Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cuba, Egipto

Revoluciones

“Es mejor estar preparado en caso de que el virus de Egipto nos contamine la población”, cree el protagonista de esta narración

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El lapicero con que escribía fue lentamente perdiendo la idea hasta detenerse por completo sin terminar la oración. Lo dejó finalmente caer olvidado sobre el papel mientras alzaba la mirada hasta la ventana, por donde se asomaba un sol ya casi sin fuerzas, bajando hacia el horizonte y coloreando la oficina de un matiz rojo naranja que se pintaba por las paredes. El futuro que nos espera podría tener un color muy parecido si no logramos mantener las cosas en su lugar, pensó. Había pasado todo el día de reunión en reunión pero siguiendo muy de cerca las noticias de la revolución en Egipto, esperando a que Hosni Mubarak por fin se decidiera a hacer algo para acabar con aquellas manifestaciones que inundaban las calles de El Cairo y otras ciudades importantes del país. Ya casi al final del día, revisando algunas notas de urgencia, pensaba en la repercusión que podría tener en la Isla lo que estaba sucediendo en Tahrir. ¿Cómo es posible que Mubarak le haya permitido al pueblo salir a la calle y no oponerle ninguna resistencia?, se preguntó. Toda esa gente en la plaza, sintiéndose con derecho a alzar sus demandas sin miedo a que la policía y el ejército los repriman, crea un precedente muy peligroso para los que estamos más o menos en la misma situación. Cuando el mundo los está mirando ellos se sienten invencibles, terminó con un fastidio. El ejército debió haber actuado hace mucho rato y no dejar que las cosas llegaran hasta este punto.

Se sacó los espejuelos lentamente y los dejó sobre la mesa, dejando al descubierto un rostro visiblemente cansado. Acercó la taza de café hasta sus labios y se empinó el último sorbo de un líquido frio y rancio, seguido por una mueca que trató de ignorar. Los rayos del sol se habían vuelto para entonces de un rojo intenso y ahora daba la impresión que dentro de la oficina las paredes ardían, con un fuego artificial. Se reclinó en su silla para reposar la espalda y volvió a sus pensamientos casi que involuntariamente, mientras sujetaba la taza vacía en el centro de su mano, dejando que sus ojos retozaran con sus formas. Es el pueblo el peor enemigo de la revolución, dijo para sí como en un murmullo. El día que ellos se tiren a las calles y tengamos que sacar al ejército para aguantarlos, estaremos escribiendo el principio del final y eso es lo que la revolución tiene que evitar a toda costa. Es el miedo lo que los mantiene a ellos en sus casas y con la boca cerrada y ese miedo no lo pueden perder o se nos va la situación de las manos. Tengo que explicar eso claramente en esta nota para que tengan mucho cuidado al divulgar la noticia esta noche, porque los detalles podrían alentar a los disidentes y a sus seguidores a iniciar nuevas protestas. Es mejor decir que la situación en Egipto es el producto de un boicot de los americanos e israelíes, para crearle problemas a la revolución del Presidente Mubarak, sin darles más detalles.

Acarició la taza con un dedo, como quien trata de agradecerle a un viejo y fiel soldado después de una batalla perdida. Esa mierda de tecnología, computadoras e Internet lo están haciendo todo mucho más complicado. Hace apenas unos meses podíamos controlar lo que se decía con solo una llamada telefónica, pero ahora se ha vuelto una pesadilla mantener un secreto por más de veinticuatro horas y ya ni en el teléfono podemos confiar. Ahora somos nosotros los que terminamos enterándonos por los demás de lo que está sucediendo la mayoría de las veces. Vivir haciéndole el juego a las circunstancias se ha vuelto cada día más difícil con tanta competencia, se lamentó en silencio. Recogió los espejuelos de su escritorio y se los volvió a colgar de la nariz, con ánimos de volver al papel que tenía delante, pero instantes después las imágenes de la rebelión en Egipto le volvieron a nublar las ideas. Al principio aquello se me pareció a otro Tiananmen y estaba casi seguro de que con un par de muertos todo quedaría resuelto, pero Mubarak ha resultado ser muy blandito a pesar de su experiencia como militar. ¿Por qué no actúa con mano dura y dispersa a todos esos revoltosos de una vez?, ¿estará esperando a tener una buena excusa o será que Obama le ha pedido que respete las demandas del pueblo y que los deje protestar en paz? Ese prieto no pudo llegar en peor momento. Él debería ser el mayor interesado en mantener a Mubarak en el poder, porque después de todo Egipto ha sido muy importante para los intereses estadounidenses en la región. Como quiera que sea, el mensaje es muy peligroso y aquí hay mucha gente a las que les gustaría vernos terminar nuestros días pudriéndonos en un calabozo, pagando por lo que ellos consideran, han sido innecesarios crímenes e injusticias. Con la gente en la calle, los americanos y los europeos no van a perder la oportunidad para hacerle ver al mundo cómo el gobierno comunista reprime a su propio pueblo, ignorando sus voces y sus demandas de cambio. Ya mi hermano no tiene ni la salud ni el prestigio de antes y para las nuevas generaciones él es solamente un abuelo al que su senilidad le ha dado por meter las narices en todos los asuntos, presumiendo guerras terribles y desastres nucleares. Yo por mi parte no tengo ni he tenido nunca el apoyo del que él siempre disfrutó. Ni su facilidad de palabra, ni su carácter, ni su agilidad en voltear la tortilla para el asombro y sonrisa de todos los periodistas y, por otro lado, no puedo ignorar que desde hace algún tiempo vivimos sobre una bomba a la que constantemente le estamos apagando una y otra vez la mecha, pero cada vez la mecha se nos va haciendo más y más corta. También está el tema de los disidentes, que son muy problemáticos y han demostrado ser más listos y persistentes de lo que imaginamos en un principio. Saben que tenemos los días contados y es por eso que incluso ofreciéndoles mudarse a otro país para sacárnoslos del camino, algunos deciden apretarse el cinturón y quedarse. ¡Se nos escurren entre los dedos como los que no tienen nada que perder!, no podemos encerrarlos como delincuentes porque eso nos crea incluso más problemas con la opinión pública y ahora con las huelgas de hambre nos han convertido a todos en doctores de la sala de urgencia de un hospital. ¡Ah!, si tuviéramos la posibilidad de otro Mariel para usarlo como válvula de escape y se fueran algunos miles, pero ya ni eso podemos hacer. Tengo que reconocer que estamos perdiendo poco a poco la batalla y cada vez cuesta más trabajo convencer a este pueblo de que somos su mejor solución. Mi hermano insiste en seguirles dando caramelitos para estirar y estirar el asunto y así será, al menos hasta que él se muera. A mí, sin embargo, me gustaría darle esta silla a cualquier otro interesado e irme con mi familia a vivir mis últimos años a algún lugar más tranquilo y olvidarme de toda esta mierda. Al final, este pueblo es muy desconsiderado, concluyó.

