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Paz, Colombia, Elecciones, FARC

Quiénes ganan y quiénes pierden con la reelección de Santos

La presencia de la misma figura en la silla presidencial no significa que hoy Colombia amaneció igual que ayer, pero tampoco es muy diferente

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“Lo que estaba en juego no era el nombre de un candidato, sino un rumbo para el país”, declaró el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, al anunciar su victoria.

Se equivoca quien piensa que nación sudamericana continuará inalterable, simplemente porque su mandatario cuenta ahora con un nuevo período de gobierno.

Estos son algunos de los ganadores y perdedores en las elecciones de ayer, más allá del propio Santos. CUBAENCUENTRO ha preferido presentarlos sin entrar en una clasificación rígida. Por supuesto que hay claros ganadores, como el nuevo vicepresidente Vargas Lleras, pero en el caso de los que podrían ser considerados “perdedores”, como Zuluaga y Uribe, no es posible usar igual énfasis. Por lo tanto, hemos optado por presentar simplemente una lista de nombres:

El proceso de paz

Como ha explicado la analista Juanita León, la dicotomía planteada por Santos entre el “fin de la guerra” o “la guerra sin fin” no es tan sencilla, así como tampoco lo es la planteada por Zuluaga entre la “paz con impunidad” o “la paz sin impunidad”. Pero, aún en el improbable caso de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) aceptaran las condiciones que el candidato uribista dice que les exigiría, se estaría escogiendo entre dos modelos de negociación muy diferentes. Los electores optaron por la de Santos.

La negociación de Santos parte del supuesto de que existe un conflicto armado que tiene raíces políticas y su objetivo es crear las condiciones para superarlas.

En cambio, tanto Óscar Iván Zuluaga, como Álvaro Uribe, consideran que no hay un conflicto armado interno sino una amenaza de un grupo terrorista contra un Estado legítimo.

La elección en las urnas fue, sobre todo, un respaldo al proceso de negociación que se lleva a cabo en La Habana, pero no una carta blanca a Santos para dirigirlo.

“Las FARC ya aceptaron dejar las armas y las drogas y transformarse en partido político. El Gobierno por su parte aceptó implementar un programa de paz territorial con una reforma agraria integral que llevaría por fin el desarrollo y el Estado a la Colombia rural, profunda y salvaje. Ambas partes priorizarán los derechos de las víctimas y no harán intercambio de impunidades. Tirar todo esto a la basura sería una locura”, escribió la semana pasada en El País Joaquín Villalobos.

No todos, sin embargo, comparten esta posición.

“Si llega a un acuerdo con las FARC que en concepto del uribismo tuviera un alto grado de impunidad, la inseguridad política y jurídica del proceso (de paz) será altísima”, advirtió Rafael Guarín, un analista cercano al expresidente Uribe, de acuerdo a BBC Mundo.

Y Guarín también recordó que el acuerdo no solo tiene que satisfacer a los colombianos, sino también cumplir con las demandas del Derecho Internacional a la hora de garantizar que los crímenes de lesa humanidad y otras violaciones flagrantes de los derechos humanos no queden en la impunidad.

El lado oscuro —y hasta peligroso— de que la elección se centrara en el proceso de paz ha sido el hecho de la manipulación electoral, tanto por los candidatos como de la guerrilla, e incluso de organismos internacionales y otros países.

El candidato del partido de derecha radical Centro Democrático matizó en los últimos días de campaña su posición frente a las conversaciones con las FARC y dijo que si llegaba al poder plantearía a esa guerrilla una serie de condiciones para continuar con el proceso.

Antes Zuluaga se había manifestada en contra de la negociación y a favor de acabar con la guerrilla por la fuerza sino se rendía. El cambio de última hora fue interpretado por muchos colombianos como un giro simplemente de cara a las urnas, pero además consideraron que las condiciones que impondría a la guerrilla serían tales que el proceso se interrumpiría igualmente.

Por su parte, la guerrilla —y posiblemente también La Habana— irrumpieron en el proceso electoral de forma flagrante.

El reconocimiento de las víctimas por parte de las FARC y la revelación de una “fase exploratoria” de diálogos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) marcaron la agenda electoral y mediática del país.

En solo tres días, las fichas políticas comenzaron a moverse y el país conoció anuncios que podrían marcar el comienzo del fin del conflicto armado interno que vive Colombia desde hace medio siglo, y que ya deja —según cifras oficiales— más de 220.000 afectados.

Los anuncios se convirtieron en el acelerador que el gobierno colombiano tanto necesitaba para alcanzar la reelección del Santos en la segunda vuelta.

