a USA desde México con una visa de una entrada, por lo que requería de otra visa para regresar. Fui al consulado mexicano con los funcionarios de rigor, pero los mexicanos negaron el otorgamiento aduciendo lo de “nacionalidad restringida”, pero que se podía resolver rápidamente si la embajada cubana intermediaba y me garantizaba. Llamé a la embajada cubana en el DF y simplemente me informaron que ellos no se ocupaban de esas cosas. Cuando ya estaba calculando como convertirme en el primer espalda mojada al revés me encontré con una amiga mexicana empleada de la cancillería que intercedió y consiguió mi visa en un par de horas.

Y finalmente, como no hay peor lobo que el de la propia camada, el cubano que emigra a la Florida, temporal o definitivamente, debe pasar una última prueba ominosa cuando en el aeropuerto de Miami es transportado a un salón cerrado del Homeland Security en que debe esperar la revisión del pasaporte, casi siempre por funcionarios también de origen cubano. Nunca he visto un trato menos profesional que el de esa oficina en el MIA. Conmueve ver a las familias cubanas recién llegadas, acogotadas por las circunstancias, sin experiencias aeroportuarias y acostumbradas a una vida en que no hay derechos civiles y los poderes son inapelables, como son humilladas por los funcionarios cubanoamericanos, expuestas a burlas y a chistes impertinentes sobre el hambre y la mala vida que supuestamente tenían en Cuba.

Yo lo sé porque aunque viajo con pasaporte dominicano y tengo una visa permanente, también me hacen pasar al cuartico por mi origen cubano. La última vez, en Miami, protesté por las impertinencias de un joven oficial que preguntó a un anciano en voz alta si la delgadez que ostentaba era por “falta de jama”. Y luego estuve dos horas y media esperando por mi entrevista. No sé si por lo riguroso del proceso o porque estaba otra vez en esa parte inferior de la cadena alimenticia que pensé había dejado atrás junto con el pasaporte azul marino con el escudo cubano.


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