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Derrotas

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Cuando se dice “11 de septiembre”, nadie recuerda que ese día, de 1609, Felipe II decretó la expulsión de los moriscos de Valencia y Castilla; que un 11 de septiembre de 1882 El Vaticano levantó, con 266 años de retraso, la condena dictada contra las ideas de Copérnico; o que ese día, pero de 1991, 11.000 soldados rusos se retiraron de Cuba.

 

Mencionar hoy el 11 de septiembre convoca inmediatamente el instante de 2001 cuando todas las cadenas televisivas del planeta interrumpieron su programación habitual. Según los primeros datos, un avión comercial se había estrellado contra la torre norte del World Trade Center en New York a las 8:45 A.M., hora estándar del este. La sospecha de un accidente fue derogada 18 minutos más tarde, cuando pudimos contemplar en directo como un Boeing 767 de United Airlines, desviado de su vuelo Boston-Los Angeles, y con 92 personas a bordo, se estrellaba contra la segunda torre, tras unos leves giros cuyo propósito era afinar la puntería. A las 9:40 se cancelaron todos los vuelos en Estados Unidos, y se desviaron hacia Canadá los que estaban en el aire. No obstante, a las 9:45 otro avión impactó el Pentágono a orillas del Potomac, provocando un enorme incendio. A las 10:00, 57 minutos después de sufrir el impacto del segundo avión, la torre sur del World Trade Center se desmoronó. Cinco minutos más tarde sería evacuada la Casa Blanca y, en rápida sucesión, los más importantes edificios gubernamentales y torres de negocios en toda la nación. A las 10:10 se derrumba una parte del Pentágono, y cinco minutos después un Boeing de United Airlines se estrellaba en Somerset, al sudeste de Pittsburg. Desde el atentado sufrido por las torres en 1993, cuando el terrorismo islámico dejó un saldo de seis muertos y 1.500 heridos, se reforzó la seguridad. Los sensores del parking detectaban metales, explosivos y excesos de peso de los vehículos. Las agencias de seguridad no previeron que la amenaza viniera del cielo, en un país que domina los cielos del mundo. A las 10:29 la segunda torre de NY tras resistir una hora y cuarenta y cuatro minutos, se derrumbó; subvirtiendo al mismo tiempo el skyline de la ciudad y la noción de seguridad dentro de sus fronteras que hasta entonces disfrutaba el pueblo norteamericano.

 

El World Trade Center, estaba formado por las dos torres y otros cuatro edificios. Contaba con su propia comisaría y un código postal exclusivo, 16 restaurantes, 190 ascensores, tiendas, cafés, observatorio y estación de metro. Su parking tenía capacidad para 2.000 vehículos. En más de 1,200.000 metros cuadrados repartidos entre 410 metros de altura y 110 plantas, trabajaban 55.000 empleados de oficinas gubernamentales y 430 compañías oriundas de 28 países, quienes contemplaban el paisaje vertical de la ciudad a través de 43.600 ventanas. A ellos se sumaban diariamente 150.000 visitantes.

 

En 1973, el arquitecto Minoru Yamasaki puso fin a las torres. Ese mismo año, un 11 de septiembre, Augusto Pinochet puso fin a la democracia en Chile. Aquel día de aquel año, a las seis de la mañana, ya los efectivos navales ocupaban Valparaíso, mientras la cúpula golpista se reunía en el Ministerio de Defensa, la Escuela de Telecomunicaciones y en la Academia de Guerra de la FACH. A las 7:30 Allende llegaba a La Moneda, cuando el edificio se encontraba rodeado. Media hora después transmitió su primera alocución por radio y, quince minutos más tarde, se escucha en cadena la proclama inicial de las Fuerzas Armadas que inmediatamente tomó o destruyó las emisoras afines al presidente electo, quien habló por última vez y se despidió de los chilenos a través de Radio Magallanes a las 9:20. A las doce, La Moneda y la democracia chilena fueron bombardeadas. En las calles, los enfrentamientos arrojaron decenas de muertos, y las embajadas se inundaron de asilados. A las 13:30 se produjo el asalto final, y en el Salón Independencia moría de bala Salvador Allende.