A ello se unió que los directores de empresas y líderes sindicales se declararon a favor de la paz, motivados en parte por un análisis reciente de Naciones Unidas, que predice que “mediante la terminación del conflicto (con los grupos guerrilleros) habría una aceleración significativa del crecimiento económico”. El análisis afirma que, en condiciones de paz, Colombia habría crecido 8,7 % en 2013 en lugar del 4,3 % alcanzado, de acuerdo al diario El Comercio.

Ahora falta por ver que las buenas intenciones se materialicen, pero si se tiene en cuenta la historia colombiana de las últimas décadas, caben las sospechas.

Por cada intento de negociación política con las FARC en los últimos 38 años, por lo menos han habido dos con el ELN. Y todos han fracasado.

El triunfo de Santos no es, por otra parte, una victoria aplastante. Su triunfo no fue obtenido con un margen tan amplio que permita afirmar que el proceso de paz queda ahora totalmente en sus manos.

La presencia en el parlamento de un importante bancada de oposición de derecha —beligerante y disciplinada como seguramente será la que encabezará Uribe— también marcará una importante diferencia con respecto al primer mandato de Santos. Y muy probablemente tendrá consecuencias más allá del proceso de paz.

“Si bien Santos va a tener mayoría, no va a ser tan grande como la que tuvo en su período anterior”, le dijo a BBC Mundo Marcela Prieto, directora del Instituto de Ciencias Políticas, un centro de análisis con sede en Bogotá.

“Va a tener la oposición del Centro Democrático y además alguna parcial del (izquierdista) Polo Democrático y alguna parcial del Partido Conservador. Y ellos se pueden unir en temas estratégicos y convertirse en una piedra en el camino”, explicó Prieto.

Santos está prácticamente obligado a culminar satisfactoriamente las negociaciones con las FARC en La Habana y avanzar lo más rápidamente posible en las conversaciones con el ELN, la segunda guerrilla del país.

“Hay que recordar que según las encuestas el 73 % de la población dice que no está de acuerdo con que las FARC participen en política y el 83 % que deben pagar cárcel todos”, señala Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), también según BBC Mundo.

El voto ausente

Han cambiado los nombres de los partidos, pero la política colombiana sigue en su eterna confrontación entre liberales y conservadores, como tan bien la describió Gabriel García Márquez en trabajos periodísticos y literarios. Esta es una de las explicaciones del fuerte abstencionismo electoral en el país.

La falta de presencia en las urnas es una de las manifestaciones del desencanto de los electores colombianos con sus políticos. En los últimos 16 años, los que salen a votar no han superado el 49 %. En esta última elección presidencial el abstencionismo se disparó y llegó en la primera vuelta al 60 %. Sin embargo, se redujo en la segunda al 53 %, aunque todavía es una cifra más alta que las de las elecciones precedentes.

Venezuela

El triunfo de Santos es sin duda un alivio para el gobierno de Nicolás Maduro. El ala más radical de la oposición venezolana había abogado abiertamente a favor de una victoria de Zuluaga.

“La idea de que Colombia no tiene un conflicto sino una amenaza terrorista está coincidiendo con la idea de que Venezuela es una dictadura y no un país que ha tenido 15 elecciones en 15 años. A esto se suma la creencia de que en este momento en Cuba son más importantes los cambios democráticos que la profunda e irreversible transformación social que están dejando los cambios económicos”, escribió Villalobos en El País.

Esta es lo que podría considerarse, “la visión de la izquierda”, pero de acuerdo a los uribistas, la reelección de Santos va a significar que Colombia corre el riesgo de convertirse en un país castro-chavista: autoritario, con una oposición perseguida e inspirado en la dictadura de Cuba.

En los últimos cuatro años, Santos ha mantenido una relación pragmática con sus vecinos. Para empezar y especialmente con Venezuela, con la que Colombia comparte 2.000 kilómetros de frontera. Ello no quiere decir que no se produjeran momentos de crispación, pero nunca han sido tan intensos como los ocurridos durante los mandatos del fallecido presidente Hugo Chávez y Uribe. Una de las tantas paradojas de la política, porque durante el primer proceso electoral que dio la victoria a Santos —entonces el protegido de Uribe—, en Venezuela presentaban al ahora presidente reelecto como una especie de “bestia negra”.

