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Diario habanero. Viernes 17 de julio, 2009

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Como dicen que en el mar la vida es más sabrosa, aprovechamos nuestra independencia automotriz para irnos a las playas del Este.

Por la carretera Monumental y, más tarde, por la Vía Blanca, que se mantienen en bastante buen estado, encontramos una serie de vallas con “personalidad propia”. A riesgo de repetirme, debo mencionarlas. En ellas se consigna que “una semana de bloqueo equivale a 48 locomotoras”; “con cinco horas, se pudieran comprar los dializadores que se utilizan para las hemodiálisis por un año”, “3 días equivalen a los materiales de un curso escolar”, “un día, a 139 ómnibus”; “12 horas, al costo de la insulina necesaria en un año para 24.000 diabéticos; "8 horas, a los materiales para reparar cuarenta círculos infantiles"; "2 horas, a las máquinas braille de todos los ciegos del país", y “un minuto, a los materiales de construcción empleados en una vivienda”.

Un principio elemental de la publicidad es que deberá colocarse allí donde surta efecto. La Sony no instalará una valla prodigando las bondades de su novedoso MP3 en la Asociación de Sordos, ni North Pole publicitará en Guinea Ecuatorial su último modelo de abrigo polar.

Desde que Clinton firmó la Ley Helms-Burton tras el derribo de las dos avionetas de Hermanos al Rescate, el único autorizado para derogar el embargo es el congreso norteamericano. Pero ese congreso no es impermeable a la opinión pública de su país. Si el propósito de esta campaña fuera sensibilizar a la opinión pública sobre la perversidad de esa política y la necesidad de abolirla, habrían colocado las vallas en territorio norteamericano, a un precio seguramente menor que la campaña por la liberación de los cinco espías.

Pero no es un error. El propósito de este mensaje no es presionar por la derogación del embargo, sino convencer a los cubanos de que el culpable de todos sus males es el vecino de enfrente. Y, desde luego, se tocan las heridas más sangrantes en la vida cotidiana de la Isla: la falta de medicamentos, el transporte, la escasez de recursos para la educación, la vivienda. No se denuncia cuántos días, semanas, meses o años de embargo cuestan los equipos antimotines; el mantenimiento de unas fuerzas de seguridad sobredimensionadas; el gigantesco dispositivo de seguridad del Comandante en Jefe; la desproporcionada actividad política internacional, cabildeo, eventos, giras, grupos de solidaridad y atención a los “compañeros de viaje”; el patrocinio de las guerrillas latinoamericanas; las ínfulas de gran potencia con asesores y tropas dislocados durante años en tres continentes, o el mantenimiento de 147 representaciones diplomáticas en 119 países. Ya sé que, en buena medida, esa la pagamos los cubanos del outside con el “impuesto revolucionario”, los trámites a sobreprecio en la shoopings consulares. Pero ese dinero podría paliar las miserias de los habitantes de la Isla. O, lo más elemental, si cada valla necesita 36 metros de angulares y 30 metros cuadrados de planchas de hierro, como nos cuenta Odelin Alfonso Torna, ¿cuántos antibióticos podrían comprarse con ellas?

Aun dando por bueno que el embargo ha costado a Cuba 90.000 millones de dólares, faltaría por responder qué se hizo de los 180.000 millones en ayuda soviética, sin contar una deuda impagada de 20.000 millones. Obviamente, el trueque de Coca-Cola por vodka fue muy rentable.

De momento, nosotros, ya pagado el “impuesto” –si uno gasta 555 euros en tres pasaportes, espera, como mínimo, recibirlos en un estuche de caoba con cantoneras de oro 18--, vamos quemando gasolina venezolana hacia la playa. Entramos por El Mégano y avanzamos hasta el final de Santa María, extrañamente desierta en pleno julio. Cuando nos acercamos a Boca Ciega, en la carretera comienzan a aparecer dunas de arena. Nos detenemos en Mi Cayito, antes del puente, y dejamos el carro en un parking. El parqueador nos alerta: de ahí en adelante no se puede seguir. Un ciclón del año pasado se llevó lo que quedaba del puente de madera, de modo que el único modo de llegar a Boca Ciega es subiendo de nuevo a la Vía Blanca.

