Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Absuelto por el 'Granma'

El diario oficialista cubano se adelanta a la muerte de Castro y declara que la Historia ha emitido ya un veredicto favorable a su legado. ¿Propaganda o desesperación?

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Es muy difícil conciliar los carteles con la imagen de Fidel Castro que dicen: "Vamos bien", colocados por todas partes en La Habana, y la atmósfera triunfalista de los festejos organizados para celebrar su 80 cumpleaños, con las penurias de la vida diaria en esa ciudad apuntalada, oscurecida por los apagones, sin agua corriente, sin transporte, sin pan, sin libertad, sin esperanza.

Una cosa es que los regímenes totalitarios, como el cubano, sean maestros en la manipulación de las percepciones, y otra es que puedan cambiar la realidad con su propaganda. De ahí que sea doblemente absurda la afirmación del diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, de que "la Historia" ha emitido un veredicto final favorable en cuanto al legado de Castro, ya que el sujeto esta todavía de cuerpo presente, liderando "desde el hospital y por teléfono", una revolución plagada de fracasos.

Al afirmar que la historia absuelve a su máximo líder, los propagandistas del régimen confunden sus deseos con la realidad, pero más allá del halago abyecto al caudillo gravemente enfermo, al descargar en una disciplina abstracta la responsabilidad de enjuiciar al dictador —y encima de ello afirmar con toda desfachatez que ya fue juzgado y absuelto—, no pretenden otra cosa que escamotearle al pueblo su derecho a juzgar por sí mismo todo lo acontecido desde el 26 de julio de 1953 hasta la fecha. En otras palabras: ellos detentan el poder arbitrariamente por casi cincuenta años, luego "la Historia" los absuelve de todos sus crímenes y desafueros en un juicio a puertas cerradas en la sala de redacción del Granma, y tras la publicación del veredicto en la primera plana del diario, el escenario queda listo para los próximos cincuenta años de revolución, bajo la "sabia guía" de Raúl, Ramiro, Pérez-Roque y los "talibanes", todo ello, por supuesto, con la bendición de Hugo Chávez y la izquierda latinoamericana.

Independientemente de lo que suceda tras la muerte de Fidel Castro, habrá que esperar a que se desclasifiquen un día los archivos del Estado totalitario, y a que todos los cubanos puedan contar libremente sus historias bajo el régimen castrista, para poder armar una narrativa que abarque la dimensión total del impacto del sujeto sobre la vida del país, pero si una de las tareas fundamentales de los historiadores, como afirma Ludwig von Mises en Teoría e Historia, es la de comparar los hechos con los designios y las intenciones expresas de sus autores, para determinar si los medios empleados por los mismos condujeron a los resultados esperados, entonces ya se conoce lo suficiente como para dudar del mencionado veredicto oficial.

La historia ni absuelve ni condena

Cualquier absolución genuina debe ser el resultado de un juicio imparcial donde interactúen al menos tres entes racionales independientes: el sujeto juzgado, que en este caso demuestra su inocencia más allá de toda duda razonable; el acusador, que no logra convencer al tribunal sobre la culpabilidad del acusado; y el tribunal, que tras analizar todas las pruebas presentadas por la defensa y la parte acusadora, dictamina la no culpabilidad en base a las evidencias a su alcance.

Podemos afirmar entonces que toda absolución —a menos que estemos especulando sobre el Juicio Final—, es siempre producto de la acción humana. Por eso es ilógico e inconsecuente pedirle a "la Historia" que emita absoluciones, salvo que se trate de personalidades megalómanas y demagógicas, como las de Adolfo Hitler y Fidel Castro, que trataron de evadir su responsabilidad apelando, cada cual en su momento, al arbitrio de esa entidad, cuando se vieron condenados por sus congéneres.

De la misma forma que el olmo no produce peras por más que uno se lo pida, la historia, en abstracto, no puede emitir veredicto. Lo único que hace la historia, en su calidad de repositorio del devenir humano, es ofrecer el escenario para que los historiadores —como afirma Edward Carr en ¿Qué es la Historia?— decidan "dónde se va a pescar evidencia".