 

En 1973, con la decidida colaboración del país agredido en 2001, era subvertido en Chile el proyecto de un socialismo democrático, y la noción de que era posible alcanzar el triunfo en las urnas, al tiempo que se implantaba un terrorismo de Estado con un saldo de víctimas que ascendería a decenas de miles. Ello legitimó el modelo subversivo patrocinado por La Habana desde los 60, y que desembocaría en el triunfo sandinista de 1980, los cruentos conflictos de El Salvador y Guatemala, hasta la guerrilla eterna de Colombia en nuestros días.

 

Por el contrario que los sucesos chilenos, cuya repercusión fue regional en un continente con más tradición golpista que democrática, y dentro de la dinámica de la Guerra Fría; los acontecimientos del 2001, una herida en el corazón de la potencia hegemónica, tuvieron consecuencias globales: serios disturbios en el transporte aéreo; caída de las bolsas y crisis económica; desplome del turismo con serias repercusiones en todo el planeta; una fobia anti-islámica general, apenas paliada por los discursos que discernían entre los fundamentalistas y el Islam; reordenamiento de alianzas mundiales, incluyendo la confirmación del fin de la Guerra Fría; una aséptica guerra que borró del mapa a los talibanes y puso de manifiesto el substrato de odios acumulados por el mundo árabe contra Estados Unidos y Occidente —la imagen de niños palestinos saltando de alegría en las calles de Jerusalén y haciendo la V de la Victoria, será difícil de extirpar de la memoria—; así como la puesta al día del nuevo Index, donde constan por orden de peligrosidad los grupos fundamentalistas y Sadam Hussein, amenazando con nuevas contiendas cuyos resultados podrían ser nefastos en un mundo donde las nuevas tecnologías y las comunicaciones inmediatas y globales hacen virtualmente imposible el control de las redes terroristas organizadas, y donde el acceso a armas de destrucción masiva pueden proponer una ecuación letal: un terrorismo de escala genocida, y otro terrorismo de Estado como respuesta, presuntamente disuasorio.

 

Edgar Morin anotaba que la globalización alcanza ya a todos los habitantes del planeta, aunque a unos como víctimas y a otros como verdugos. Pero lo cierto es que el nuevo esquema del conflicto global permite a una oficinista de NY ser tan víctima como un niño de Cisjordania o un adolescente en una discoteca judía, y el ejecutivo que presiona para no acatar los acuerdos de Kyoto puede ser tan victimario como el imberbe de la Yihad que aspira a ingresar a la diestra de Alá en un instante de fuego y sangre.

 

Que en el año de las torres gemelas se intente juzgar a Pinochet por los crímenes de otro 11 de septiembre, nos indican que el mundo ha cambiado. Que se produzca una nueva matanza, sugiere que no tanto.

 

La única conclusión posible es que no hay causa o ideología que justifique el terrorismo, sea el coche cargado de Titadine que hace saltar por los aires a un humilde concejal del País Vasco, una bomba al paso de niñas irlandesas que acuden a la escuela, suicidas palestinos, asesinatos selectivos judíos o esta masacre en Manhattan. No hay víctimas de primera y segunda categoría. En ese sentido no puede existir un terrorismo repudiable y otro admisible, un terrorismo de nuestro bando y otro del bando contrario. Si la humanidad no apuesta ahora, decididamente, por la erradicación de todo terrorismo, y si no apuesta por la abolición de las grandes diferencias estructurales del planeta, por la erradicación de los focos de miseria y desesperación que son la crisálida de fundamentalismos atroces de todo signo, puede que mañana sea demasiado tarde, y que la civilización pierda la partida.

 

La intercomunicación, la globalidad, el intercambio, son hoy condiciones sine qua non del planeta donde vivimos. Es imposible ya cerrar puertas y decretar esclusas, compartimentos estancos de prosperidad. No se trata de abatir simplemente el terrorismo, sino de abolir sus excusas, la desesperanza que alimenta esa base social donde prospera.

 

Ya no podremos resucitar a las víctimas despedazadas bajo los escombros del World Trade Center, pero sí podemos evitar que un niño, en cualquier lugar del mundo, salte de alegría ante la muerte de otros niños, porque toda muerte inocente es una derrota de los palestinos y de los israelíes, de los norteamericanos y de los árabes, una derrota de todos los hombres.

 

“Derrotas”; en:Cubaencuentro, Madrid, 11 de septiembre, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/internacional/2002/09/11/9726.html.