Actualizado: 27/03/2024 22:30
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Deportes

Boxeo

126 libras de chocolate

Eligio Sardiñas Montalvo: De campeón mundial de boxeo a una vida sin Esperanza.

Enviar Imprimir

Back Bill, vencedor de Izzi Schwart y Panamá Al Brown, se hizo cargo del entrenamiento en el Gimnasio de los hermanos Clemente, y condujo a Kid Chocolate hasta una victoria por decisión unánime —tan inesperada como rotunda. Johnny Cruz, al igual que Kid, era un estilista de fina técnica (no en balde Luis Felipe pensaba convertirlo en una nueva estrella, luego que Black Bill había malbaratado prestigio y fortuna en apuestas de caballos), pero pronto debió comprender que su rival lo aventajaba en movilidad. Perdió la paciencia. Al insolente negrito sólo parecía preocuparle que alguien lo despeinara sobre el encerado. Cuidaba de sus cabellos más que de la boca de su estómago, protegida tras muralla de músculos. Desde esquinas contrarias, Luis Felipe y Black Bill se telegrafiaban mensajes gestuales: Luis Felipe alzó las cejas ("no hay mucho que hacer"), Black encogió los hombros ("lo siento, la suerte está de nuestra parte"). Ese día, a Eligio Sardiñas Montalvo se le abrió la puerta de la suerte, aunque nadie podía asegurar que tal vía de escape condujera a sitio seguro. El último pórtico que acababa de cerrarse era el de un estudio de fotografía donde lo habían desenvuelto como un bombón. Fin del pasado.

De todo ello se acuerda Luis Felipe en el interior del Cadillac. Baja la ventanilla para advertirle a su pupilo que va a pescar un resfriado, justo en el momento que Chocolate se quita la gorra de gamuza y la encaja en la cabeza del niño que, brazos en cruz, hace la pantomima de haberse quedado ciego. Luis Felipe tira el cigarro a la calle. El campeón se acomoda en el puesto del chofer. Antes de colocar la llave en el interruptor de marcha, ronronea el sonido del motor. ¡Runrunrun!... Al alejarse el Cadillac, zigzagueando, ninguno de los dos pasajeros ve que Bonnie Flinn cruza la resbaladiza calle, del brazo del chino maquillista —como si ambos aprendieran a esquiar sobre un espejo.

III

Black Bill se miró al espejo del baño y apenas reconoció aquel rostro hinchado que a su vez lo contemplaba con un poco de inmisericordia. El ojo derecho fijó la atención en el reflejo del izquierdo, el nublado, el inútil, el vago. Con el dedo índice, subió el párpado para revisar cuánto había avanzado la neblina de sangre desde su último pugilato, y tanta roña le dio calibrar la invasión de la ceguera que se echó agua en la cara porque no soportaba el llanto de su ojo tuerto. Se puso lentes oscuros para ocultar su vergüenza. Regresó al vestíbulo. Kid Chocolate iba entrando en el Hotel y le dio alegría ver a su ídolo de juventud trastabillando con los bordes de los muebles. Al abrazarlo, Black se protegió el rostro con los puños, como un niño sorprendido en una travesura. Kid creyó que el gladiador andaba subido de copas, por lo que propuso seguir la parranda en el bar del mezanine, lejos de los reproches de Luis Felipe. "Te extrañaba, hermano", dijo. No habían vuelto a encontrarse desde la pelea contra Johnny Cruz, y al saber que Black había llegado de La Habana la noche anterior, Kid quizás pensó que le traía noticias de Esperanza. Pero no.

No. Black lo había esperado seis horas en el vestíbulo del hotel porque necesitaba una pelea, una más, por favor, unos pocos minutos para defender su matrimonio con aquella mulata regordeta que ahora cargaba en la panza un hijo suyo. Nada dijo del ojo roto. Durante la cena, en el restaurante del Hotel París, Kid le mencionó el tema a Luis Felipe y ambos estuvieron de acuerdo en echarle una mano. ¿Quién de ellos se atrevería a tirar la primera piedra? A pesar de su vicio por el juego de dados o su total debilidad ante unos pechos redondos ("tuvo una infancia tan triste: el barrio de Jesús María no perdona", dijo Luis Felipe), a pesar de sus arrebatos de violencia o sus broncas en tugurios de manoplas y rameras ("una vez destartaló a seis borrachos, en defensa mía, y no dejó que yo interviniera porque debía boxear el próximo fin de semana", recuerda Chocolate), a pesar de su injusta suerte en el póquer o de las noches que perdió bailando charlestón en antros de quinta clase, a pesar de su excelente mala vida, el inocente Eladio Valdés merecía otra oportunidad, siempre y cuando les prometiera soñar en grande.

Black Bill volvió al establo de gladiadores de Luis Felipe, un rancho en las afueras de Nueva York, y con esmero propio de adolescente se entregó en cuerpo y alma a la hazaña de mejorar su alma y su cuerpo, aunque a Chocolate le llamó la atención que prefiriera correr sólo por los senderos del bosque y que, al término de las sesiones de entrenamiento, se encerrara en su dormitorio, negándose a socializar con sus compañeros. Así lo comentó con Luis Felipe. "Todo hombre tiene derecho a guardar secretos. En lo único que tu amiguito debe pensar es en la cara de perro de Midgest Wolgast y en el Madison Square Garden, que esa noche va a reventar de burlones", respondió el entrenador y no le concedió mucha importancia a las rarezas de Black. El cara de perro de Midgest Wolgast acababa de ganar el cinturón mundial de peso mosca, y había aceptado esa pelea contra Black Bill, pactada quince rounds de tres minutos, sin conteos de protección, porque pensaba seguramente que el famoso mujeriego sería una leyenda fácil de desacreditar sin poner en peligro la corona. Cuatro días antes de la fecha marcada, Chocolate acompañó al malgenioso Black Bill a la barbería, pues por órdenes del entrenador debía presentarse en público con un rostro más amable: "Éstas son cosas de maricones", se defendía Black mientras el peluquero le aplicaba fragancias mentoladas en el cuello y las mejillas. En una pausa cualquiera (la irrupción de un cliente, un poco más de filo en la navaja) Kid notó que el párpado izquierdo de su amigo se había quedado en vela, como una cortina a la que se le hubiesen aflojado los resortes. Acercó su mano a la cara. No obtuvo respuesta. Entonces Black olfateó el aliento de Kid, giró la cabeza y le clavó en la conciencia de su amigo la estocada suplicante de su único ojo vivo; el ojo muerto, en su brutal indiferencia, parecía transplantado de un asno: "No le digas a nadie", dijo: "Prométemelo". A Eligio Sardiñas no le alcanzaría la vida para arrepentirse de aquel pacto.


Kid Chocolate de frenteFoto

Kid Chocolate.

En esta sección