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Cartas a la redacción

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Siempre he sentido curiosidad por las “cartas de los lectores”, indefectible sección en todos los diarios y revistas. El lector sagaz que denuncia una errata. El que aplaude y el que muestra su indignación ante tal artículo. El que propone temas y el que lamenta el tratamiento de ciertos temas. Frente a la profesional redacción de los artículos, el apresurado texto de los lectores es, cuando se respeta su voz, la respiración de la calle. Cierto que normalmente abundan más los halagos que las críticas, porque quienes normalmente escriben son los asiduos de ese medio. Pero tampoco faltan las segundas.

 

Una anomalía en esa estadística son los diarios oficiales cubanos. En una relación de doscientas cartas que tuve la paciencia de cotejar, la única alusión crítica es la de Dallamy Rojas, una cubana casada con un italiano, quien declara que “en Cuba todo no son flores, pero afuera es mucho peor”, sin extenderse más sobre los pormenores de lo que en Cuba “no son flores”, aunque reconociendo que en Italia no le falta de nada, salvo los paisajes naturales y humanos de la Isla. Quizás algún día los empresarios italianos puedan comprar una porción de Isla, cubanos, cuarterías y apagones incluidos, y Dallamy pueda visitarla en algún parque temático del Adriático.

 

Fuera de ello, ni una crítica a un artículo, ni un desacuerdo, ni una visión alternativa. Periódico alguno del planeta suscita entre sus lectores una devoción tan plena. ¿O será que las misivas críticas, en sobres decorados con gusanitos, son destruidas con indignación por los carteros del pueblo combatiente y nunca llegan a la redacción?

 

La esmerada factura de “cartas de los lectores “por periodistas designados, ha sido una práctica más frecuente de lo que la ética quisiera, en momentos en que se necesita una reacción decidida del público. Pero no se puede asegurar que Erick, de Miami, sea el seudónimo del periodista Pepe, de Coco Solo. Ni sería extraordinario que así fuera. De cualquier modo, asumiendo que sean totalmente auténticas, las cartas de los lectores que publican el diario Granma y sus replicantes, son una lectura un tanto monótona, sin sobresaltos, aunque sumamente instructiva. En sentido general, ellas pueden confinarse en varias categorías:

 

1-Cartas oportunas: Un venezolano contento con los asesores deportivos cubanos, cuando arrecian las críticas de cubanización a Chávez. Un boliviano se dice bloqueado por las transnacionales de la información, cuando se acusa a Cuba de opacidad informativa. Un argentino se disculpa por la cobardía de sus dirigentes, dispuestos a condenar la violación de derechos humanos en Cuba. Declaraciones en defensa de “los cinco héroes presos del Imperio”, desde Madrid o Chicago.

 

2-Cartas solidarias: Llegadas desde diferentes confines, pero con un gran peso de argentinos que, inexplicablemente, hacen cola frente a la embajada española en Buenos Aires y no ante la cubana. El vasco Mario Cerrato se declara lleno de orgullo (¿?) porque un país no ha sido aún conquistado por el capitalismo. El nica Rigoberto Ramos admira a los cubanos porque no se agachan ante el imperio. Incluso Luisa Barbosa declara: “Ahora entiendo por qué el Che se quedó en esta Isla”. (Quizás también entienda por qué se fue. Le agradecería que me lo contara). Un costarricense que trabaja como ingeniero en Estados Unidos, autoexpatriado según él, asegura que “los países ricos deberían copiar a Cuba”. Si Estados Unidos decidiera aceptar su proposición, y otorgarle el salario de un ingeniero cubano, no tardaría en reexpatriarse.

 

3-Agradecimientos y piropos: De extranjeros que cursaron sus estudios en Cuba, como el Dr. Mohamed Djoubar Soumah, quien nació en Guinea, estudió en Cuba, y ahora ejerce en Ottawa, Canadá. Es para estar agradecido. Y de Luis Geraldino Pereira Pina, que desde Cabo Verde defiende la Revolución “con uñas y dientes”. O piropos a “este maravilloso diario” (Granma) desde Cartagena, Colombia.

