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Guerrilleteo

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Desde los primeros 80, cuando la Isla abrió sus puertas al turismo, algunos jóvenes emprendedores, dotados de espíritu empresarial y sabiendo que la única materia prima de que disponían eran sus cuerpos, abrieron sus piernas al turismo.

 

Hasta entonces, el único turismo admitido por el gobierno cubano era el ideológico: los norteamericanos y cubanoamericanos de las brigadas Venceremos y Antonio Maceo (los maceítos), exiliados chilenos, etarras, IRAcundos irlandeses, intelectuales de todas las progresías posibles, guerrilleros en estado embrionario o larval, camaradas, compas, tovarich y compañeros.

 

Los maceítos, venceremitos, orteguitos (y no de Ortega y Gasset), no venían a probar las carnes de los nativos, sino a probar en sus propias carnes la experiencia revolucionaria.

 

Pero con la masificación del turismo empezaron a llegar visitantes más interesados en las (los) negra(o)s que en los rojos. El guerrilleteo fue sustituido por el jineteo.

 

Desde entonces, con sus altas y bajas, Cuba se ha convertido en un destino preferente del turismo sexual, promovido incluso por el Turoperador en Jefe, quien se ha jactado de que el país posee las prostitutas más cultas del mundo. Cosa que seguramente habrá entusiasmado a los putañeros con inclinaciones intelectuales.

 

A ratos ignorado (no hay peor ciego que el que no quiere ver), a ratos admitido, perseguido con saña o perseguido ma non tropo, el jineteo es ya una parte sustancial de la oferta turística de la Isla. Y la anatomía es mayor causa de repitencia que el buen servicio o la calidad de la oferta.

 

No obstante, las autoridades cubanas, temerosas de que Cuba no sea ya luz, faro y guía para la progresía mundial; sino el punto de referencia para todos los putañeros del orbe, intenta ofrecer una alternativa al jineteo: el guerrilleteo en clave paleontológica.

 

Los precursores de esta nueva oferta fueron los artesanos, que desde hace mucho ofrecen suvenires ideológicos basados sobre todo en la figura de Ernesto Che Guevara: llaveros, pulóveres, hasta posavasos guevaristas, para que nos sea dado contemplar al Guerrillero Heroico a través del Chivas Regal.

 

Ahora se nos propone un tour por los santos lugares de la Revolución Cubana: la Sierra Maestra —con ascensión al Turquino incluida para los más osados—, donde se puede visitar la comandancia de La Plata, los senderos que discurrió la guerrilla, los venerables escenarios de las batallas, y descender más tarde hacia Santiago de Cuba, donde el turista contemplará con sus propios ojos el Cuartel Moncada, acto de iniciación político-militar del señor Fidel Castro, y la derrota más celebrada de todos los tiempos.

 

Los promotores de este nuevo turismo reconocen que es aún minoritario —la carne turgente de los mancebos y las doncellas insulares parecen resultar más atractivos que la carne de la historia—, pero confían en que se convierta en breve en una alternativa importante a los polos del jineteo tradicional.

 

Cuentan para ello con la experiencia de Berlín, cuyo muro, cuidadosamente fragmentado, adorna hoy los despachos de muchos ejecutivos transnacionales con un pasado progre. Y, sobre todo, la experiencia de Europa Oriental y China. En Moscú es posible adquirir por un módico precio insignias del Ejército Rojo, retratos de Stalin, pines comunistas y hasta uniformes completos de la KGB. En China ya son tradicionales los tours por los lugares emblemáticos de la Larga Marcha y los hitos geográficos en la vida del Gran Timonel. Corea del Norte lo intenta, pero tiene poco público.

 

En menos de un siglo, el comunismo ha pasado de revolucionar el presente e indicar el camino hacia el futuro, a convertirse en arqueología. Pocas veces han tenido en sus manos los historiadores un material más caliente, como corresponde a un futuro que se convierte sin transición en pasado.

 

En Cuba, este nuevo turismo poscomunista (y con frecuencia nostálgico: Éramos tan jóvenes y felices en las barricadas del 68, ¿te acuerdas?), tiene un atractivo añadido: es posible contemplar en vivo y en directo uno de los últimos ejemplares de la especie que ya ha ingresado (nunca mejor dicho) en el Libro Rojo de la historia.

 

Con un poquito de iniciativa empresarial, no dudo que se obtengan pingües beneficios. Plastificar pelos de la barba del Comandante en Jefe —edición limitada, ejemplares autentificados por su dueño y numerados—para su venta en divisas libremente convertible. O que el prócer de la patria dedique una hora al día a dar apretones de mano con foto incluida, a 500 USD. En fin, un poco de ingenio y disposición para complacer al cliente. A diferencia de la experiencia museable que el turista puede disfrutar en Rusia o en Polonia, en Cuba, como en Jurassic Park, los dinosaurios están vivitos y coleando.

 

“Guerrilleteo”; en: Cubaencuentro, Madrid,21 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/12/21/5514.html.