• Registrarse
  • Iniciar sesión

Yo, el supremo

Comentarios Enviar Print

 

“Yo, el Supremo Dictador de la República...”. Así empezaba Roa Bastos la mayor novela de dictadores escrita en América Latina. Los cubanos, en cambio, disponemos, por desgracia, de una realidad histórica tan delirante como su novela, con la diferencia que llevamos 42 años leyéndola con todo el cuerpo.

 

El discurso de nuestro Supremo el pasado primero de mayo es una pieza digna de figurar en la literatura siquiátrica. Tras contar a los sufridos asistentes su versión condensada de la historia de América, al mejor estilo del Reader´s Digest, afirma sin rubor que su triunfo de 1959 forjó “una nueva etapa en la historia de este hemisferio”. Y dado que se trata de Su Revolución, es Él, Oh Lord, el partero de la nueva era, el que cortó la cinta en la Expo Porvenir de América Latina (o de América Toda). Tres lustros promoviendo guerrillas en Latinoamérica concluyeron en una democratización del continente, lejos de los parámetros del Poder Popular. Tres lustros de guerras africanas concluyeron con aquel Megistu huyendo con su botín, las facciones angolanas repartiéndose petróleo y diamantes sobre un tapete de miseria y sangre, y miles de viudas cubanas recordando a sus muertos. Tras diez años de ausencia rusa y Período Especial, tenemos al Supremo de regreso, proclamándose el segundo fundador de América.

 

Y como un Supremo no puede menos que tener un Supremo Enemigo, afirma que “Todo cuanto hicieron los gobiernos de Estados Unidos en este hemisferio hasta el momento actual estuvo fuertemente influido por su obsesión y temor ante la presencia desconcertante de la Revolución Cubana”. De modo que una Isla de once millones de habitantes, cuyo peso económico decrece y cuya influencia internacional ha pasado de ser canónica a ser histriónica, protagoniza la atención del Norte hacia todo un continente poblado por más de 500 millones de almas. Rara anomalía de las estadísticas.

 

Claro que esa América Latina que olímpicamente desprecia, es aquella que en los 60, integrada en la OEA —“repugnante institución, invalidada moralmente para siempre por el entreguismo y la traición”—, expulsó a Cuba del gremio “Con una abyección repugnante que pasará a la historia como ejemplo sin precedentes de infamia” (la redacción es un abuso idiomático). La misma América Latina que hoy se presta a “una gigantesca anexión (...) a Estados Unidos”.

 

Según nuestro Supremo, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) tiene como propósito “liquidar la soberanía, impedir la integración, devorar los recursos y frustrar el destino de un conjunto de pueblos (...) con lengua latina, cultura e historia comunes”. Claro que la apoyan gobiernos “burgueses y oligárquicos, sin principios políticos ni éticos, que votaron junto a Estados Unidos en Ginebra, por oportunismo o cobardía, para servirle en bandeja de plata pretextos y justificaciones a un gobierno de extrema derecha de Estados Unidos, con el objetivo de mantener su bloqueo genocida, e incluso podrían servir como excusa para agredir al pueblo de Cuba”. Y en sus inferencias podría ir más allá: la tercera guerra mundial, el fin de la galaxia, la extinción del Sol.

 

No continuaré citando la sarta de insultos, porque el espacio de mi columna es breve. Lo cierto es que nuestro Supremo tiene el legítimo derecho de opinar lo que desee sobre el ALCA, pero quizás fuera más persuasivo si ofreciera datos concretos sobre sus nefastas consecuencias, fijándose incluso en México, cuya experiencia en el Libre Comercio no es nada desdeñable. El único amago reflexivo que nos hace es alertar sobre la sustitución de materias primar naturales (presuntas exportaciones de nuestros países) por homólogos sintéticos, de donde se infiere que del Río Grande hacia el sur no hay nada exportable. En cuyo caso no habría comercio, ni libre ni preso. Y Cuba debería olvidarse del azúcar, el ron, los tabacos y el níquel, y promocionar su tecnología espacial.

 

Su panorama es francamente unipolar: USA lo comprará todo en América Latina, lo controlará todo, y los latinoamericanos se convertirán en productores de materias primas, no se sabe bien para qué, porque antes nos dijo que eran sustituibles, y mano de obra barata (casi tan barata como la cubana). Muchos cultivos desaparecerán por la competencia desleal de la subvencionada y tecnológica agricultura norteamericana, y cuando venga una crisis, medio mundo se morirá de hambre por culpa del ALCA. Al margen de que las monedas nacionales desaparecerán —como ya ha ocurrido en Cuba; aunque Él afirme que se ha revalorizado el peso criollo siete veces entre 1994 y 1999, olvidando el detalle de que se ha devaluado 22 veces respecto a 1959—. Aumentará el desempleo al Norte y al Sur del continente (por arte de magia). Debacle con hecatombe y genocidio, para continuar con su estilo.

 

Algo que no nos explica es el por qué, siendo tan mala malísima el ALCA, y tan enemigo de Cuba Estados Unidos, ese país no le propuso a nuestro Supremo integrarse a la comparsa, y hacerle así muchísimo daño.

 

Claro que esos gobiernos anexionistas no les cuentan a sus pueblos las verdades que nos revela el Supremo, “ocultan información” —rubro en que Él tiene una amplia experiencia—. Sólo Venezuela y Brasil comprenden estas verdades y “encabezan la resistencia”. Sólo por un problema de cortesía acudieron a Quebec y firmaron el acuerdo.

 

Y después de advertirnos que en sus palabras no hay ni rastros de exageración, nuestro Supremo solicita un plebiscito para que los pueblos de Latinoamérica decidan si desean o no que sus países integren el ALCA.

 

Plebiscito. Palabra burguesa que siempre ha denostado. Palabra mágica que viene repitiendo la oposición en Cuba durante decenios. Y ahora es pronunciada, al fin, por sus labios. Claro que la regla es “hagan lo que yo digo y no digan lo que yo hago”.

 

¿Le asiste algún derecho para exhortar a un plebiscito? En el orden de las ideas abstractas, le asiste incluso el derecho de proponer el deshielo de la Antártida para irrigar el Sahara. En el orden de las competencias, sólo le correspondería implementar un plebiscito en su propio país, y comprobar con cifras supervisadas que los cubanos detestan el ALCA y lo adoran a Él. La respuesta es tan obvia que en 42 años no se ha atrevido a hacerlo. En el orden del marketing político, era algo previsible:

 

1º-Demostrar que la fiesta a la que no me han invitado, es un fracaso.

 

2º-Devolver, con un cocotazo retórico, la bofetada que algunos países latinoamericanos le asestaron en Ginebra.

 

3º-Mantenerse, aunque sólo sea por bocón, en los titulares de la prensa.

 

4º-Distraer al personal de la Isla, sumido en el área de nulo comercio, en la crisis sin fondo (ni siquiera monetario), la libreta de racionamiento light, y la explotación del hombre por El Hombre.

 

Quizás la culpa la tengamos los periodistas, que comentamos sus suculentas ocurrencias en lugar de hacer un espeso silencio. O esos mandatarios que en los eventos internacionales se apresuran a hacerse la foto de rigor, por pura curiosidad paleontológica, aunque más tarde, cuando se trate de discutir en serio, no le hagan ni el más mínimo caso.

 

“Yo, el supremo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de mayo, 2001. http://www.cubaencuentro.com/encuba/2001/05/04/2199.html.