Religión

«La Iglesia cubana necesita pensar en clave social»

Entrevista con el sacerdote cubano Olbier Hernández Carbonell, asesor de la revista literaria 'Bifronte' y de la recién creada Asociación de Jóvenes Escritores de Oriente.

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El impacto de esa carencia a nivel social es muy grande. La sociedad cubana se ha quedado sin una referencia ética o moral superior a ella misma. Para el cristianismo está claro que esa referencia es Dios, lógicamente. Pero cuando en una sociedad se obvian derechos y se pasa por encima de los valores tradicionalmente establecidos, cuando lo que prevalece como valor absoluto ya no es el contenido de una ética humanista o cristiana, sino una ideología y la tozudez de hacer que esta ideología triunfe a toda costa, muchas veces movida por intereses no sanos, no positivos, se frustra lo que podría ser un ambiente social equilibrado y plural.

Sin el aporte de la palabra de la Iglesia en este ámbito tan cerrado, el pensamiento intelectual y social de la nación pierde una parte sustancial de ese entramado, un aporte válido, reconocido en cualquier sociedad democrática. Se notará durante años el lastre que ha significado la ausencia de todos los elementos que conforman la sociedad. Lo que estamos viendo en el cubano de hoy es un hombre desintegrado, alienado, privado de sus derechos, sin condiciones ni preparación para hacer frente a su presente ni al futuro.

¿Puede decirse que las corrientes más moderadas en el seno de la Iglesia han terminado imponiéndose sobre otras un tanto más impugnadoras del actual estado de cosas en la Isla? ¿Está dividida la Iglesia cubana?

No hablaría de corrientes moderadas o impugnadoras. En el seno de la Iglesia cubana se dio, antes y durante el ENEC (Encuentro Nacional Eclesial Cubano) en 1986, y por parte de laicos y religiosos, un compromiso abierto y claro en defensa de los derechos fundamentales del hombre y de valores que como cristianos deben iluminar esta sociedad. Ese compromiso no era político, sino cívico.

Ante ese paso, que contó con el apoyo de muchos sacerdotes, la Iglesia tuvo que desmarcarse. Tuvo que hacerlo otra vez obligada por las circunstancias, ante la tendencia a la politización que todo gesto de esa naturaleza tiene ante los ojos del gobierno. La Iglesia siempre ha tenido mucho cuidado en que no se le vincule con corrientes políticas, sean oficiales o no. Creo que es bueno que la Iglesia se concentre en su papel pastoral, pero al mismo tiempo no puede renunciar a su deber moral de acompañar, defender e iluminar a todas aquellas personas —y más si son cristianos— que han asumido y asumen un compromiso cívico y político dentro de la Isla. Es de eso de lo que se ha adolecido aquí.

Hemos repetido hasta el cansancio que la Iglesia no tiene un rol político, que no desea el poder político, que está separada de la acción política por su misma esencia, por su ser y misión, pero nos ha faltado una palabra en defensa de aquellas personas que dentro de la Iglesia o dentro del país como cristianos asumen ese compromiso. Lo que más ha imperado en la Iglesia cubana en los últimos tiempos ha sido el silencio de sus sacerdotes, laicos y religiosos por la situación tremendamente difícil que nos ha tocado vivir. No diría que ha sido un silencio cómplice ni cobarde ni pactado. De muchas maneras ha sido un silencio impuesto por la propia situación.

Ese silencio debe comenzar a romperse. Y no creo que debamos esperar a que sea roto por la jerarquía de la Iglesia. Es hora ya de que la Iglesia en Cuba inicie su propio diálogo desde adentro y en comunión, donde puedan hacerse voz todos sus miembros y no sólo los obispos. En este momento hay esfuerzos que terminan apagándose porque están muy solos, se asfixian marcados por un estoicismo muy grande y no hallan comunión eclesial.

La Iglesia cubana debe darse cuenta ya de que necesita con urgencia sentarse a pensar en clave social y echar a andar un proyecto de reflexión que mueva todo y que sea capaz de irradiar a la sociedad civil también. Se habla de una nueva etapa en las relaciones Iglesia-Estado, pero esa relación no se siente a nivel de sacerdotes, laicos y religiosos, cuya labor está muy condicionada por la ausencia de ese diálogo serio y necesario en el seno eclesial.

No creo que la Iglesia cubana esté dividida, pero tampoco creo que la unidad de la Iglesia sea orgánica. Debemos pasar de la unidad estratégica frente a algo a la unidad orgánica a favor de alguien, es decir de Jesús de Nazaret y su causa a favor de la conversión y el cambio del hombre.

¿Hasta qué punto las principales carencias en la labor social eclesial son resultado lógico del acoso estatal y la falta de espacios para su labor?

Existe ese acoso y se hace patente de muchas formas. Algunos piensan que lo peor en este sentido ya quedó atrás, pero en la práctica los sacerdotes que debemos realizar nuestra gestión en parroquias y comunidades muy humildes y alejadas no pensamos igual.

Cualquier acción de la Iglesia encaminada a promover, anunciar y transmitir un mensaje desde el evangelio provoca una respuesta inmediata del gobierno. Subsiste la preocupación y el temor a que la Iglesia adquiera poder y credibilidad en medio de la sociedad. Un sacerdote que en su comunidad cristiana quiera hacer su misión a plenitud, celebrar sus fiestas, tener vida comprometida activa, ayudar a los pobres, construir comedores y realizar una labor con marcado carácter social, inmediatamente es acosado por los funcionarios de asuntos religiosos, es cuestionado y presionado por el gobierno. Sigue vivo el temor a que la Iglesia gane espacios como enemiga ideológica y cualquier acción que tome fuerza es tomada como una amenaza.