En el caso de la revolución cubana, por desgracia para Castro y su régimen, no cabe ni siquiera apelar a la bruma del tiempo que cubre con su pátina de duda los hechos remotos, ya que el proceso de su revolución todavía no ha concluido. Muchos de los actores principales están vivos. Muchas de las víctimas están sufriendo aún, encerradas en las cárceles o deambulando por las calles, dentro y fuera de Cuba, ante la mirada de doce millones de testigos, que a su vez pueden haber sido víctimas o victimarios, por exceso o por defecto, como sucede en todo régimen totalitario, de ahí que no tengamos que esperar por nuevos hallazgos arqueológicos para reinterpretar los hechos. Para "pescar la evidencia" de lo sucedido, a la mayoría de los cubanos contemporáneos del castrismo sólo nos basta con abrir la puerta y salir a la calle, o levantar el periódico y leer la primera página, o cerrar los ojos y recordar.

¿El Dr. Jekill o el Sr. Hyde?

Pero aunque la historia pudiera absolver al máximo líder —ya hemos visto que no puede—, el recuento de lo sucedido, tal como aparece en los textos recopilados hasta hoy, no es tan nítido como nos quieren hacer creer sus seguidores. Cualquier observador imparcial ajeno a esas historias, muy bien podría quedar perplejo ante la dicotomía de percepciones que nos muestran. Una sencilla indagación en Google arroja la cifra de 2,6 millones de resultados a la clave de búsqueda: "Fidel Castro y libros". Sin embargo, una simple inspección de los nombres de los autores de las principales obras publicadas sobre Castro, desde Tad Szsulc hasta Carlos Franqui, pasando por Wayne S. Smith y Gianni Mina, hasta Georgie Anne Gyer y Robert E Quirk, cubren una amplia gama de facetas ideológicas, ofreciéndonos versiones disímiles del personaje.

¿Qué apreciación del mismo es la correcta, la de los textos que lo muestran como un líder desinteresado, preocupado por la independencia de su país y el bienestar de su pueblo ante una amenaza extranjera, o la de aquellos que lo muestran como un joven ambicioso y oportunista que inescrupulosamente hizo lo que tenía que hacer, incluyendo la traición y el engaño, para "aplastar a todas las cucarachas juntas" y llegar a convertirse en gobernante vitalicio?

¿Qué imagen es la acertada: la del joven irresponsable, instigador de un descabellado ataque contra la segunda fortaleza del país, que huye atemorizado en los primeros minutos del combate, o la del intrépido héroe que sale milagrosamente vivo de la batalla?

¿Es el líder de la revolución el estratega que nos presentan los textos marxistas, que se une magistralmente a la parte "progresista" de la humanidad empujado por la agresión del "imperialismo yanqui", o es el aspirante a tirano que rompe con Estados Unidos para inventarse un enemigo externo que le garantice el modelo de crisis permanente que necesitaba para consolidarse en el poder?

De las palabras a los resultados

Estas caracterizaciones, sin embargo, solamente sugieren que si bien algunos autores justifican las acciones del máximo líder bajo el paradigma revolucionario que representa, otros lo condenan por sus afanes totalitarios. Por suerte, toda acción humana se mide por sus resultados concretos, y más allá de lo que digan el Granma o sus biógrafos, a Fidel Castro habrá que medirlo por los resultados de su gestión como estadista en base al principio utilitario de "el mayor beneficio, pare el mayor número de personas", que en nada tiene que ver con juicios de valoración, sino con la elección de los medios más adecuados para llegar a los fines buscados. Y en ese sentido los hechos no dejan lugar a dudas.

Si lo que Castro buscaba era defender el régimen democrático y restablecer el ritmo constitucional de la República, como dijo él mismo en numerosas ocasiones durante la lucha contra Batista, al escoger la vía armada como método de lucha fracasó en su empeño, porque la guerra civil, lejos de contribuir a fortalecer las instituciones democráticas violadas por el golpe militar del 10 de marzo, solamente ayudó a polarizar más la sociedad cubana y sumirla en un baño de sangre fratricida en el que participaron con saña tanto las fuerzas represivas del régimen de Batista, como los terroristas revolucionarios que las combatían. El resultado de la lucha armada emprendida por Castro fue, contrariamente a lo prometido, la eliminación de la democracia representativa, del constitucionalismo liberal y su suplantación por un régimen totalitario.

