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Siempre es 26

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Ya lo había anunciado el máximo líder, cuando vaticinó 1.200.000 cubanos congregados el 26 de julio. Y, qué poder de predicción, señores televidentes, pudimos contemplarlos por la CNN, desfilando junto al mar para rememorar el asalto a un cuartel de Santiago, y exigir la devolución de cinco patrióticos espías a su verdadero padre. Ello demuestra la sintonía entre los deseos del líder y la espontaneidad de los cubanos. Claro que no podían menos ante una fecha de resonancias universales: mencionada en la televisión de Nigeria, y celebrada en el restaurante Havana Club, con asistencia del cuerpo diplomático acreditado en Ulan Bator, Mongolia.
Mientras veía las imágenes del desfile en La Habana, que “amaneció inundada de pueblo y vestida de los colores rojo y negro”, e “hizo retumbar las calles”, según Granma; escuchaba en mi memoria la inolvidable voz de Omara Portuondo repitiendo el estribillo “Siempre es 26” —toda consigna es un estribillo redactado por compositores políticos, razón por la que sus montunos son tan aburridos—. ¿Qué intentaba anunciarnos la conocida frase, además de que se derogaba el calendario gregoriano?
La interpretación popular y festiva celebra un día de asueto. Algunos claman por un calendario lleno de 26, para disfrutar de un festivo eterno, y otros dictaminan que en Cuba, dado el contrato social —el Estado se hace el que paga y los empleados se hacen los que trabajan—, siempre es 26.
En la interpretación oficial, se trata del “Día de la Rebeldía Nacional”, cuando tuvo lugar el primer episodio de la serie que concedería el poder perpetuo a un hasta entonces desconocido abogado: Fidel Castro Ruz. La denominación de origen extiende el suceso a todo el pueblo cubano. Una extrapolación sancionada por el triunfo posterior, y la necesidad que tiene todo nuevo orden de crear su propia mitología, e incluso su propia cronología. Antes de 1959. Después de 1959. Y así travestir sus hitos en hitos de la Patria Toda. La “rebeldía nacional” comenzó en 1953. Las guerras de independencia fueron apenas sus preámbulos.
Claro que “siempre es 26” podría tener otros significados. Seguramente no es un homenaje a Santa Ana, la abuela de Jesucristo, mencionada por primera vez por San Epifanio. Ni a Santa Ana María Taigi, mujer de paciencia invicta. Tampoco hará referencia al día de la independencia de Liberia, a la muerte de Jaime I, el Conquistador, el nacimiento de Bernard Shaw, Antonio Machado, Jung, André Maurois, Adous Huxley, Satanley Kubrick o Mick Jagger; el aniversario de la promulgación en el Reich de una ley de esterilización para mejorar la raza humana, la creación de la CIA en 1947, la muerte de Eva Perón o el estreno de Parsifal de Wagner en Bayreuth.
Dudo que el slogan sea un homenaje a los carnavales que se celebraban en Santiago aquel 26 de julio de 1953. “Siempre es carnaval” carece de la solemnidad que necesitan los gobernantes de facto para sacralizar lo que no ha sido sancionado por la libre voluntad del pueblo. El monarca que se instaura apelando a méritos históricos, requiere un andamiaje propagandístico, una mitología más espesa, que el monarca tradicional, a quien basta el pedigrí de su hemoglobina.
