Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Chao y la censura

Los que se oponen a que la libertad sea ancha y ajena sólo defienden la suya.

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Ramón Chao es un periodista, escritor y músico gallego que lleva larguísimos años viviendo en París. Como su paisano, colega y cofrade Ignacio Ramonet. Ambos, Ramón & Ramonet, se dedican a componer hagiografías de Fidel Castro. No sé si las camisetas con la efigie del Che que se venden a orillas del Sena son hechas por ellos.

Ramón Chao es tan de izquierda, que su cosmovisión descansa sobre dos recios pilares: un odio hepático a Estados Unidos y una devoción cejijunta por la dictadura castrista. (Ambas joyas suelen compartir estuche). Y, de paso, también por Hamás, que, según él, no es una organización terrorista porque hace un año que no revienta a un judío.

Su hijo, Manu Chao, que heredó de su progenitor el gusto por la música y por los caciques zurdos, va a Cuba y Venezuela a echar canciones, pegar brincos y elogiar los respectivos cacicazgos de Castro y Hugo Chávez. Igual que Joaquín Sabina, quien además amenaza con comprar una tercerola para enfrentarse a los marines en la barra del Floridita.

Hablo de Ramón Chao porque es un paradigma de esa izquierda relapsa y casposa, viuda del Muro de Berlín, que en el actual milenio intenta sobreponerse a su naufragio.

Chao ha escrito un artículo sobre la censura en el que hace balance de todas las veces que la padeció en los medios europeos donde ha derramado sus luces libertarias. En la primera parte de su artículo parece defender la libertad de opinión, pero al final descubrimos que sólo defiende la suya propia. Es lo que hacen siempre los que tienen una mala opinión de la libertad. Los que se oponen a que la libertad sea ancha y ajena.

Un ejercicio de cinismo

Resulta que Ramón Chao se queja de que lo echaron inicuamente de La Voz de Galicia, periódico español en el que tenía una columna, pero celebra que El Nuevo Herald les haya hecho lo mismo a periodistas cubanos del exilio, a quienes acusa, para justificar su júbilo cainita, de haberse vendido al gobierno norteamericano. Estos periodistas, que ya fueron reacogidos en el Herald por presión de los lectores y porque son profesionales serios, se limitaron a cobrar trabajos eventuales realizados para Radio y TV Martí, medios con los que comparten una misma posición respecto a Cuba. Dudo que Chao trabajara gratis para las numerosas empresas capitalistas por las que ha pasado, y sospecho que los lectores de La Voz de Galicia no se han tomado la molestia de protestar por su despido.

Reclamar libertad de prensa en países democráticos al mismo tiempo que, desde diarios y radioemisoras de estos países, se rinde culto a una dictadura que la suprimió hace más de cuarenta años es un impresionante ejercicio de cinismo. Un ejercicio en el que no son pocos los intelectuales, entre los cuales los hay muy publicados y hasta eminentes, que acompañan a Ramón Chao.

Si a usted, en una democracia, le cortan el acceso a una publicación, halla otras en las que puede exteriorizar sus ideas. O tiene la posibilidad de crear su propia publicación. Pero si, en un régimen totalitario como el de Cuba, usted no está de acuerdo con los puntos de vista del Único Dueño, no encontrará donde exponer públicamente su discrepancia. Y si de alguna manera clandestina usted se salta la censura, lo normal es que termine recitando su discurso a las paredes de una celda.

Cualquiera de los periodistas encarcelados en Cuba por no comulgar con el gobierno podría darle una disertación sobre este tema a Ramón Chao. Aunque sospecho que sería perder el tiempo.