Hubiéramos querido pasar por la casa de unos amigos que viven ahora en México, y por el hotelito de la UNEAC donde disfrutamos algunas vacaciones. La última, pocas semanas antes de salir de Cuba, en 1994. Durante esa semana en Boca Ciega, alguien necesitó con urgencia nuestra lavadora Aurika, la levantó dos metros por encima del muro del patio, y olvidó devolvérnosla. Operación sigilosa, porque nadie vio, nadie oyó, nadie supo. Para quienes no capten la magnitud de esa proeza: el control de calidad de la Aurika incluía dos leñadores siberianos. Si su intento de levantarla era infructuoso, estaban listas para salir al mercado.

El mar sigue siendo espléndido. Que conste en acta:

Y la playa está casi desierta, como si los habaneros se hubieran confabulado para otorgarnos la ilusión de un mar intocado lamiendo la arena virgen.

Lo único que nos estropea tanta virginidad es un turista que se planta a cinco metros de nosotros, como esas ballenas que varan en la playa. Pero no tiene intenciones suicidas. Lo acompaña una adolescente que, a juzgar por el acné, podría ser su nieta. Le soba con cariño la espléndida panza rellena de chorizos salmantinos y morcilla de Burgos.

Daniel, alérgico a todo turismo de sol y playa, se va de andarín Carvajal, a explorar el entorno. Nosotros nadamos durante un cuarto de hora y luego nos dejamos arrastrar por el oleaje. Ingravidez para todos los públicos. Una sensación de abandono, de confort. Algo habrá de nostalgia por aquellos meses nadando en el mar interior de líquido amniótico. Dentro del agua no hay calor, ni apuro. Todas las urgencias se disuelven. En quince años no he añorado ni un solo día el calor, ni la gritería, ni las palmas ¡ay! las palmas deliciosas. Pero el mar sí lo echo de menos. Y lo difícil que es conseguir en Madrid un apartamento con vista al mar.

Al regreso, me detiene la policía a la entrada del túnel, justo antes del antiguo peaje. Reduje a poco menos de 50 km/h en obediencia a una señal situada a unos 500 metros, pero según el agente había otra señal que obligaba a reducir a 40. Entrego la documentación y me vuelven a preguntar por mi pasaporte. El policía dicta por el walkie takie mi nombre y número de DNI. Minutos más tarde le llega una respuesta que no escucho y, como el policía que me detuvo cerca del Comodoro, recomienda que conduzca con cuidado. Y van dos. Tanta condescendencia policial es sorprendente. A lo largo de la carretera he visto un policía cada dos kilómetros. Y casi todos estaban, lápiz en mano, multando a compungidos choferes. Aquí también hay carné por puntos.

Intentamos almorzar en Los Nardos, donde Daniel aún no ha ido. Pero la cola es disuasoria. Bajamos por Prado y se nos ocurre la nefasta idea de almorzar en la Asociación Árabe de Cuba, situada en Prado entre Trocadero y Virtudes. No pierdan ese dato. El restaurante está desierto. Mala señal. Pero el aire acondicionado invita. Y ya es tarde. El camarero, amabilísimo, nos recomienda de la carta, al parecer, lo que ya tienen hecho. La comida es uno de los peores menús, presuntamente árabes, que he probado en mi vida. Suscitan el apoyo a Israel. Pero traemos dentro todo el sol y la sal de la playa, y el aire acondicionado y las cervezas frías, en fin. Pago una cuenta algo elevada para los precios consignados en la carta y salimos a la terraza. Allí Nury se da cuenta de que entre la cajera y el dependiente hay un extraño cabildeo, pero lo pasa por alto de momento. Para más escarnio a posteriori, le dejo al camarero una buena propina.

Bajando las escaleras, Nury comienza a hacer una comparativa mental entre la nota y la carta y sospecha que su pescado se lo han cobrado como si fuera alguna especie en vías de extinción, y cree que nos han introducido más cervezas de la cuenta. Pide la carta a la muchacha que se encarga en la puerta de invitar a los caminantes y monta en cólera. Que nos han estafado y que la comida es un asco y que recomendaremos a todo el universo conocido que jamás, bajo ningún concepto, pisen este antro. Y no le falta razón. Esto es terrorismo gastronómico.

