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Salariales

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Salió una mañana cierto propietario en busca de obreros para labrar su viña.

 

A las ocho concertó con algunos pagarles un denario al día y los mandó al trabajo.

 

Salió a las nueve, y viendo a algunos ociosos los contrató igualmente:

 

─Id también a mi viña y os daré lo que fuere justo.

 

Y ellos fueron.

 

Más tarde hizo lo mismo con otro grupo de desocupados.

 

Y, por último, una hora antes del fin de la jornada, contrató a un puñado que había pasado el día en la plaza, a la sombra de un toldo, contemplándose el ombligo:

 

─¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?

 

─Ha subido mucho la tasa de desempleo ─respondieron.

 

Y aún a riesgo de inflar su plantilla, los encaminó también hacia la viña donde ya se daban cabezazos y había mermado mucho la eficiencia.

 

Al fin de la jornada, mandó a su mayordomo:

 

─Llama a los obreros, págales el jornal empezando desde los postreros hasta los primeros.

 

El mayordomo pagó un denario a cada uno, desde los que habían trabajado apenas una hora, hasta los que habían sudado como burros durante todo el día.

 

Fueron esos últimos quienes comenzaron la sedición y las murmuraciones:

 

─Estos postreros sólo han trabajado una hora y los ha hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día.

 

A lo que el señor respondió:

 

─Amigo: no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Mas quiero dar a este postrero como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mio? ¿O es malo tu ojo porque yo soy bueno? Recuérdalo: los primeros serán postreros, y los postreros, primeros: porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. Acababa de inventar el sueldo fijo.

 

“Salariales”; en: Somos, n.º 155, La Habana, 1994, p. 43.