 

4-Cartas arrepentidas y/o nostálgicas: Escritas por cubanos que un día emigraron, y que hoy confiesan su error. Algunos hacen pública declaración de sus nostalgias, o muestran su adhesión a los gobernantes de la Isla, e incluso de declaran dispuestos a regresar si les fuera permitido. Las cartas de esta categoría son las más interesantes.

 

Matilde Sánchez asegura que “cuando me llena la depresión viendo el mundo tan amargo que se nos presenta, la única medicina es pensar en Cuba y dar un viajecito por la Isla para comprobar que todavía existen esos hombres "humanos". Una vez rebasada la depre, regresa a Estados Unidos, donde reside.

 

Alejandra declara “el dolor y la añoranza” por su tierra, de la que extraña “las gentes y su alegría, las calles, el cielo, el olor, físicamente estoy aquí, pero mi mente y mi alma están allá”. 900.000 cubanos disfrutan la correlación espacial inversa, pero no escriben cartas. Y alerta que “el sueño americano no existe”.

 

Magda, disidente en Cuba y exiliada política, va más allá: Se queja de haber recibido una patada cuando ya no era noticia, y de estar sometida “a la explotación y a la humillación de saber que por un mendrugo se contribuye día a día a que los multimillonarios monopolistas aplasten a la clase media y al proletario”. Solicita su repatriación, aunque su ex-esposo y sus hijas “se quedan en este "paraíso".

 

Héctor, médico oriental, al leer la carta de Magda, confiesa que “en Cuba lo tenía todo (...) una profesión decorosa, el amor de mis pacientes y el calor y orgullo de sentirse cubano en una tierra libre e independiente, careciendo de motivaciones para oponerme a un Sistema Político y Social que me lo había dado todo”. En agosto del 94, ciertos amigos de entonces “comenzaron a envenenarme la conciencia y casi sin pensarlo dos veces, me vi de pronto en aquella jungla en que se convirtió la Base Naval de Guantánamo”. Resulta difícil de creer que alguien tome una decisión de este calibre “sin pensarlo dos veces”. ¿No será que Héctor ha comprendido el mecanismo perverso según el cual las autoridades cubanas perdonan la estupidez, pero no la disidencia?

 

Arrepentido, desde Miami Héctor escribió a la Sección de Intereses de Cuba en Washington intentando ser repatriado “pero, como tú debes saber muy bien, existe una Política Migratoria Cubana que solo acepta casos humanitarios”. Le denegaron el regreso. Y añade: “¿Por qué me van a perdonar? ¿Es que acaso no traicioné a los que se quedaron a luchar por seguir llevando a Cuba por un camino independiente?” No obstante, “Yo insisto, imploro y tengo la certeza de que alguna vez me dejarán regresar y al fin, volveré a ser libre, porque aquí en el imperio del dólar, me siento cautivo”. Y se .refiere a los “miles de cubanos que deseamos y nos vemos imposibilitados de regresar por la necesidad de la Revolución de defenderse de la política agresiva de la Mafia de Miami”.

 

Juan e Ileana (“una cubana que vive fuera de su país, con la Patria dentro”) envían “un saludo revolucionario”, y concluyen repudiando “la criminal Ley de Ajuste Cubano”, con un “Hasta la Victoria Siempre” como despedida. Piden “publicar esta carta en el Granma diario, para que el mundo vea que existen cubanos que apoyan incondicionalmente la Revolución Cubana” (desde Nueva York).Incluso a muchos militantes del Partido en Cuba les ruborizaría tanta incondicionalidad. Juan e Ileana bien podrían fundar el primer núcleo del PCC en Manhattan.

