Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Arabia Saudí, Príncipe, Khashoggi

El príncipe que se creyó invencible y quizá no lo sea

El hijo favorito del rey Salman concentra un poder sin precedentes en Arabia Saudí, pero el amigo favorito del yerno de Donald Trump tiene también muchos enemigos

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Hace apenas tres años y medio, Mohamed bin Salman era un príncipe saudí más en una familia real legendariamente extensa, que como tantos de sus tíos y primos se entretenía con la bolsa y los negocios y alguna que otra veleidad filantrópica.

Todo cambió cuando su padre, Salman, ascendió al trono en enero de 2015. Mohamed emergería de las sombras, acumulando más poder que ningún otro príncipe antes, y en cuestión de meses pondría patas arriba Arabia Saudí, donde los cambios siempre llegaban a cuentagotas, con un discurso de transformación que embelesaría no sólo a jóvenes y mujeres saudíes sino también a los líderes occidentales, de acuerdo a un artículo aparecido en el diario español La Vanguardia.

De todos los vástagos, no era el que parecía mejor colocado frente a sus admirados tres hermanos mayores, hijos de la primera mujer. Pero tenía una cualidad que le hizo pasar por delante de todos: era el favorito de Salman.

Creció pegado a él. Tenía 12 años cuando empezó a acompañar a su padre, entonces gobernador de la provincia de Riad, a las reuniones. A diferencia de muchos príncipes, que van a la universidad en el extranjero para probar las libertades occidentales, Mohamed prefirió quedarse en Riad, cerca de su padre. Se licenció en Derecho en la Universidad Rey Saud, segundo de su promoción.

Nacido en 1985 y primogénito de la tercera y última esposa de Salman, Fahda, al parecer Mohamed nunca ha fumado, no bebe alcohol ni le gustan las fiestas.

Al llegar al trono, Salman nombró a su hijo favorito ministro de Defensa —con 29 años, el más joven del mundo— y en pocos meses lo puso al frente del monopolio estatal de petróleo y el órgano de inversión pública.

Mohamed, a quien empezaron a llamar MBS, no tardó en mostrar sus ambiciones. Lanzó una campaña militar en Yemen (que ha acabado en desastre), montó un boicot a Qatar, anunció una transformación económica para reducir la “adicción” al crudo y proclamó que Arabia Saudí debía dar la espalda al islam radical.

Inversores extranjeros, y también los jóvenes saudíes, estaban entusiasmados con el aire fresco que al parecer traería al reino el príncipe.

Lucha por la sucesión

En una decisión que retrospectivamente parece una pieza de un plan maestro, Salman designó príncipe heredero a Mohamed bin Nayef, ministro de Interior y primero de los nietos de Ibn Saud, fundador del reino, que llegaba a la primera línea de la sucesión. Significativamente, Salman se aseguró de limitar su poder, integrando su corte real en la del rey, que presidía su hijo.

El ascenso del príncipe comenzó a levantar ampollas en la familia real, donde circuló una carta criticando su arrogancia y llamando a un golpe de palacio. Pero en junio de 2017 los Salman se adelantaron: Bin Nayef fue defenestrado y Mohamed fue nombrado heredero. Se quitó de la cartera de Interior la inteligencia y el contraterrorismo, que pasaron a estar bajo Bin Salman.

La purga se consolidó en noviembre, con la detención de cientos de príncipes y poderosos empresarios en una supuesta “operación anticorrupción”. Entre ellos, Miteb bin Abdulah —hijo del fallecido rey Abdulah y aspirante al trono—, destituido al frente de la Guardia Nacional, la última rama de las fuerzas de seguridad que escapaba a Bin Salman.

Al conceder a su hijo, uno a uno, todos los resortes del poder, Salman “destruyó el principio de consenso” que imperaba en la casa de los Saud para atajar las luchas fratricidas tras la muerte del patriarca, señala David Ottaway, un académico estadounidense del Wilson Center y gran conocedor del entramado de poder saudí. “Es trágico, porque Salman siempre había sido el gran conciliador en la familia real, el que resolvía las disputas internas, hasta que decidió que su legado iba a ser su hijo favorito”, lamenta Ottaway.

“Mohamed y su padre han sido muy estratégicos al colocar a miembros leales del clan Salman en los cargos clave. Nunca un príncipe había concentrado tanto poder”, dice Courtney Freer, analista del Middle East Centre de la London School of Economics.

