Actualizado: 18/04/2024 23:36
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A Castro se le prende el foco

El nuevo enemigo del eje Caracas-La Habana ya tiene nombre: etanol.

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En dos sesudos artículos publicados la última semana, y tras largas reflexiones en la tumba de donde pretende emerger cual Frankestein caribeño, Castro lanza otra de sus predicciones catastrofistas. Según él, "más de 3 mil millones de personas en el mundo" estarían condenadas a una muerte prematura debido a la "idea siniestra de convertir los alimentos en combustible".

Incapaz de concebir nada que no sea apocalíptico, el dictador cubano falta a la verdad, y a sabiendas. Su gran argumento, digno de Perogrullo, es que producir "¡35 000 millones de galones [de etanol] significan un 35 seguido de nueve ceros!"

Al burro se le salen las orejas. Arremeter contra el uso de los biocombustibles es, en este caso, tratar de mantener la situación actual, donde su entenado Hugo Chávez dilapida a manos llenas el petróleo de Venezuela, sosteniendo de paso la precaria economía de Cuba. A Castro no le importa la alimentación de los pobres del mundo; y le valen gorro, como se dice aquí, las graves consecuencias del calentamiento global, para cuya solución no ha ofrecido jamás ni una sola propuesta viable.

De su arbitraria cuenta de los 3 mil millones de condenados a morir por hambre, debía empezar por preocuparse por la alimentación de los cubanos, que sobreviven apenas con una libreta de racionamiento. Lo peor: ni siquiera ha mencionado la terrible espada de Damocles que se cierne sobre la isla y otros territorios caribeños cuando, dentro de un plazo no demasiado largo, debido al calentamiento del planeta, puedan ascender las aguas del mar, arrasando con playas y ciudades costeras.

No lo dice así, pero Castro defiende implícitamente el derroche de petróleo, cuyo precio actual de unos sesenta dólares por barril beneficia, entre otros, a los jeques del Medio Oriente. Es decir, a los ricos más ricos entre todos los ricos.

Bajo el argumento de la muerte por hambre y sed de buena parte de la población mundial, se esconde otra campaña política que, en este caso, no sólo se dirige contra los Estados Unidos, sino también contra Brasil y cualquier país que busque un camino diferente para su desarrollo energético.

De un solo plumazo, Castro cancela cualquier posibilidad de que Cuba pueda aprovechar sus excelentes condiciones naturales, bien estudiadas desde la época del sabio Álvaro Reynoso: "…en Cuba el empleo de la tecnología para la producción directa de alcohol a partir del jugo de caña no constituye más que un sueño o un desvarío de los que se ilusionan con esa idea". Es decir, la nación seguirá dependiendo de Hugo Chávez o del petróleo que eventualmente aparezca y se explote con eficiencia.

La genial idea del anciano dictador es que todos los países del mundo, ricos y pobres, cambien "los bombillos incandescentes por bombillos fluorescentes, algo que Cuba ha llevado a cabo en todos los hogares del país". Seguramente calla —o se hace el loco— el hecho de que el famoso cambio forzoso de los bombillos ha dejado muchos hogares a oscuras, a la espera de poder reponer el foco que de pronto se les fundió.


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