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Cuéntase que un hijo menor se aburría en su granja natal, porque vivir en el interior del país lo abrumaba, de modo que un buen día pidió:

 

─Padre, entregue la parte de la hacienda que corresponda a éste, su hijo, por herencia. Me voy por ahí a recorrer el mundo.

 

El padre le asignó lo que en pura justicia le tocaba y lo vio partir; apesadumbrado, porque lo quería bien, a pesar de que no trabajaba ni la cuarta parte que su primogénito.

 

El muchacho se marchó al extranjero y recorrió algunos sitios antes de ir a dar al país de los sodomitas y gomorreos, que tenían muy avanzada, por entonces, la industria del entertainment. Se sumió en los placeres con nocturnidad y ensañamiento, hasta que cierto día amaneció sin un centavo. Fue entonces la hambruna, y terminó cuidando puercos en casa de otro granjero donde hasta el pan de anteayer estaba racionado.

 

Llegado a este punto, se acordó de los siervos en su granja natal comiendo solomillo tres veces por semana. Lió sus bártulos y regresó a sus predios clamando:

 

─Padre, he pecado contra el cielo y contra tí. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como a uno de tus jornaleros.

 

El padre se le echó al cuello y lo besó. Ordenó que lo vistieran de limpio y lo calzaran, le colocó un anillo en el anular de la mano derecha y mandó a matar el becerro más grueso para festejar el regreso de su hijo menor.

 

─Este, mi hijo, muerto era, y ha revivido; habíale perdido, y es hallado.

 

Y comenzó la comilona, la fiesta, el regocijo; guateque muy mentado por años en la crónica oral.

 

Regresó entonces del campo el primogénito, de tierra colorada hasta los ojos, y escuchando el barullo preguntó qué era aquello. Cuando su padre salió a la puerta y le pidió que entrase, dijo con justa ira:

 

─He aquí tantos años que te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y no me has dado un cabrito para gozarlo con mis amigos. Mas cuando vino éste, tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras, le has matado el becerro más grueso.

 

─Hijo ─respondió el padre─ tú siempre estás conmigo, todas mis cosas son tuyas.

 

─Que lástima ser siervo de lo que soy dueño ─rezongó el primogénito mientras hacía las maletas.