Aunque si acudimos a la etimología del carnaval, palabra que procede del latín carnem levare (quitar la carne) podría decirse que celebramos el día en que nos quitaron la carne. Siempre es 26. Lo de carrus navalis es otro asunto etimológico en discusión, yen 1953 faltaban tres años y pico para que zarpara el Granma, el mayor barco o carrus navalis de la historia, en palabras de Pepito. Si recordamos que el carnaval es subversión, travestismo, retorno al caos primigenio, cuando nada es lo que parece y la verdad se enmascara; muñecones, disfraces, caretas, comparsas y carrozas con mucho papel de colores que se deshace al primer aguacero, entonces podría decirse que siempre es 26. Así, por el llamado “Protestódromo” del Malecón, émulo sin gracia del Sambódromo de Río, desfiló el pasado 26 la mayor comparsa, encabezada por el abuelo del Ayatolá Pérez Roque, y el nieto del Ayatolá Khomeini, el tal Hojjatoleslam Hajj Seyed Hassan Khomeini. Del Coranjo la comparsa. Durante todo el año se nos presentan chirigotas redondas en la tele. Desfile de muñecones en la antigua Plaza Cívica, disfrazada a su vez de Plaza de la Revolución. Un niño náufrago convertido en mascota política. Unos patriotas que parecen espías, y pasan por poetas (de libro édito y todo). Un millón de católicos habaneros que pasean como protestantes frente a la Oficina de Intereses norteamericana. Un embargo disfrazado de bloqueo, que inhibe el crecimiento de la malanga y aborta la parición del aguacate. Y una democracia tan bien disfrazada de dictadura que ni se le nota. Siempre es 26.
Pero no, porque el carnaval es la libertad controlada y temporal de subvertir el orden establecido e irse de lengua suelta contra los poderosos, y en Cuba ya se sabe que la ley contiene rigurosamente esos excesos.
Pero existen otras interpretaciones. FC reconocía en su alegato de 1953, La historia me absolverá, que el plan de ataque al Moncada “fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar”, además de sobreestimar su propia voluntad y pasar por alto la realidad objetiva. De ahí los extravíos, descoordinación y la consiguiente derrota. Porque lo que se celebra en esta fecha es una derrota. Si hilamos la compra de barredoras de nieve, el Cordón de la Habana, el Plan Lechero que desembocó en el status actual de la vaca en Cuba como especie protegida; aquel café caturra de aciaga memoria; la Zafra de los 10 millones cuyo único resultado feliz son los Van Van, las fábricas a medio hacer por toda la Isla, el descalabro de producciones tradicionales, el ínfimo rendimiento y la escasez crónica; concluiremos que, efectivamente, siempre es 26. Sólo que la derrota de un centenar durante un día, se ha ampliado a once millones durante medio siglo.
Pero no sólo fue una derrota. Fue una masacre. A los, quizás, 32 muertos en combate por la parte rebelde, y 22 soldados, se sumaron otros 50 o más asesinados. Los próximos 48 años presenciarían miles de fusilamientos; decenas de miles de muertos en combates cercanos y lejanos: ahorcados en Manicaragua, ametrallados en Adis Abeba, degollados en Ahaggar, devorados vivos en las márgenes del Okavango; otras decenas de miles intentando huir a través del campo minado que rodea la Base Naval de Guantánamo, o a través del Estrecho minado de tiburones y corrientes traicioneras, que rodea la Base Naval de Cuba; tiroteados, hundidos a golpes de proa, cayendo de los trenes de aterrizaje en aeropuertos helados: náufragos del naufragio que es la Isla. Siempre es 26, corean las viudas y los huérfanos.
Claro que el 26 de julio se celebra también la presentación política en sociedad del abogado Fidel Castro Ruz, quien no desaprovechó la ocasión de convertir su derrota militar en una operación de marketing con un rating de mártires. Desde el Moncada a la Sierra, las guerrillas latinoamericanas, Angola y Etiopía, hasta cumbres y cónclaves internacionales surtidos, la felicidad de los cubanos ha sido la moneda que ha sufragado al contado, sin plazos ni moratorias, la mayor operación de marketing político montada por líder alguno, la elevación del ego personal al rango de primera prioridad de una nación, rehén de la vanidad y la soberbia.
Efectivamente, Omara, siempre es 26, y por muchas razones.
“¿Siempre es 26? ”; en: Cubaencuentro, Madrid,30 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/07/30/3329.html.