Machos
Luis Manuel García Méndez | 22/11/2001 19:40
Cada año las estadísticas nos arrojan pavorosas cifras de mujeres vejadas, maltratadas y, llegado el caso, asesinadas por sus maridos, compañeros, novios, pretendientes y propietarios. Las desfiguran con ácido en Bangla Desh. Les mutilan para siempre el placer en sociedades subsaharianas, para así garantizar la supremacía sexual del macho. Se les lapida por denuncias de adulterio en algunos países del Medio Oriente, al tiempo que la poligamia del varón queda debidamente legislada. Las encerraban los talibanes entre cuatro muros de hogar y cuatro muros de tela, y la evasión se pagaba con un disparo a la cabeza en el stadium, donde los machos asistían al espectáculo. Las mujeres son vendidas, compradas, traficadas, esclavizadas por deudas que siempre crecen exponencialmente. En España, no es raro que si una dama se resiste a aceptar mansamente (como antes), el machismo nuestro de cada día, se le aplique un correctivo radical, incluso in articulo mortis.
Y a precio de saldo: Si una mujer de 40 años, a quien las estadísticas otorgan otros cuarenta, es asesinada; la ley impondrá a su verdugo quince años, de los que cumplirá siete. En suma: cada año de vida de una mujer asesinada, vale apenas 64 días de libertad de su asesino.
En el mejor de los casos, el macho en funciones convierte a la mujer en parte del mobiliario doméstico: bonita, decorativa, insustancial. Sin la potencia del coche, ni el valor añadido de la casa como bien duradero.
Incluso en países donde la paridad entre los sexos es recogida en la legislación vigente, millones de mujeres padecen cada día una prisión domiciliaria que Amnistía Internacional no inspecciona. La única ONG que las atiende es Asesinos Sin Fronteras. Poderosa, a juzgar por la impunidad relativa de que disfrutan sus maltratadores.
Y hablamos de los casos conocidos; pero sólo el 10% se denuncian. Que las mujeres decidan denunciar a sus agresores, que accedan a casas de acogida, se reinserten socialmente y obtengan una independencia económica que es condición indispensable para las demás, son el tratamiento postraumático para una enfermedad social que ya alcanza niveles de epidemia. Milenios de machismo se rebelan contra la idea de que la igualdad no es un mero slogan.
Claro que según algunos jueces italianos (todos hombres), una mujer que vestía blue jeans iba provocando, por lo que tuvo que consentir la violencia del macho y es, por tanto, culpable de lesa complicidad. Al parecer, tendría que cambiar el jean por el burka para impermeabilizar su honra en la versión de esos jueces italianos.
Y aunque Occidente ha cerrado filas contra los talibanes, no por haber institucionalizado el maltrato a la mujer, sino por su apoyo al terrorismo; habrá en nuestras sociedades muchos hombres que, en su fuero interno, suspiren de envidia por ese lugar donde las mujeres han sido confinadas al sitio que les corresponde.
Enfermedades que parecían inmanentes, han sido erradicadas. Contra otras nos inmunizamos desde la infancia. ¿Existirá alguna vacuna social que prevenga esta violencia oscura? ¿Realiza la sociedad un verdadero esfuerzo para comprender sus causas y erradicar el humus de frustración y modelos machistas del triunfador —si la mujer es quien triunfa, matarla a golpes es siempre un remedio definitivo—, que en mortal combinación nos ofrece la realidad, sumados a la ración de violencia cotidiana que tragamos sin rechistar en la tele? ¿O deberemos asumir como fatalismo histórico que la violencia es condición sine qua nonpara el florecimiento de nuestro mundo?
Dudo que alguna vez erradiquemos esa violencia doméstica si, al mismo tiempo, no erradicamos la violencia global en esa casa grande que es el planeta.
No encuentro mayores diferencias entre ese macho hogareño que no acepta la menor violación de su territorio, so pena de una paliza, y el supermacho que desde su sillón presidencial asesta palizas de cañonazos a los débiles (léase hembras) que se pasan de la raya, o cárcel y escarnio a los disidentes que se atreven a levantar la voz al SuperMacho en Jefe. Por no hablar del machismo financiero, ése que viola sistemáticamente los derechos más elementales de las tres cuartas partes de la humanidad (¿será la parte hembra?) y los condena a morir de la peor paliza, que es el hambre. La única diferencia entre ese machito domiciliario y los machos del poder y las finanzas (así sean, anatómicamente, hembras(, la única diferencia entre esas violencias, es de orden cuantitativo: unos disponen de sus puños, un cuchillo o una pistola; otros, de cazabombarderos, lásers, bolsas de valores, cuerpos represivos y demás armamento pesado.