Si lo que buscaba era el desarrollo sostenible, el fin de la pobreza y el logro de la independencia económica, al escoger el modelo de economía centralizada de corte soviético, Castro volvió a fracasar, porque al eliminar los mecanismos del mercado y la libre empresa, no hizo otra cosa que abortar el despegue de la nación hacia el desarrollo, que ya se vislumbraba a mediados de la década de los años 1950, como muestran los indicadores económicos de la época. Peor aún, al colocar a Cuba dentro del bloque soviético y adoptar un modelo económico inviable, Castro llevó al país a su nivel más alto de dependencia económica de su historia.

Si lo que quería era ofrecerle al pueblo era "libertad con pan" y "pan sin terror", como aseguró en su famoso discurso de 1959, al final terminó brindando todo lo contrario.

El fracasado más exitoso del mundo

Como aspirante a líder estudiantil, Castro no ganó una sola elección en la Universidad de la Habana. Como pistolero no pasó de ser un gángster de segunda clase que tuvo que tirarse a nado para llegar a tierra cuando fracasó la aventura de Cayo Confite, por temor a que Rolando Masferrer lo matara por haberle hecho un atentado. Como miembro de la juventud del Partido Ortodoxo era rechazado por Eduardo Chivas, que lo consideraba un gángster sin escrúpulos. Como líder militar llevó a sus compañeros a una muerte segura en el asalto al Moncada, armados con escopetas de caza y de tiro al blanco, sin posibilidades de triunfo. El desembarco del Granma fue "un naufragio", en palabras del propio Ernesto Guevara. Después del desastre de Alegría de Pío, Castro logró llegar a la Sierra Maestra porque el propio Fulgencio Batista contravino los planes del ejército de mantener un cerco entre las montañas y la costa, para lanzar a los expedicionarios al mar, y ordenó por el contrario que los empujaran hacia las montañas, para que "se murieran de hambre" en el monte.

Como genetista, Castro destruyó la ganadería de Cuba, país que contaba con una cabeza de ganado por habitante en 1959. Como ingeniero agrícola, destruyó los cultivos menores de los alrededores de La Habana para sembrar café caturra; despilfarró millones de dólares en la desecación de la Ciénaga de Zapata, para sembrar arroz en un pantano; paralizó la economía del país por casi dos años para lograr una zafra de poco más de ocho millones de toneladas de azúcar en 1970, la famosa Zafra de los 10 millones (cuando en 1952 el país había logrado una zafra de más de 7 millones de toneladas, en solamente 90 días, con cortadores de caña habituales).

Como guerrero internacionalista envió a la muerte al Che Guevara en Bolivia; dejó más de 10.000 cadáveres de cubanos enterrados en Angola; fracasó con las guerrillas en el Congo, en Argentina, en Venezuela, por solamente citar algunos ejemplos.

Como estratega político le apostó primero al "socialismo real" del siglo XX, para perder la partida al desmembrarse la Unión Soviética en 1991, y ahora le apuesta al "socialismo del siglo XXI", como si la persistencia en el error fuera una virtud y el pueblo cubano no tuviera que pagar sus consecuencias.

Todas las voces todas

Más allá de lo que digan ahora el Granma y la Fundación Guayasamín, la lista de los desatinos de Castro es interminable; el costo de oportunidad que ha tenido y tiene que pagar la nación por sus errores es exorbitante; el sufrimiento y el dolor infligidos a generaciones de cubanos no tienen precio. Es por eso que la imagen de "héroe supremo y conductor infalible" que nos muestran ahora en La Habana quedará desmentida algún día ante el mundo, cuando se puedan debatir sin miedo todas las biografías del comandante en jefe, y se puedan escuchar "todas las voces todas" de las víctimas de su revolución.