El rojo de las paredes se había transformado para entonces en un violeta muerto, que se escurría por el techo con la llegada de la noche, desafiando las fuerzas de la gravedad. Se detuvo en sus pensamientos, como quien descubre con asombro que ha ido demasiado lejos. El silencio perfecto de la habitación inundó también sus ideas por varios segundos, antes de dejarlo continuar. Creo que debería preparar una salida de emergencia, en caso de que un día nos despertemos del sueño y ya sea demasiado tarde. Con mi hermano no puedo contar porque yo estoy seguro de que él prefiere pegarse un tiro antes de escaparse como un fugitivo a esconderse de sus derrotas a casa de algún pariente lejano, pero cuando el pueblo diga hasta aquí, no va a entender de razones y es mejor estar preparado en caso de que el virus de Egipto nos contamine la población. Agarró la taza vacía con la esperanza de encontrar una última gota de café que pudiera escurrirse entre los labios, pero una pasta arenosa y dulce era todo lo que quedaba en el fondo, a través de la cual se podía leer con algún trabajo “made in china”. Comprendo ahora con más claridad que nuestra lucha debió terminar el mismo día en que tomamos el poder y restablecimos el orden. Teníamos que haber llamado a elecciones y dejar que la democracia volviera a regir en este país, pero mi hermano no quiso porque pensaba con razón que se la hubieran robado los yanquis y luego tendríamos que haber hecho otra revolución dos años después y luego otra dos años más tarde. Hoy yo estoy convencido de que teníamos que haber llamado a elecciones y que se las robaran, que cará. No estaríamos con tantos problemas y no hubiéramos tenido tantos pesares en nuestras vidas. Si se hubieran robado las elecciones y todo se hubiera ido a la mierda, hoy nos considerarían con más respeto y apreciarían más lo que el socialismo le ha traído a este país. Igual luego de tantos sacrificios, lo único que hemos logrado es mantener prisionera a una flor que no va a poder sobrevivir sin su dueño. El día que nos entierren, la gente va a ser borrón y cuenta nueva y no querrán saber nada de comunismo ni de socialismo, como le ha pasado a tantos ex aliados del este europeo. Se van a acordar de nosotros cuando no tengan educación gratis, ni hospitales, ni derecho a nada que no puedan pagar, pero eso ya no va a importar porque va a ser demasiado tarde para ellos y para nosotros.

Miró el reloj en la pared y trató de adivinar sus agujas, perdidas en la penumbra de la noche que finalmente lo había inundado todo. Se enderezó en la silla, como para tomar un segundo aire y encendió la lámpara elegante que tenía encima del escritorio y que fue iluminando uno a uno sus papeles pero sin ningún apuro. Se acomodó los espejuelos, se estiró la guayabera y recogió el lapicero que había dejado abandonado hacía más de una hora. Trató de retomar la idea y continuar con lo que tenía escrito, pero se tomó un último segundo para murmurar como en un rezo, ojalá y Mubarak comprenda la locura que está cometiendo antes de que sea demasiado tarde, y suspiró.

Apretó el botón más gastado del teléfono, al que instantáneamente respondió del otro lado una voz tosca pero amable.

― Ordene General…, disculpe, Presidente.

― Tráigame otro café y déjese de boberías, le respondió secamente.


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