Una cualidad de todos esos machos domésticos es que piensan (si piensan) y hablan en nombre de sus hembras. Ellos deciden, y a la mujer corresponde el papel de quórum, aunque no es formalmente imprescindible. Si el macho decide, seguramente a la hembra le tocará hacer los ajustes necesarios para que se cumpla su dictamen.
En el orden internacional, un país macho puede darse el lujo de menospreciar sin temor una resolución de la ONU; contaminar sin reparo y que otros limpien el planeta; aplastar sin contemplaciones el secesionismo de alguna díscola provincia; o mantener con total impunidad la ocupación de una nación ajena, con el pretexto de que la está civilizando —el machito doméstico llama a eso “enseñarla a respetar y comportarse correctamente”—.
Los países hembras, por su parte, deberán clamar justicia en las instituciones internacionales; rendir pleitesía a los poderes fácticos y machos de este mundo; atender con cuidado las instrucciones de los varones financieros, y atenerse a las consecuencias en caso de que se atrevan a desordenar la casa planetaria y armar pendencia.
La política interna tampoco se salva: sobran casos de gobiernos consensuados, dialogantes, más dados a seducir y pactar que a dar órdenes, gobiernos hembras diríase. Tan pronto alcanzan la mayoría absoluta, se convierten en gobiernos machos y pueden al fin exclamar: Aquí mando yo, carajo. En el mejor de los casos: el macho democráticamente electo.
Claro que el macho autoelegido no está obligado a esas servidumbres femeninas. Su machoría es siempre absoluta.
En Cuba asistimos hoy a un evento semejante. El Macho en Jefe acaba de decidir que, aun en el estado lamentable de la economía insular, aun destrozada por un huracán que ha dejado sin recursos ni hogar a miles de familias, el país puede permitirse despreciar la oferta de ayuda de Estados Unidos, o la cooperación de las organizaciones internacionales que se tomarían el derecho, eso sí, de evaluar por su cuenta los daños, distribuir la ayuda y fiscalizar que llegue verdaderamente a los más necesitados. Y eso es algo que el Macho en Jefe no puede permitir: que alguien venga a repartir bienes en su casa, y hacerse acreedor del agradecimiento de Su Pueblo Hembra. De modo que al Pueblo Hembra corresponde respetar su decisión, mostrarse agradecido con lo que Él tenga a bien darle, y sufrir en silencio su infortunio, con la conciencia clara de que la dignidad de Su Señor está a salvo. En el imaginario machista (o machista-leninista según el caso), al señor le corresponde monopolizar el orgullo y el uso de la palabra. A la hembra se le otorgan dos derechos: la resignación y el silencio.
En toda la escala del machómetro, desde el amo de casa al presidente, cuando la pelea es entre iguales, la actitud cambia.
Si la novia que lo ha abandonado, y a la que iba dispuesto a demostrar el Teorema del Mariachi (“mía o de nadie”), aparece con un hermano de dos metros y ciento diez kilos, el machito doméstico trocará el cuchillo por la retórica, y hasta terminará concertando un “pacto de hombres” sobre la mesa de negociaciones de algún bar.
Si un machazo internacional se atreve a espiar a otro, y el otro le captura el avión, lo desguaza, lo registra, y se niega terminantemente a devolverlo, no pasa nada. Intercambio de insultos, matonismo retórico, pero ambos saben que el otro sabe que yo sé que tú sabes, ¿comprendes?
De donde se deduce que el macho territorial, intransigente, listo a desenfundar el puño o el misil si va en ello el honor (y se comprueban debidamente las carencias del enemigo), es también un animal gregario. Y eso es, posiblemente, lo más peligroso.
“Machos”; en: Cubaencuentro, Madrid, 22 de noviembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/11/22/4981.html.
Publicado en: El mundanal ruido | Actualizado 04/08/2009 19:41