Pero a medida que nos vamos alejando, cuadra tras cuadra, nos convencemos de que no han sido 3 ni 4 ni 5 CUC. Habituado a que en los tickets la suma la realicen las máquinas, y confiando en que Cuba es un país altamente instruido donde se han ganado, sucesivamente, las batallas por el 6º y el 9º grado, no tuve la precaución de comprobar la suma. Y ahí me dieron. De ahí la cara de preocupación que tenía el amabilísimo camarero al traerme la cuenta. Según un estimado conservador, nos timaron, al menos, 15 CUC, 360 pesitos criollos, más de un salario medio, sin contar la propina. Se cumple un viejo axioma nacional: Todos los días sale un comemierda a la calle.

La única virtud de esta experiencia es su valor pedagógico. De aquí en adelante, contaremos escrupulosamente cada vuelto, revisaremos con lupa cada cuenta e incluso llevaremos la contabilidad de los platos, las cervezas y los refrescos. Desgraciadamente, nos vamos dando cuenta con los días que la experiencia no es excepcional. Ya no basta ofrecer un buen servicio a la espera de una propina generosa, sustituir las botellas del bar por botellas propias para embolsarse la diferencia a costa del patrón, no del cliente. Entre experiencias propias y ajenas, iremos recaudando una suculenta colección de anécdotas. Pruebas de algo mucho más grave que la picaresca.

Hoy la prensa cuenta que los Abogados de los Cinco Héroes preparan una nueva batalla judicial. Los otros cinco… ¿Qué será, por cierto, de los cinco antihéroes que también integraban la Red Avispa? ¿Y de la puertorriqueña Ana Belén Montes que, provista con un catalejo high tech de la Seguridad del Estado, vigilaba a la mafia de Miami desde el Pentágono? ¿Y de Walter Kendall Myers y su esposa Gwendolyn que se paraban de puntillas en el Departamento de Estado para vigilar los movimientos sospechosos en La Florida? Puesto a escoger, me quedo con estos “héroes” desechables. Ni ocupan tanto espacio web ni escriben peomas.

Y, a propósito, recibo el excelente artículo “Lo que me pasa con los cinco”, de Reinaldo Escobar, a quien conozco desde hace más de 20 años, cuando ambos portábamos el mismo carné de la misma UPEC. Es una de las reflexiones (ésta sí) más lúcidas y sabrosas que he leído sobre el tema, y está escrita con humor y una ironía de doble filo muy escasas, lamentablemente, en el sainete de la política nacional (de ambos bandos). No puedo dejar de citarlo in extenso (con tu permiso, Reinaldo):

“Como cubano residente en la isla, debería sentirme agradecido de la labor de Gerardo, René, Ramón, Antonio y Fernando. La cifra de 3.478 cubanos muertos por acciones calificadas de terroristas se invoca como un argumento demoledor para justificar la presencia de una red de información en el país donde se han organizado la mayoría de estos actos violentos. Yo hubiera podido ser una de esas víctimas y si hay alguien haciendo algo para protegerme, qué otro remedio no me queda que reconocérselo.

“Lo que me confunde un poco es que esa misma es la cifra usada en un documento titulado “Demanda del pueblo de Cuba al gobierno de Estados Unidos por daños humanos” hecho público en junio de 1999, un año después que los cinco fueran encarcelados. Si en el quinto capítulo de esta demanda se responsabiliza al gobierno norteamericano de estas actividades terroristas, ¿de qué manera operaba la red avispa para averiguar lo que hacía “la mafia de Miami” sin afectar al gobierno de Estados Unidos a quien la Demanda acusa como máximo culpable? La única forma de reducir la culpa de los cinco sería entonces reducir la culpa que se supone que tiene el gobierno de USA en el terrorismo contra Cuba.

“Los ocho estudiantes de medicina fusilados en noviembre de 1871 por los españoles son conocidos como los inocentes. Che Guevara lleva el epíteto de el guerrillero heroico. Nadie considera a los ocho estudiantes como héroes ni del Che se ha dicho nunca que fuera inocente. No se puede ser las dos cosas al mismo tiempo.

“En lo personal, hubiera preferido que el gobierno cubano hubiera reconocido el sacrosanto derecho que tenía a infiltrar espías en el territorio de Estados Unidos, ¿acaso no reconoció un derecho más difícil de admitir “el derecho de los revolucionarios a hacer la revolución” cuando organizó un comando armado en Bolivia para instaurar el sistema socialista en toda la América Latina?