 

De Cuba han emigrado dos millones de personas. La mayoría de los que salieron de adultos sufren la nostalgia propia del expatriado, para la que Matilde Sánchez ha encontrado un remedio perfecto, el boleto de ida y vuelta. Lástima que no le sea tan fácil a los deprimidos de la Isla. Esa añoranza a la que se refiere Alejandra con frecuencia está tamizada por una memoria selectiva: sublima los buenos momentos en Cuba —los de su juventud, posiblemente—, y segrega los malos hacia un olvido protector, perfilando una “Edad de Oro” cuyas fronteras no rebasan el territorio trucado de su memoria. También ocurre todo lo contrario: quienes niegan en bloque todo atisbo de felicidad en su tránsito cubano. Y encuentran siempre argumentos para huir hacia adelante.

 

El caso de Héctor es triste, pero no infrecuente. Un médico que no ha logrado revalidar su título en Estados Unidos, y debe ejercer los oficios de la supervivencia. Algo que choca contra la noción de elite, propia de los profesionales cubanos, y el rechazo visceral a carecer del reconocimiento del que se sienten acreedores. Es natural, y algo con lo que debe contar quien se arriesgue al exilio. Un oficio duro, como ya dijo Nazim Hikmet, de personas dispuestas a hacerse cargo de su propio destino, y asumir las consecuencias. Las buenas y las malas. Decidirlo “sin pensarlo dos veces” es tan arriesgado como lanzarse al mar sobre una cámara de camión sin calcular marejadas y distancias. Lamentablemente, los cubanos habitan entre la ubicua prensa oficial, que vaticina la revolución mundial y la inminente caída del capitalismo, y los rumores que traen desde Miami exiliados deseosos de pasar por triunfadores. De modo que muchos cubanos de a pie, necesitados de creer en algún paraíso, lo ubican al Norte. Deshabituados a la disciplina y al rigor del trabajo cotidiano, han olvidado que en el capitalismo es, justamente, donde se cumple el slogan de Karl Marx: “De cada cual según su capacidad, y a cada cual según su trabajo”. Y acuden con la noción equívoca de que lloverá sobre ellos desde los rascacielos maná, ambrosía, Mercedes Benz y casas con piscina. Algunos nunca se reponen del choque con “la realidad objetiva y fuera de nuestra conciencia”, aunque hayan aprobado varios cursos de materialismo dialéctico.

 

Magda, según sus palabras, militó en la disidencia cubana, se exilió por razones políticas, intentó incorporarse a los sectores de la política anticastrista en Miami, y “le dieron una patada” cuando no fue noticia. Hoy está dispuesta incluso, por sus ideales, a abandonar a sus hijas. Un caso tan raro y lleno de tinieblas que ni el médico Héctor podría diagnosticarlo a simple vista.

 

Entre esos millones que constituyen la diáspora cubana, no es raro que cien, mil o diez mil se arrepientan de su decisión, y estén dispuestos a regresar. El planeta está lleno de emigrantes que van y vienen. Y dado que, en palabras del propio MINREX, “Cuba no tiene dificultad en reconocer que sus nacionales son parte del flujo migratorio internacional en búsqueda de mejores destinos económicos”; resulta sorprendente que se les niegue el regreso, salvo “casos humanitarios” (¿el resto son deshumanitarios?). Si los cubanos son meros emigrados económicos, ¿qué tendrían que perdonarles?, ¿a quién traicionaron? ¿Por qué debe un cubano implorar que los dueños de la finquita nacional le dejen regresar a la patria donde nació? ¿O es que al Gobierno cubano le resulta tan insólito que un cubano intente repatriarse? ¿Tanto, que los tildan a todos de presuntos agentes de “la mafia de Miami”, e impiden su retorno invocando la seguridad nacional?

 

Piroperos, oportunos, solidarios, nostálgicos, agradecidos y arrepentidos, parecen ser los únicos que escriben a los periódicos cubanos. Tanto, que incluso “Un lector asiduo” pide al diario Granma renovar “las cartas enviadas por los lectores (...) por lo general siempre me encuentro con las mismas”. Yo añadiría que incluso bajo distintas firmas, suenan a las mismas.

 

 

“Cartas a la redacción”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/cultura/2002/04/09/7230.html.