Ciclones
Luis Manuel García Méndez | 19/11/2001 23:07
Internet permite, sin costearse el billete de avión, consultar los fondos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, leer los diarios de la mañana cuando el quiosco aún no ha abierto, e incluso ver en directo, desde cualquier lugar del mundo, las mesas redondas que son ya el live show estrella de la TV cubana. En días pasados fui paciente espectador de una que versaba sobre la guerra en Afganistán. Los periodistas habituales daban detallada cuenta del rotundo fracaso de la contienda, de la heroica resistencia de los talibanes y de la universal repulsa a los bombardeos.
Fuera del estudio, acababa de atravesar la Isla por su lado más estrecho el huracán Michelle, con vientos superiores a 215 Km/hora. Aunque el señor Fidel Castro comentara jocosamente que se trataba de una nueva invasión por Playa Girón, y que en esta ocasión también venceríamos al invasor meteorológico, tuvo que reconocer en su comparecencia de Cienfuegos que “hay más daños de los que ayer uno podía imaginarse”. Las familia de los cinco muertos seguramente no estaban para bonchecitos, ni los millones de cubanos incomunicados y sin electricidad.
En el estudio de televisión se detallaban hasta los más insignificantes mítines de protesta por la guerra —4.000 personas en Grecia, 1.600 en Buenos Aires—, y el ligero incremento del descontento en las encuestas, demostrándose la precoz sabiduría de los líderes cubanos que estuvieron siempre en contra.
Fuera del estudio, en las provincias de Matanzas y Cienfuegos, el ejército rescataba a los aislados por el agua, y en las calles de La Habana, a unos pasos del ICRT, se empezaban a retirar los escombros, árboles y postes del tendido eléctrico arrasados por el peor huracán de los últimos 50 años. Dos tercios de la Isla se encuentran incomunicados por avión, ómnibus y ferrocarril. Mil familias al sur de Matanzas contemplaban las ruinas de sus hogares, y los inquilinos de 180 inmuebles de La Habana pensaban si serían habitables sus casas luego de los derrumbes parciales, mientras los de otros cuatro, demolidos por el huracán, perdían toda esperanza.
En el estudio, los periodistas entresacaban, con una minuciosidad digna de entomólogos, la declaración más nimia de la Señora Rice —fuera del estudio, algunos habían perdido hasta la cuota de rice que les dieron por la libreta el día primero—, o los comentarios conciliatorios del presidente Bush a su homólogo israelí.
Fuera del estudio, al sur de La Habana, se reportaban 1.500 viviendas dañadas, otras 500 en la Isla de la Juventud, 844 al norte de Camagüey, y 90.000 evacuados en Villa Clara. Hasta el mar se retiró en Batabanó, dejando el fondo a la intemperie. En total: más de 700.000 afectados, cuyo monto fue ascendiendo hora por hora, hasta concluirse al final que en mayor o menor medida la mitad de la población cubana había padecido las adversidades de la meteorología.
En el estudio, los periodistas, minuciosamente informados, seleccionaban con pinzas para el público toda información que contribuyera a denostar a Estados Unidos, el país que justo en esos momentos ofrecía a Cuba ayuda para paliar los efectos del huracán. Una ayuda que el señor Fidel Castro se dio el lujo de agradecer y rechazar. Pidiendo, en cambio, solamente, la posibilidad de comprar en Estados Unidos, al contado y con dólares, los recursos necesarios para la reparación del país. ¿Soberbia u orgullo? Sus partidarios hablarán de lo segundo. Sus detractores, de lo primero. En cualquier caso, es siempre más fácil rechazar la ayuda si la vivienda derrumbada, sin electricidad e incomunicada, no es la tuya. Como de costumbre, los cubanos abonan en desdicha la soberbia de su líder. El “orgulloso” y sufrido pueblo cubano, en palabras de su líder que ojalá se conviertan en hechos —y no como ha sucedido tras anteriores ciclones— no quedará desatendido: el gobierno se encargará de reparar los daños, para lo que cuenta con una “reserva especial” de la que hasta hoy no se había hablado. "Una reserva que permitirá hacer frente de momento” a la emergencia, según Carlos Lage. Aunque aclara que el gobierno tiene "recursos muy limitados”. ¿Dispondrá el mandatario cubano de alguna cuenta suiza con la que reparar el país y comprar al contado en Estados Unidos?
Fuera del estudio, el vicepresidente Carlos Lage afirma que “ninguno de los ciclones que ha cruzado nuestro país ha producido daños económicos de la magnitud de los ocasionados por Michelle". Cosechas enteras de plátanos y cítricos arrasadas, 400.000 hectáreas de caña afectadas, 125 torres de alto voltaje derribadas. Matanzas, Villa Clara y Cienfuegos no tendrán televisión hasta el 20 de diciembre. Y un total de 45.000 casas dañadas en la Isla, de ellas, 2.000 totalmente destruidas en Matanzas.
En el estudio, los periodistas, como si habitaran un país televisivo que poco o nada tiene que ver con el país de verdad, desgranaban durante horas cualquier información favorable a los talibanes. No importa que los estudiantes representen lo más retrógrado, torcido y brutal de la tradición islámica. No importa que reduzcan a la mujer a menos que bestia, imperen por el terror o hayan conducido a su país a las tinieblas del Medioevo. Todo lo contrario a lo que, supuestamente, propone el “humanismo socialista”, laico y positivista. Lo único que importa es que luchan contra Estados Unidos. Mientras la Fundación Cubano-Americana, en el Miami intocado por el ciclón Michelle, se enfrasca en una colecta de medios para ayudar a la población cubana, los periodistas de la Isla dedican sus mejores energías a colectar noticias de una guerra distante.
Fuera del estudio, al sur de Matanzas, una familia contempla desolada las ruinas de su casa, y se pregunta si empleando como materia prima la soberbia antiimperialista de su máximo líder, y con la cooperación de los albañiles talibanes, podrá reconstruirla.
“Ciclones”; en: Cubaencuentro, Madrid,19 de noviembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/11/19/4895.html.
Publicado en: Habanerías | Actualizado 04/08/2009 23:08