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Job, El Paciente

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Cierto día en que conversaban animadamente, Satanás pidió permiso a Jehová para infringir a Job los más rudos sufrimientos y probar así su paciencia. El señor, que se aburría por entonces, firmó un decreto de autorización para ver en qué terminaba aquello[1].

Job era por entonces un patriarca célebre por su piedad y su paciencia, por sus siete hijos y sus tres hijas, sus siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientos jumentos.

Primero, Satán logró que una tribu árabe le robara los bueyes y los jumentos. Después, el fuego del cielo azotó sus rebaños. Los caldeos le arrebataron los tres mil camellos. Y por último, un huracán se llevó a bolina los pilares de su casa, que al derrumbarse lo dejó huérfano de hijos.

Job montó en cólera, pero se llamó a reflexión y discurrió que alguien por allá arriba ─al más alto nivel, dadas las proporciones de los desastres─ le estaba haciendo una trastada. Abandonó sus primeros impulsos y cortándose al rape los cabellos, se rasgó los vestidos antes de postrarse en tierra y adorar al Señor diciendo:

─Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo regresaré a la tierra. El Señor me lo dio todo. El Señor me lo ha quitado. Se ha hecho lo que es de su agrado. Bendito sea el nombre del Señor.

Por último, Job comenzó a padecer la úlcera más vasta de la literatura médica: se extendía desde la planta del pie hasta la coronilla. Mientras se raía la podredumbre con un trozo de teja, sentado en un estercolero ─ni siquiera la ambientación fue confiada al azar─, su mujer le reprochaba tan cretina simplicidad, a lo que respondió:

─Has hablado como una mujer sin seso. Si recibimos los bienes de la mano de Dios, ¿por qué no recibir también sus males?

Para recompensar aquella paciencia admirable ─tanto, que hasta resultaba sospechosa, discurrió el Señor─, Jehová curó sus llagas, duplicó sus bienes y, para no tener que resucitar a los hijos anteriores, a la sazón en muy mal estado, lo dotó de la virilidad necesaria para hacerse de una nueva familia.

Job agradeció al Señor aquel inesperado plan reposición, pero en su fuero interno ─tan interno que ni Jehová, el omnisciente, pudo enterarse─ siguió pensando que si para ganar una apuesta Dios era capaz de arrasarle la vida, tendría que ser «un muy grande hideputa».

[1] La leyenda no aclara por qué Satán, estando en la oposición, pediría permiso a Jehová. ¿O mantendrán algún pacto de gobierno?