Por su parte, el expresidente colombiano Ernesto Samper había respondido en estos términos a panorama.com.ve, cuando se le preguntó sobre las implicaciones para el gobierno chavista de una victoria de Zuluaga:

“Es muy complicado, pronóstico reservado porque ellos han sido muy duros con Venezuela en esta campaña. Han acusado al Gobierno de castro-chavismo, que es un cliché hueco que no tiene ninguna explicación, han dicho que se retirarían de la Unasur. Han convertido el tema de Venezuela, que nunca había sido tema electoral en Colombia, mucho menos contra Venezuela, lo han convertido en campaña, de tal manera que si llegaran a ganar vendrían dificultades porque han anunciado un cambio de política radical”.

Nada de esto ocurrirá, al menos por el momento.

Cuba

Es posible que un triunfo del candidato opositor colombiano no habría traído grandes cambios a la relación entre Cuba y Colombia. Pero también es cierto que la victoria de Santos no solo es también un respiro para La Habana —en cuanto a la influencia regional que la Isla continúa ejerciendo en Latinoamérica— sino también una oportunidad dorada de poder seguir ejerciendo su papel en las negociaciones de paz con las FARC, que por supuesto no se limitan a ser país huésped.

Lo curioso aquí —y quizá otra paradoja— es que la guerrilla colombiana con la que tradicionalmente La Habana ha tenido una mejor relación, y sobre la cual siempre ha ejercido una mayor influencia, es el ELN. Sin embargo, de celebrarse las esperadas conversaciones, hasta el momento se ha señalado que se desarrollarán en otro país, posiblemente Ecuador, algo que ya ha propuesto el presidente Rafael Correa.

Uribe y Zuluaga

La sombra de Uribe sobre la campaña de Zuluaga fue tan grande que Marcela Prieto, la directora del Instituto de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga, la ubicó en el centro de la decisión que los colombianos tomaron ayer domingo.

“Yo creo que esta elección se concentra o en el miedo a las FARC o en el miedo a Álvaro Uribe. No es ni a favor de Santos por su política de paz, ni a favor de Óscar Iván Zuluaga por su otro modelo de paz”, dijo a BBC Mundo.

Si bien es cierto que Uribe no logró “vengarse” de lo que considera el “engaño” de Santos, según dijo el año pasado a un canal de televisión en Miami, el expresidente continúa siendo una fuerza política importante en Colombia, que cuenta con el respaldo de millones.

Por su parte, no se puede desconocer que a pesar de su derrota, Zuluaga logró un capital político que lo deja posicionado para el próximo cuatrienio como el principal opositor de Santos y en primera línea para la carrera electoral de 2018, con una bancada que si bien será minoría en el Congreso, con 20 senadores y 16 representantes a la Cámara, tendrá una voz importante en la oposición.

Germán Vargas Lleras

El vicepresidente electo Germán Vargas Lleras es la mano dura del gobierno de Santos.

Vargas Lleras, exministro del Interior de Colombia, inicia un camino que podría llevarlo a la presidencia del país.

“Es de fuerte carácter y no son un secreto sus grandes disputas públicas tanto con sus propios asesores y compañeros como con sus detractores”. Así caracteriza el portal Infolatam a este abogado de 52 años.

Vargas Lleras conoce la política colombiana desde la cuna. Procede de una célebre familia del liberalismo y es actualmente líder de Cambio Radical, partido con el que en 2010 fue rival de Santos en la pugna por la presidencia.

Esa rivalidad se fue diluyendo cuando Santos le nombró ministro de Interior en 2010 y de Vivienda en 2012, para después dejar el Gobierno y concentrarse en la campaña de reelección del presidente.

Nacido en Bogotá el 19 de febrero de 1962, Vargas Lleras reemplazará a Angelino Garzón, un veterano dirigente sindical comprometido con la defensa de los derechos humanos y de los asalariados.

Desde la infancia, Vargas Lleras se ha codeado con el poder y la política ha sido para él tan familiar como el aire que respira. Su abuelo, Carlos Lleras Restrepo, ya fallecido y considerado un gran estadista, fue presidente de Colombia entre 1966 y 1970.

Desde el Congreso, donde ocupó un escaño por tres períodos seguidos, Vargas Lleras fue un durísimo crítico del fallido proceso de paz con las FARC del presidente Andrés Pastrana (1998-2002).

Su posición contra las FARC lo llevó a apoyar las políticas del presidente Álvaro Uribe (2002-2010), pero se alejó de él cuando el exmandatario, que ahora dirige el movimiento Centro Democrático, decidió buscar un tercer mandato en 2010 y entonces Vargas Lleras fundó Cambio Radical.

Vargas Lleras ha sido víctima de dos atentados. El primero fue en 2002, cuando recibió un libro-bomba y le dejó sin varios dedos de su mano izquierda, y el segundo, en 2005 mediante un carro-bomba, del que salió ileso.


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