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Vaticinios

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Si no aprendemos de la Historia, nos vemos obligados a repetirla. Cierto.
Pero si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo.
Y eso podría ser peor.
Alvin Toffler
“El futuro ya no es lo que era”, dijo un tal Anónimo, y lo repitieron con otras palabras Paul Valery y Arthur Clarke. Puede decirse que el futuro ya no es lo que solía ser aquel 16 de octubre de 1953, cuando el joven abogado Fidel Castro Ruz leyó su alegato de defensa “La historia me absolverá”. Aquel texto nos permite cotejar el dibujo del porvenir que en aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano con la realidad a medio siglo de distancia.
Antes de ofrecernos un vaticinio del futuro que se construiría bajo sus órdenes, FC vindicó su derecho a subvertir por la fuerza un orden tiránico. Citaba a tales efectos a las monarquías teocráticas de la antigüedad, a los pensadores de la antigua India, las ciudades estado de Grecia y a la República Romana, a Juan de Salisbury, Santo Tomás de Aquino, Martín Lutero, Felipe Melanchtlon, Calvino, Juan Mariana, los reformadores escoceses y Jorge Buchman, Juan Altusio, Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre (“Cuando una persona se apodere de la soberanía, debe ser condenada a muerte por los hombres libres”) y a Montesquieu, entre otros, con una memoria prodigiosa que le abandonó en 1959, porque desde entonces hasta hoy la más tímida disidencia ha sido objeto de sanciones desmesuradas, tildadas de acciones al servicio de una potencia extranjera (el monopolio del poder trae de ñapa el monopolio de la cubanía). Él mismo lo explica citando en su alegato a Montesquieu: “Así como es necesaria la virtud en una democracia, el honor en una monarquía, hace falta el temor en un Gobierno despótico, en cuanto a la virtud, no es necesaria, y en cuanto a honor, sería peligroso”. Desde aquel instante podíamos empezar a preocuparnos por nuestro futuro, el sitio donde, como dijeran Mike Mc Avennie y Woody Allen, habríamos de pasar el resto de nuestras vidas.
¿Cuál era el futuro de Cuba que proponía aquel abogado? Se resumía en cinco leyes que “serían proclamadas inmediatamente”. La primera “devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado”. La segunda era la Ley de Reforma Agraria que se pondría en marcha. La tercera, otorgaría “a los obreros y empleados el derecho de participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas”. “La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña y cuota mínima de 40 mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de establecidos”. Y la quinta ley “ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los Gobiernos” y a herederos de dineros mal habidos. Cosa que también se puso en práctica. Concluyendo “que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente”, porque “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”. De seis, dos. Mal average.
Otros buenos propósitos del joven abogado eran “asegurar a cada trabajador manual e intelectual una existencia decorosa”, así como resolver los ocho problemas: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; (...) junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”. En cuanto al problema habitacional, se proponía financiar “la construcción de viviendas en toda la Isla en escala nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que cada familia viva en su propia casa o apartamento”. Medio siglo después, el legado es la destrucción de las ciudades “en escala nunca vista”, sólo el pequeño agricultor de 1959 posee la tierra, y aquel joven abogado que citaba los criterios anti latifundistas de la Constitución del 40 es el mayor terrateniente del planeta. Vamos a peor: de ocho, dos, y quizás pecamos de generosos.
“Cuba sique siendo una factoría productora de materia prima”. (...) “el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas”, decía él por entonces y no parece haber transcurrido medio siglo. Incluso resulta asombroso que desde esa distancia, aquel abogado nos dicte un programa de Gobierno que se ajusta bastante a lo que esperan los cubanos de una transición: “Un Gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo y el respeto de la nación, después de limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos, procedería inmediatamente a industrializar el país, movilizando todo el capital inactivo que pasa actualmente de mil quinientos millones a través del Banco Nacional y del Banco de Fomento Agrícola e Industrial y sometiendo la magna tarea al estudio, dirección, planificación y realización por técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los manejos de la política”. Claro que ya no existen los millones que él heredó y dilapidó graciosamente.
Cierto que algunas cosas han variado: el cubano es hoy un pueblo más instruido, y dispone de índices de atención médica y educacional superiores. El país de inmigrantes se convirtió en país de emigrantes. De estar a la cabeza de América Latina en sus parámetros económicos, se ha trasladado a la cola. Del superávit al déficit. De acreedor a deudor. De conceder ayuda humanitaria, a recibirla. Hasta Malasia y el Vietnam devastado por una de las peores guerras del siglo le otorgan créditos blandos que parecen limosnas. Los gallegos acuden de turistas a la Isla. Los cubanos acuden de braceros a Almería, se asilan en Honduras, se baten con los tiburones del Estrecho para pisar la tierra prometida. Cuba dispone de uno de los mayores ejércitos del mundo con relación a sus habitantes, la moneda nacional es el U.S. dólar, las prostitutas multiplican el salario de los médicos, y los ingenieros sueñan ser camareros al servicio de un patrón catalán, que ahora acuden como bodegueros de alto standing. O mejor, despertarse algún día convertido en extranjero, para poder vivir decorosamente en el Vedado, fundar su propia empresa en Miramar y llevar a los niños de vacaciones a Varadero. O a Santa María, para no ser muy ambiciosos.
Por todo ello, coincido con aquel joven abogado cuando aseguraba en su alegato: “No podréis negarme que el régimen de Gobierno que se le ha impuesto a la nación es indigno de su tradición y de su historia”. Lo que él pronunció como una acusación, se encargó de convertirlo más tarde en vaticinio.
“La Historia: pendiente de absolución (II) ”; en: Cubaencuentro, Madrid,8 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/08/3488.html.