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China: misión cumplida

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El Partido Comunista de China acaba de cumplir 80 años, con lo que ingresa, por derecho propio, en la tercera edad. El aniversario ha sido celebrado en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing, donde Jiang Zemin, ante la cúpula del país y 6.000 invitados, pronunció el discurso de rigor, enumerando los triunfos de estas ocho décadas, y desgranó la historia del partido, desde que fuera fundado durante un congreso celebrado en Shanghai el primero de julio de 1921, a partir de diferentes organizaciones de todo el país. Mao Zedong, quien sería El Gran Timonel del trasatlántico asiático desde la toma del poder en 1949 hasta su muerte, estuvo presente en aquella ocasión.

 

Según Jiang Zemin, bajo la dirección del partido “se ha establecido el sistema socialista y realizado los más amplios y profundos cambios sociales jamás vistos en China”, mediante la integración de la teoría marxista y la realidad china —a lo que bien podrían sumar las enseñanzas de los teóricos del capitalismo moderno—. Desde que el partido lograra el poder, su propósito ha sido alcanzar la prosperidad china y de los chinos —pasando por la Revolución Cultural, la persecución de gorriones, las hambrunas sin fin y la eliminación de millones de chinos non gratos—, así como el gran renacimiento nacional —entiéndase la Gran China, cuyas fronteras incluyen el anexado Tibet, Taiwán, la Manchuria, parte del sudeste asiático y diversos territorios que hoy, coyunturalmente, pertenecen a otras naciones, algo que China tiene la firme voluntad de corregir en los próximos 50 años, cuando el destino del país será “coronado por la victoria”—. Confiemos en que los ideólogos chinos, recordando la masiva importación de coolíes a Cuba durante el siglo XIX e inicios del XX, no descubran que la isla del lejano Caribe pertenece al proyecto de esa Gran China imperial que se perfila en el horizonte.

 

En resumen, Zemin concluye que el partido, autor de la independencia nacional, representa los intereses populares y que el pueblo, una vez liberado, se ha convertido en dueño de su propio destino, gracias al establecimiento de lo que él llama “un régimen estatal de dictadura democrática popular”. Traducido al cristiano, esto quiere decir que en China existe un capitalismo de Estado que recibe con aplausos a los “tigres de papel” (papel moneda, se sobreentiende) del capitalismo mundial, da por buenos los derechos económicos de sus ciudadanos al grito de “enriquecéos”, y santifica los métodos más despiadados de explotación, incluyendo precariedades y prestaciones sociales dignas del mejor capitalismo subdesarrollado. El capitalismo, en la versión china, santifica el resultado sin importar los métodos: salarios de miseria para una mano de obra cautiva seducen a las trasnacionales; las córneas y los riñones de los condenados a muerte devuelven la salud a los acaudalados de Occidente, y el tráfico de niños ya se ha convertido en un importante renglón de sus exportaciones. Pero al mismo tiempo, oh maravilla, el partido garantiza los derechos civiles del socialismo: nada de sindicatos que defiendan los derechos de los trabajadores, cosa que da muy mala imagen a los inversionistas; ni asociaciones alternativas o movimientos disidentes. Es decir: dictadura democrática popular, como su nombre indica. Y si alguien no está de conforme, que recuerde los 3.000 ejecutados al año, cifra que, según Amnistía Internacional, dobla la cifra total de los condenados a muerte en el resto del mundo. Claro que si algo abunda en China, son chinos.

 

Ese es, según Jiang Zemin, el mejor método —lo peor de ambos mundos— para convertir a China en “un país socialista moderno, próspero, democrático y civilizado”.

 

“China: misión cumplida”; en: Cubaencuentro, Madrid, 3 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/07/03/2926.html.