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Solidarios

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La solidaridad está de moda.

 

La más reciente generación de europeos, crecida al amparo del “Estado del bienestar”, es, a un tiempo, hedonista y generosa. Ninguna generación anterior disfrutó con tanto fervor del subsidio paterno, ni dispuso de tantos bienes. Ninguna generación anterior ejerció en tal proporción la solidaridad (voluntariado en ONG que actúan en el Tercer Mundo, acción social, campañas de ayuda, etc.). El hecho de que no tengan que luchar por su supervivencia apenas rebasada la adolescencia, y que dispongan de una red de seguridad familiar, no disminuye el mérito, aunque en buena medida lo hace posible.

 

Salvo algún ciclón eventual, Cuba no entra en las prioridades: las tragedias de Goma o Kabul, la desdichada racha de cataclismos que asola Centroamérica, los polos de la miseria absoluta, en especial la del Africa subsahariana y los pueblos indígenas (casi digo indigentes) de América Latina, acaparan una buena parte de la atención solidaria.

 

No obstante, en diferentes países persisten y actúan, bajo preceptos humanitarios, políticos, nostálgicos o todo junto en diferentes dosis, asociaciones y grupos de solidaridad con Cuba.

 

En Alemania es posible encontrar decenas de esos grupos, cuyo único factor común es la palabra Cuba, dado que para cada uno la amistad y la solidaridad constituyen productos diferentes. Adquirir un tractor para una cooperativa, enviar material escolar, reunir medicinas, o convocar actos, conferencias y verbenas políticas en beneficio del gobierno cubano, y no de los gobernados, quienes necesitan más penicilina y cuadernos que palabras. Si algo no ha faltado a los cubanos en cuatro décadas son palabras.

 

Entre esos grupos los hay irrestrictos, sin condicionamientos, cuyo único principio rector es paliar las dificultades de un pueblo que ha demostrado, durante tres decenios, su alto sentido de la solidaridad. Con demasiada frecuencia, por decreto, lo que tampoco resta mérito al pueblo que ha dado incluso lo que no tiene.

 

Los hay oficialistas, que acatan sin disidencia los postulados del gobierno cubano, mudanzas incluidas. Los hay que no dialogan con quienes sustentan el discurso oficial del gobierno cubano, y quienes todo lo contrario. Algo similar ocurre en casi todos los países.

 

Infomed, Comité de Defesa da Revoluçao Cubana, Amigos del Che, Medicuba, Cubasí, Netzwerk Cuba, Association Suisse-Cuba, Askapena, Asociación de Amistad Hispano-Cubana Bartolomé de las Casas, y cientos de asociaciones más.

 

Un amplio espectro de posiciones que merecen todo el respeto a la diversidad. El respeto a su derecho a constituirse en alternativa a las políticas oficiales de sus países. Aunque, curiosamente, ellos mismos, en su inmensa mayoría, apoyan a un gobierno cuya tolerancia de lo alternativo no va más allá del mismo perro con el mismo collar.

 

La propia existencia de todos estos grupos invita a reflexionar sobre el sentido de la solidaridad. ¿Es un producto ideológico, condicionado por el cumplimiento de ciertas devociones y normativas? ¿Es la socialización de ese sentimiento universal e íntimo que es la amistad? ¿Es el cumplimiento del deber como ciudadano, no de una comunidad o una nación, sino de un planeta? ¿O es acaso una herramienta más del discurso político, que al seleccionar (o no) a sus destinatarios, pone en práctica sus propios designios?

 

Quizás todo eso es la solidaridad hoy, dependiendo de quiénes y cómo la practiquen. Estados Unidos es, por ejemplo, solidario con Israel. La Venezuela de Chávez es solidaria con Cuba. Cuba es, a su vez, solidaria de todo aquel que se enfrente a Estados Unidos, no importa cómo ni por qué.

 

Me parece excelente que ciudadanos alemanes, españoles o suecos permitan que un niño cubano disponga de cuadernos y lápices, que un enfermo reciba los medicamentos necesarios, o que la cooperativa estrene tractor Ciertamente, el pueblo cubano necesita esas ayudas y, más aún, las merece. Pero harían bien los grupos de solidaridad con Cuba en preguntarse por qué, tras 40 años de “economía socialista planificada”, tras 40 años de incesantes éxitos, si damos crédito al diario Granma, tras 30 años de subvención ininterrumpida, el país conducido por la clase política más experimentada del planeta (40 años es un período presidencial bastante largo), necesita jabones, lápices, arroz, penicilina. Preguntarse por qué dos millones de cubanos han optado por el exilio. Por qué Cuba cuenta con una de las mayores poblaciones penales por habitante del planeta. O por qué un gobierno que dispone del monopolio de los medios de difusión y es el patrón de casi todos los trabajadores de la Isla, teme tanto a cualquier discurso alternativo, reprime, silencia, encarcela, y llega incluso a violar su propia constitución al perseguir una iniciativa plenamente constitucional, el Proyecto Varela. Harían bien en preguntarse qué significa la frase “solidaridad con Cuba”. ¿Solidaridad con el pueblo cubano o con sus mandatarios? ¿Con los indios o con el cacique? De la interpretación que se de a la frase, depende que la solidaridad con uno equivalga a la insolidaridad con muchos. Y viceversa.

 

Puede que ello ponga en entredicho la validez de un empecinado discurso preestablecido por cierta zona de la izquierda. Un discurso que en pleno siglo XXI no se atrevería a negar a sus electores los principios democráticos o las elementales libertades y derechos humanos; aceptando sin repugnancia, en cambio, que los cubanos hayan sido despojados de ellos. Quizás en el fondo de sus conciencias anide la idea de que no otra cosa merecen los nativos de esas naciones bárbaras. Sin una mano firme y paternal que los conduzca, se precipitarían al caos y la anarquía. Europa es otra cosa. De modo que también el comunismo tiene primera clase y vagones de ganado.

 

Creo en la solidaridad, en la reparación de esa deuda universal que el Hombre tiene con el Hombre. Y creo también que la solidaridad tiene que ser lo suficientemente sabia como para garantizar que su destino no se tuerza; pero cuando condiciona (y hasta coacciona), pierde una gran faceta de su naturaleza: la amistad no puede ser un instrumento. La generosidad no puede ser un arma. Ya sobran megatones.

 

“Solidarios”; en: Cubaencuentro, Madrid, 18 de febrero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2002/02/18/6379.html.