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La ciudad a distancia

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Dos experiencias que no olvidaré fueron volar entre Río de Janeiro y Sao Paulo, y aterrizar en Ciudad México.

 

A veinte minutos de Río aparecieron bajo las ventanillas los suburbios de Sao Paulo. Faltaban 25 minutos más para aterrizar en medio de esta New York del Sur que acoge 19 millones de almas (cuento también a los desalmados). Tan sólo su barrio japonés es dos veces y media mayor que Jaén.

 

Cuando el avión se asomó al valle de México y pude ver, bajo la nube perpetua de smog que ni siquiera los 21 millones de DeeFectuosos (así se llaman a sí mismos los habitantes del DF) son capaces de respirar, aquel océano de cemento que transgrede el horizonte, sentí el mismo vértigo que ante un precipicio.

 

La I Conferencia Internacional sobre el futuro de las ciudades, celebrada en Santiago de Chile recientemente, discutió el destino de los espacios urbanos, en especial las megalópolis latinoamericanas, región cuyo déficit habitacional demandará 170 millones de viviendas hasta el año 2000. Un Santiago de Chile cada año. 200.000 hectáreas en 4 años; superficie que podría cuadruplicarse si no se densifican y se revitalizan los centros. Ciudades que crecen con la furia aleatoria de las malas hierbas, al ritmo de dos urbanismos contrapuestos pero igualmente devastadores: el de la miseria y el de la nueva riqueza. De modo que los problemas estructurales se multiplican.

 

La densificación del espacio urbano permitiría la optimización de un bien que ya en algunos países es escaso: la tierra, y dotaría a las ciudades de más espacios verdes. Pero ello requerirá un modelo urbanístico no sujeto a la espontaneidad del mercado. Un modelo que concilie armónicamente pasado y futuro, preservando la personalidad de las ciudades, pero no a costa de su habitabilidad.

 

Por muy eficientes que sean los sistemas de transporte público, ya un habitante de México DF emplea 4 horas al día en desplazamientos. Cifra en aumento. De modo que se impone el modelo de ciudades satélites. No sólo ciudades dormitorio, sino verdaderos núcleos urbanos autosuficientes en lo esencial, capaces de generar empleo a sus habitantes. Si a ello se suma el trabajo a distancia mediante las autopistas de la información, algunos estiman que los actuales tiempos de desplazamiento promedio podrían reducirse a menos de la mitad, aún con los medios actuales de transporte. La reducción del stress y el ajuste individual de los horarios laborales más productivos incrementaría la eficiencia y permitiría un mayor margen de ocio.

 

Algunos se aterran ante un futuro de hombres asociales dialogando mediante ordenadores y encerrados en sus pequeños nichos climatizados. Temen la desocialización de la humanidad. Pero, con idénticas razones, pudo temerse cuando la familia sustituyó a la tribu, o cuando las mujeres dejaron de acudir a la fuente por agua, o cuando se empezó a recolectar el trigo con máquinas. Creo que los humanos somos, por naturaleza, animales gregarios, y cada uno de esos pasos que han abolido espacios de convivencia forzosa, han acentuado nuevos espacios de convivencia voluntaria. Nunca antes nos habíamos reunido con tanta asiduidad y para actividades más diversas.

 

Si planificamos adecuadamente nuestras ciudades, dejarán de ser los lugares donde malamente sobrevivimos entre humos, ruidos, congestiones de tráfico y horarios punta; para convertirse en espacios "vivibles", en artefactos urbanos al servicio de los hombres, no viceversa. Yo me confieso animal citadino; no me seduce la bucólica campestre; ni creo que una ciudad tenga que carecer, por fatal definición, de armonía. Pero tendrá que ser obra de la naturaleza... humana.

 

“La ciudad a distancia”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 10 de octubre, 1996, p. 34.