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La fiebre gris

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Alguien afirmó que la prensa es como los buitres: se alimenta de carroña. No sin razón: De cada diez hechos que son noticia, al menos ocho están relacionados con la guerra, la muerte, el delito y el escándalo. Nadie se ocuparía de Burundi o de Rwanda sin matanzas étnicas, Liberia es noticia sólo cuando hay cuerpos pudriéndose a la intemperie y una cabeza viuda de cuerpo que nos mira desde el asfalto bien pudiera merecer un Pullitzer. La matanza cotidiana que perpetra el (des)equilibrio mundial de la riqueza en las naciones del sur que viven en la paz (de los sepulcros) no es noticia.

 

A pesar de ETA, España puede considerarse una zona de paz, pero no por ello escasean noticias: durante los últimos años, ya es costumbre que cuando la cola de un escándalo se pierde en el olvido, el hocico de uno nuevoasoma, para renovar el interés de los lectores.

 

Uno de los más recientes es la denuncia presentada por el alcalde de Marbella, Jesús Gil, quien afirma haber pagado ocho cheques por un total de 85 millones de pesetas a familiares del ex vicepresidente de la Junta, José Miguel Salinas, por el aumento de edificabilidad de su parcela Los Cipreses. Los cipreses más caros de la botánica nacional. Comparecen el presunto portador de los cheques, José Luis Jiménez Jiménez, empleado de Gil, y los ex asesores de Jaime Montaner, Rosario García Victorio e Ildefonso García Borja, redactores de los informes sobre el aumento de edificabilidad. Al parecer, nadie sabe nada: los autores de los informes cumplieron rigurosamente su función técnica, el ex consejero Montaner se atuvo a los informes, José Luis Jiménez transportó a Córdoba un sobre cuyo contenido desconocía. Si algun lector sabe algo, que lo diga, por favor.

 

No cabe duda que la salud de toda sociedad obliga a airear estos trapos sucios; que el titular de un cargo público es el depositario de una dosis de confianza ciudadana, de modo que al convertirlo en su empresa privada no sólo roba al extorsionado, sino al contribuyente: su dinero y su confianza. El ladrón a mano armada jamás contó con nuestro voto. El ladrón a portafolio armado, sí. Pero corrupto y corruptor hacen una pareja dialéctica inseparable. No pueden existir el uno sin el otro. Ningún corrupto tiene atenuantes. El corruptor, tampoco. Se engendran uno al otro, otro al uno, maravillas de la zoología.

 

Es un lugar común que en la constitución de esa república universal que es el capital, la ley primera es la ganancia. A ella se supeditan las demás. Respetando las leyes, si es posible, eludiéndolas con una agilidad felina o saltándolas, cuando no quede otro remedio o cuando sea recomendable. Puede que los haya, pero no recuerdo ningún caso de corruptores que hayan abonado el soborno para ejercer la caridad o la beneficencia.

 

No pretendo anticiparme a las conclusiones del caso. Cumpla la justicia su tarea. Pero recuerdo ahora que la construcción del Canal de Panamá se detuvo muchas veces como consecuencia de la fiebre amarilla, que diezmaba a los hombres. El transmisor era un mosquito, el Aedes Aegypti. Se rociaba insecticida, los mosquitos desaparecían y la epidemia se aplacaba; pero al cabo renacía intacta. Hasta que descubrieron las larvas del mosquito, engordando tranquilamente en los pantanos. Larvas inofensivas, que no eran aún mosquitos ni transmitían nada, pero bastó eliminarlas para acabar con la epidemia.

 

Si pretendemos edificar el canal que desemboca a un futuro más limpio para España, sin que lo impida la fiebre gris de la corrupción, no podemos olvidar esa verdad zoológica: las larvas serán mañana mosquitos, los mosquitos ponen los huevos que se convertirán en larvas.

 

“La fiebre gris”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 2 de septiembre, 1996, p. 15.