Literatura

Cuando se pretende 'humanizar' el mal

El testimonio del lugarteniente de Pablo Escobar: ¿Rectifica la visión piadosa que algunos conservan del narcotraficante o intenta convertirlo en héroe?

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Si Escobar fue realmente un hombre con el valor que se comenta, es muy difícil creer que soportara (por muy dado al sometimiento que fuera) el nivel que alcanzan las adulaciones narradas por Popeye. Es preferible pensar que su lugarteniente está reconstruyendo literariamente "lo sucedido", desde una soledad multiplicadora, y no puede contener su imaginación.

Quienes lean el documento podrán comprobar la amplificación del mito en cada uno de sus puntos. Me limito a citar esta descontrolada sentencia: "Lo lloramos sin lágrimas los hombres que lo habíamos dejado solo y ahora estamos en prisión. Yo miro con pena a mi alrededor por haberlo abandonado a su suerte, me doy cuenta de lo grande y poderoso que era el Patrón, cuando andábamos juntos lo miraba con respeto y admiración, porque en realidad era un gigante. Un visionario de la dignidad nacional…" (p. 309).

Escándalo para Colombia; más de lo mismo para Cuba

Para la opinión pública colombiana ha resultado escandaloso la permisibilidad del gobierno en el período en que Escobar estuvo encarcelado en "La Catedral". Comunicación privada, visitas constantes, arquitectura remodelada del presidio. Recibía gente de todos los niveles, lo que le permitía seguir dirigiendo el cartel desde la misma "celda". El relajamiento de su vida carcelaria fue tan grande, que a los juegos de fútbol invitaba a importantes figuras de la sociedad, entre ellas al mismo portero de la selección nacional René Higuita, famoso por esos días.

Aunque creo que el libro debe ser leído por muchas razones, entre ellas para comprobar el influjo avasallador que puede tener un caudillo sobre la gente sencilla, o la impunidad con que participa el narcotráfico en la política institucional latinoamericana, creo que no deben ir los lectores cubanos con la esperanza de encontrar algo excepcional en el capítulo dedicado a la conexión castrista, que es el número XXV (pp. 219-225).

Advierto esto porque el libro fue promocionado en Miami y se aseguró que se decían cosas nuevas y convincentes acerca del vínculo de Fidel Castro con el narcotráfico; tantas y tan creíbles que, se aseveraba, podía servir el documento para llevar de una vez a Castro a los tribunales. Nada de eso.

El libro se queda en los límites de repetir que Escobar admiraba a Fidel Castro. Como se ha mostrado aquí, muchos tópicos de la demagogia del capo eran compatibles con la jerga del Comandante: nacionalismo, antiamericanismo formal, populismo, matonería. Pero Escobar no lo conoció jamás personalmente. A lo que más llega Popeye, es a involucrar a Raúl Castro y a los condenados en la llamada Causa 1-89, "el juicio a Ochoa", que ya es de dominio de la opinión pública cubana. Al parecer, Escobar quería una versión soviética de los cohetes tierra-aire para poner en jaque el helipuerto del palacio gubernamental de Nariño. Pero ni siquiera ese negocio se le dio con Castro.

La periodista Astrid Legarda ha hecho su trabajo. De paso, también alcanza a "humanizar" al señor Jhon Jairo Velásquez Vásquez. Un trabajo fútil, pues la arista "humana" de los criminales existe sin necesidad de edulcorar sus incisos: resulta que el pecado es original, pero al final todos somos hijos de Dios.

Referencia:

Tras la pista de Escobar y Castro


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