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Categorías

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Dos amigos habían sido invitados a un convite. Ambos eran notables en sus oficios, quizás los más notables de la ciudad, a pesar de que sus oficios en sí pertenecían la categoría tercera, la de los hacedores. La categoría de quienes levantan los palacios, tienden los caminos, preparan los manjares y componen el mundo. La segunda era la categoría de los decidores, quienes narraban con lujo de detalles y de palabras las peripecias de los hombres y dioses. Y, de paso, alababan con lujo de adjetivos a la primera categoría, los decididores. Estos últimos, es decir, estosd primeros, mantenían un comercio singular con las dos categorías postreras: a cambio de manjares, castillos y palabras entregaban órdenes y orientaciones.

En aquella ocasión, los dos hacedores se encaminaban a casa de un decididor muy principal que era quien organizaba el convite. Ambos tenían una idea bastante clara de su propia valía, con la diferencia de que uno prefería demostrarla y el otro, mostrarla.

En llegando al banquete, el que mostraba continuamente su valía ocupó en la mesa un puesto de primera A (casi palco presidencial), mientras el otro prefirió el asiento que más abajo halló.

Llegando el jefe de protocolo, procedió a ciertos enroques: el hacedor que se había situado casi en la cabecera de la mesa fue desterrado hacia el último asiento, aunque no fuera, por cierto, el último de los allí presentes; mientras que el segundo hacedor, sentado más abajo de lo que le correspondía, fue ascendido hasta las proximidades de los decididores, codo a codo con los decidores más renombrados, en cuya compañía contrajo el gusto por paladear faisanes y discursos.