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Pastoriles

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Éranse dos pastores de muy distinto talante: para el primero las ovejas no eran animalitos sino casipersonas, amigas que conocía una a una por sus nombres, yerba predilecta y biografía. Tan pronto entraba al corral, ellas se arremolinaban a su alrededor, se apretaban contra sus costados y lo seguían con asiduidad de cocker spaniels.

 

Ya en los prados, el pastor tomaba el caramillo y las ovejas se embelesaban escuchando sus melodías[1], aunque es justo reconocer que él sabía mucho más de ovejas que de música.

 

Por las noches, cuando rondaban los lobos, dormía el pastor en el establo con la escopeta por almohada.

 

Cierta vez, en campo abierto, cuando las ovejas fueron atacadas por un lobo, el pastor, a falta de escopeta, lo ahuyentó a palos con su cayado de roble, no sin antes encajarle el caramillo contra natura en el amor propio. Desde entonces, el lobo avisa desde lejos con las ventosidades musicales que se le salen mientras corre.

 

El segundo pastor veía a sus ovejas en términos estadísticos. Para él no eran más que lana con patas, a tantos kilogramos por cabeza. La cojita del mechón oscuro era para él tan oveja como la bizca de la lana rubia, y a lo sumo las dividía en A, B y C de acuerdo a la calidad de la pelambre, para que después no lo fueran a engañar los de la esquila.

 

El segundo pastor trabajaba ocho horas estrictas mientras el primero a veces empleaba seis, o diez, o dieciocho, porque había descubierto que las ovejas tienen horario abierto. Hombre de paz, el segundo no tenía escopeta. Prefirió gastarse sus dineros en vino y concubinas. Durante algunas de aquellas noches placenteras en las alcobas de la ciudad, los lobos y los ladrones hicieron con el rebaño su agosto bien entrado septiembre. Pero aquello ya estaba incluido entre las pérdidas calculadas.

 

Cuando en otra ocasión el lobo lo atacó en las colinas, el pastor sacó una cuenta elemental: «Ovejas habrá muchas pero vida tengo yo una sola». Y como era muy diestro en cálculo mental, el resultado de la operación lo obtuvo ya corriendo. El lobo, que era muy refranero, recordó: «A enemigo que huye, puente de plata». Y ni siquiera lo persiguió; con lo que se demuestra que cualquier pastor puede correr más rápido que las ovejas; que a los lobos los humanos no les interesan salvo en caso de caperucitas o escasez extrema, y que este lobo no es el mismo del pastor anterior, porque no emitía música.

 

Después de la alegre matanza que hizo el lobo a sus anchas, las ovejas sobrevivientes acordaron un éxodo masivo, uniéndose al rebaño del pastor número uno, que se vio incrementado de este modo imprevisto, cumplió ese año con creces el plan de producción, disminuyó el costo por kilogramo y aumentó las cifras de lana A (exportable).

 

Mientras, el segundo pastor tuvo que conformarse con pasar a la nómina del Estado; lo que redundó en más bien que daño, porque empezó a disfrutar de la seguridad social, el sueldo fijo y descanso retribuido treinta días al año.

“Pastoriles”; en: Diario de Jaén, Jaén, España, 22 de junio, 1996, p. 30.

 

[1]Los cursos de apreciación musical son muy posteriores a esta era feliz, bucólica y predodecafónica. Aunque Flavio Josefo habla de 500.000 músicos en Palestina (en cuyo caso La Biblia sería una ópera), los historiadores confirman que la matemática de Flavio Josefo era precaria.