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La historia: pendiente de absolución

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A propósito de los recientes festejos por el 26 de julio, he releído el texto del alegato de defensa de Fidel Castro Ruz, conocido como “La historia me absolverá”—título heredado de Adolf Hitler—, 25.241 palabras pronunciadas el16 de octubre de 1953, y he intentado cotejar el dibujo que de aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano, su diseño de porvenir para la Isla, con la realidad que tiene lugar medio siglo más tarde, gracias, en buena medida, a su intervención.
Según FC, la dictadura en curso de Fulgencio Batista había significado para Cuba un retroceso de 20 años, y “arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra se dedica a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder”. Y esa dictadura llegó cuando acababa “de cumplir cincuenta años la República que tantas vidas costó para la libertad, el respeto y la felicidad de todos los cubanos”, porque “nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres”. De modo que todavía no era la seudorrepública que más tarde nos enseñaron en la escuela, sino una forma de organización socio-política que su posterior sepulturero definía de la siguiente manera:
“Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus Leyes, sus Libertades; Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El Gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada: sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro”.
Si llega a escribirlo hoy un periodista independiente, estaría cumpliendo condena de 25 años (sin amnistía).
Por entonces la Constitución del 40, que FC defiende con fervor en su alegato, había sido sustituida por unos estatutos a la medida del nuevo amo, y que entrañaban una contradicción: aunque se reconocía que “La soberanía reside en el pueblo y de éste emanan todos los poderes” (Art. 118), se añadía que “El presidente de la República será designado por el Consejo de Ministros” y que a su vez “Corresponde al presidente nombrar y remover libremente a los ministros, sustituyéndolos en las oportunidades que proceda”, de modo que se eligieron entre ellos, y, a su vez, se atribuyeron el derecho a modificar la constitución. Un procedimiento cuyas virtudes tuvo tiempo de reconsiderar en los años siguientes, para ponerlo en práctica, corregido y mejorado, tan pronto asumió el mando de la Isla, hasta el punto de gobernar casi 20 años sin constitución alguna, hacerse una a medida para los 30 siguientes, y olvidar que, según él mismo dijo en su alegato, “es un principio elemental de Derecho Público que no existe la constitucionalidad allí donde el Poder Constituyente y el Poder Legislativo residen en el mismo organismo. Si el Consejo de Ministros hace las leyes, los decretos, los reglamentos y al mismo tiempo tiene facultad de modificar la Constitución en diez minutos, ¡maldita la falta que nos hace un Tribunal de Garantías Constitucionales!”.(Y ¡maldita la falta que nos hace una Asamblea Nacional del Poder Popular que jamás ha votado en contra!, digo yo). Obviando también, una vez ocupado el trono, que “El que tratare de impedir o estorbar la celebración de elecciones generales, incurrirá en una sanción de privación de libertad de cuatro a ocho años”, cosa que recordó a sus jueces.
FC hablaba en su alegato en nombre de los cubanos humildes, a quienes describía pormenorizadamente. Empezando por los soldados, a quienes se prohibía “conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el 99% del pueblo … ? ¡Qué desconfianza …! ¡Ni a las vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla!”. Las casitas que les habían prometido no pasaban de 300 en toda la Isla, cuando “con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una casa a cada alistado”. Recuerda “a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento” (y ya los emigrantes van por dos millones). “A los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero” (valga hoy la redundancia). Recuerda a los agricultores que trabajan una tierra que no es suya y “que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo”. Habla en nombre de “los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por las crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales, a los diez mil profesionales jóvenes (...) que salen de las aulas con sus títulos, deseosos de lucha y llenos de esperanza, para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica”. Y a los maestros les promete entre 200 y 350 pesos (dólares al cambio de entonces) mensuales, es decir, que hoy deberían ganar entre 4.400 y 7.700 pesos, para que no vivan “asediados por toda clase de mezquinas privaciones”. Más el uso gratuito del transporte a los maestros rurales, años sabáticos, etc. “¿De dónde sacar el dinero necesario?”, se preguntaba FC en su alegato. Y respondía: “Cuando no lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones en este país sin fronteras, sólo para guerrear contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra”. Lo dijo él, que conste.
Pero FC es aún más contundente al avizorar el futuro describiendo el presente, cuando nos habla de que “cuatrocientas mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud”; o de que “Cuba podría albergar espléndidamente una población tres veces mayor, no hay razón pues para que exista miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente. No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar”. Para concluir que los niños “habrán oído diez millones de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción”. Lamentablemente, citando al mismo, para los cubanos se mantiene invariable que sus “caminos de angustia están empedrados de engaños y falsas promesas”.
“La Historia: pendiente de absolución”; en: Cubaencuentro, Madrid,2 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/02/3393.html.