El escándalo Khashoggi ha lanzado por los aires la imagen de reformista cultivada por Mohamed bin Salman, que tantos elogios le ha valido desde los gobiernos occidentales. Sus decisiones de quitar el poder a la policía religiosa, de abrir cines y salas de conciertos, de permitir conducir a las mujeres, de repente parecen tonterías al lado de la imagen siniestra de un príncipe que se cree tan invencible como para mandar asesinar a un periodista crítico en un consulado.

“Es impetuoso: toma decisiones sin pensar en las consecuencias de sus actos. Es errático. A veces me pregunto incluso si es paranoico. Es narcisista, como Trump. Pero no se puede negar que es muy inteligente y trabajador, de los que llega a las reuniones con los informes estudiados al detalle”, le describe Ottaway.

Hace tiempo que los activistas advertían de la cara oscura del príncipe, que decía que detenía a imanes radicales, pero aprovechaba para apartar a reformistas religiosos, que pide la pena de muerte para un economista crítico con sus reformas, que tiene detenidas en aislamiento a feministas mientras presume de defender los derechos de la mujer.

El papel de la Administración Trump

Para Adam Coogle, investigador de Human Rights Watch, Bin Salmanes un monstruo fabricado por EEUU. “El factor decisivo en su ascenso fue el apoyo de la Administración Trump, particularmente su cercanía con el yerno del presidente, Jared Kushner”, dice Coogle. Hasta entonces, el hombre de EEUU era Mohamed bin Nayef, muy respetado por su trabajo en la lucha antiterrorista entre las agencias de seguridad y el ejército estadounidenses, que han visto con aprensión el auge del joven e irreflexivo príncipe. La noticia de que Bin Nayef había sido defenestrado y puesto bajo arresto domiciliario (al parecer así sigue) “molestó a muchos en Washington”, señala Coogle.

Bin Salman se ha ganado muchos enemigos en la casa real saudí que podrían ver en el escándalo Khashoggi la oportunidad que esperaban para acabar con él. Pero tras la implacable purga de los Salman, no está claro que quede nadie con capacidad para dar un golpe palaciego.

“Sólo el rey Salman, si abre los ojos a que su hijo favorito está fuera de control y es un peligro, puede quitarle del poder”, opina Ottaway, quien piensa que quizá el rey es el “único que decía la verdad” cuando aseguró a Trump que no sabía nada de lo ocurrido con Khashoggi.

Se rumorea que el rey padece demencia senil y que Bin Salman ha logrado extender sus tentáculos de poder y aislarlo, pero Ottaway cree que Salman aún manda. Señala un precedente significativo, cuando Bin Salman pretendió sumarse al plan de paz palestino-israelí de Kushner. “El rey se puso firme y se negó”.

¿Mantendrá el rey el apoyo a su hijo favorito?

“La pregunta ahora es si Salman mantendrá su apoyo a este hijo que se ha convertido en persona non grata en Washington, quizás no en la Casa Blanca pero sí en el Congreso y en la prensa, y que ha hecho un daño irreparable a la relación entre Arabia Saudí y Estados Unidos”, señala Ottaway.

Se trata de un dilema tremendo el que encara el rey saudí, que pronto tendrá que decidir si echa a un lado a su sucesor escogido a fin de preservar las buenas relaciones de Arabia Saudí con Washington, expresa Ottaway en un artículo aparecido en el diario digital estadounidense Politico.

Es cierto que de momento el príncipe heredero continúa contando con el apoyo del presidente Donald Trump, pero fuera de la Casa Blanca cada vez más es visto como un indeseable en Estados Unidos. Congresistas de ambos partidos están solicitando al presidente que adopte una posición más severa ante lo ocurrido y no se han detenido a la hora de formular sus opiniones ante la prensa.

“Creo que Mohamed bin Salman estuvo involucrado en esto, que dirigió esto y que esta persona fue asesinada a propósito”, dijo el senador republicano Bob Corker el domingo en una entrevista en la cadena CNN. “Se deben establecer sanciones para cualquiera que haya tenido algo que ver con eso”, añadió. “Nunca me convencerán de que no hizo esto”, afirmó el también republicano Lindsey Graham en la cadena Fox. El senador demócrata Dirck Durbin se quejó de la tibieza de Trump, que pide tiempo y más pruebas antes de señalar a Riad. “La única persona en la Tierra fuera del reino saudí que parece aceptar la investigación saudí es el presidente Trump. Debemos expulsar formalmente al embajador saudí en EEUU hasta que se complete la investigación por parte de un tercero sobre el secuestro y el asesinato de Jamal Khashoggi”, recalcó, de acuerdo a una información aparecida en El País.