“No tengo nada contra los cinco, como nunca he practicado el terrorismo, sé que no han informado en contra mía. Siempre me he preguntado a quién informaban. Supongo que no sería a los especialistas de filatelia del Ministerio de Comunicaciones e Informática, ni a los técnicos de frutas selectas del Ministerio de Agricultura. Imagino que informaban a alguna dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior, donde tendrían no solo un seudónimo, sino además un grado y probablemente un sueldo.

“A menos que se hayan infiltrado por la libre y la Red Vvispa fuera una ONG con fines humanitarios”.

Este asunto de los espías es parte de la decadencia nacional. En silencio ha tenido que ser, la serie que la TV cubana emitió en los 80, blasonaba de cómo los agentes de la Seguridad del Estado se infiltraban en la CIA, burlaban los detectores de mentiras y, armados con doscojonímetros portátiles, superaban a las más altas tecnologías del enemigo. Hoy, en cambio, los espías apenas consiguen infiltrarse en Vigilia Mambisa y transcribir las soflamas de Pérez Roura. Para labores más altas, necesitan contratar extranjeros.

En contraste con el excelente artículo de Escobar, el reflexivo en jefe nos lanza hoy uno de sus ladrillos habituales, “Lo que debe demandarse a Estados Unidos”. En síntesis, todos sus discursos de medio siglo se reducen a exigir la rendición incondicional de las fuerzas armadas norteamericanas, que quedarán a las órdenes de las FAR, el nombramiento de Fidel Castro como presidente vitalicio de Estados Unidos, o, en su defecto, el suicidio masivo de los norteamericanos. Pero en la vida no siempre se consigue todo lo que uno desea. Como se sabe, la candanga ahora es Honduras. Y en tales Honduras se empantana el Columnista en Jefe, quien acaba de merecer el Premio Maestro de Juventudes. La Asociación Hermanos Saíz (AHS), de jóvenes artistas y escritores, reconoce así su labor como aeda de la Revolución, entonando a capella sus discursos ante numeroso y entregado público. Un verdadero best seller de la muela. Y nombran Miembro de Honor a Raúl Castro, joven promesa de las letras cubanas, por su obra inédita.

Esta noche, mi sobrina va a ver el Royal Ballet of London en la pantalla gigante colocada frente al capitolio. Olvidando que es sordo, invita a Daniel, pero a él no lo seduce contemplar un ballet silente, como si Chaplin bailara con el globo terráqueo en El gran dictador al compás del silencio.

Intentando reconciliarme con la gastronomía nacional, y previa recomendación, nos acercamos al Din Don, una paladar que, a pesar de su onomatopéyico nombre, nada tiene en común (gracias a Dios) con Taco Bell. Buena atención, excelentes pizzas y precios módicos. La inventiva ha unido dos casa para crear un portal donde esperar aislado de la calle por la vegetación, una zona de trabajo y los salones comedores. El salón anterior cumple casi estrictamente la absurda regulación estatal que limita la capacidad a 12 sillas, una cifra bíblica en homenaje quizás al filme homónimo de Tomás Gutiérrez Alea. Sospecho que el salón posterior puede ser rápidamente convertido en salita de estar, zona de lectura o un cuarto de juegos para los muchachos. El único retodel Din Don es llegar. La Avenida 11 es lo más parecido a una pista forestal de prueba para todoterrenos. Los peatones no lo tienen más fácil. Las aceras hacen recomendables las botas de trekking.

Mañana nos enteraremos de que la función del Royal Ballet of London ha sido, con diferencia, el acto cultural más memorable del verano. Un acto que requirió grandes dosis de astucia y adulación calculada para remontar con éxito el ego en jefe de la Prima Ballerina Assoluta. Al respecto, circula por La Habana un excelente chiste. Juan Bravo, sepulturero del Cementerio de Colón, llega molido a casa a las once de la noche.

--¿Por qué llegas a esta hora? –pregunta su esposa.

--Hoy enterramos a Alicia.

--¿Y qué?

--Cuando bajábamos el féretro, pasó el administrador del cementerio y me llamó: Bravo…

--¿Y?

--La vieja reventó la tapa del ataúd. No paraba de salir a saludar. Tuvimos que enterrarla diecisiete veces.