¿Qué hará Trump?

El propio Trump ha ido cambiando el tono respecto a Riad conforme ha ido surgiendo más información en torno al caso. De dar por buenas las primeras explicaciones de los saudíes, ha pasado a admitir que “obviamente, ha habido engaño y mentiras”.

Trump ha enviado a la directora de la CIA a Turquía, para conocer la información que manejan los agentes de inteligencia de ese país sobre el asesinato.

“No estoy satisfecho con lo que he oído [de Arabia Saudí]”, dice el presidente.

Sin embargo, de momento no hay muestra alguna de que corra peligro la relación con quien considera un “aliado increíble” y con quien hace algo más de un año firmó el mayor contrato de venta de armas de la historia estadounidense. Se trata, además, de uno de los escasos amigos que tiene Trump en Oriente Próximo, junto con Israel, y con el que puede contar para hacer cumplir las sanciones contra Irán.

Las primeras medidas anunciadas por el Gobierno de Trump apuntan a los supuestos ejecutores del asesinato, pero no se atreven con quienes ordenaron llevarlo a cabo.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, informó el marte de que se revocará el visado de los funcionarios del país supuestamente implicados en la muerte de Khashoggi, que vivía en EEUU. Se trata de una penalización leve, aunque Washington advierte de que le seguirán otras medidas cuando avancen las investigaciones.

“Estas sanciones no serán la última palabra de EEUU sobre este asunto”, advirtió el jefe de la diplomacia. “Estamos dejando claro que no toleraremos esta forma despiadada de silenciar al señor Khashoggi, un periodista, por medio de la violencia”, añadió. Pompeo señaló que EEUU había identificado como supuestos responsables no solo a agentes de inteligencia, sino también funcionarios reales y de diferentes ministerios.

Trump, por su parte se refirió el martes a lo sucedido como “el peor encubrimiento de la historia”. Pero, qué preocupa al presidente de EEUU: ¿el asesinato macabro o que no lo ocultaran bien?

De momento también, el rey Salman no parece mostrar intención alguna de cuestionar a su heredero, al que ha nombrado al frente de una nueva comisión encargada de reorganizar los servicios de inteligencia que ya se encontraban a su cargo.

Las evidencias, sin embargo, no dejan duda sobre la participación directa del príncipe heredero. Los saudís han arrestado 18 individuos, de los que no han dado a conocer su identidad, y destituido a cinco altos cargos, en respuesta a las informaciones aparecidas en la prensa turca. Dos de los funcionarios de alto rango destituidos se encuentran entre los más cercanos colaboradores del príncipe heredero: Saud al Qatarí, su principal estratega de relaciones públicas, y el mayor general Ahmed al Assiri, su vice jefe de inteligencia.

Los periódicos The Washington Post y The New York Times han logrado identificar a 12 de los 15 miembros del grupo que viajó a Turquía y se supone involucrado en el asesinato, los cuales son miembros de la inteligencia saudí. Al menos cuatro de ellos pertenecían a la guardia real encargada de la protección personal del príncipe. En total, se conoce que al menos seis de los funcionarios y oficiales involucrados mantenían una extremada cercanía con el príncipe Mohammed.

En Estados Unidos y en todo el mundo se conoce este patrón de conducta de Arabia Saudí, de en un primer momento negar los hechos para luego tener que aceptarlos, sobre todo a partir de lo descubierto por la prensa. Cuando ocurrió el ataque terrorista del 11 de septiembre, luego de una inicial y tenaz negativa, el reino tuvo que reconocer que 15 de los 19 secuestradores que realizaron los actos terroristas eran saudís, aunque no se encontraron pruebas de una participación de la casa real en los hechos. Ahora las pruebas del asesinato bestial de Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post, apuntan directamente a un miembro de la familia real. Así que el rey Salman tendrá que decidir si el heredero del trono sea un paria en Washington, si no para Trump y su yerno, sí para el resto de los estadounidenses.


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