Actualizado: 27/03/2024 22:30
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El delito es la censura

¿Debe la Unión Europea penalizar la negación del Holocausto?

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El 27 de enero, Día de la Memoria del Holocausto, se cumplió el aniversario 61 de la liberación de los prisioneros de Auschwitz-Birkenau, el único campo nazi de exterminio de donde los hitlerianos huyeron sin tiempo para desmantelar las cámaras de gas, que permanecen allí, a la vista de quienes visiten aquel tétrico recinto.

Mientras la judeofobia inventa un "genocidio palestino" que atribuye a Israel, y el neofascismo (el occidental y el islámico) persiste en la aberración negacionista, una parte considerable del mundo, sobre todo la que los sufrió directamente, rememora los horrores de la Shoá. Y hace bien: si queremos que la historia no se repita, lo primero es no olvidarla. Y lo segundo es no permitir que la desfiguren.

En diez países de Europa, entre ellos España y la propia Alemania, está penalizada la negación del Holocausto. La canciller Ángela Merkel, aprovechando la actual presidencia alemana de la Unión Europea, se propone que el resto de las naciones comunitarias también la incluyan como delito en su legislación.

En rigor, negar el Holocausto, ampliamente historiado y del cual todavía hay sobrevivientes de un bando y otro que dan fe del genocidio, responde a la voluntad de reescribir la historia a gusto del antisemitismo neonazi. Este desvarío revisionista es más preocupante ahora, cuando el presidente iraní Ahmadineyad se sirve del negacionismo para deslegitimar el Estado de Israel, al que amenaza con borrarlo del mapa mientras Irán multiplica los esfuerzos para dotarse de poderío nuclear.

Que se ocupen los historiadores

Sin embargo, me uno a quienes rechazan acudir a los tribunales de justicia para combatir el negacionismo. En el terreno de las ideas no es útil reemplazar los argumentos por la coacción, el debate por la censura.

En este terreno, las batallas hay que librarlas abiertamente en los centros de estudio y en los medios de comunicación y no en los juzgados, porque en los juzgados debemos acatar una ley, un concepto oficial preestablecido, o sea, una "verdad de Estado que amenaza con deslegitimar la propia verdad histórica", como acertadamente señalan los numerosos historiadores italianos que se oponen a que el gobierno de Romano Prodi convierta en delito el negacionismo.

Por otra parte —esto también lo señalan los historiadores italianos—, no hay que darles la oportunidad de erigirse "en paladines de la libertad de expresión" a quienes hacen tan reprobable uso de ella falseando el Holocausto.

Las democracias no deben utilizar la fuerza de la ley para acotar el espacio de las ideas y las confrontaciones culturales. Esto tiene el feo nombre de censura y, además de ser impropio de un régimen de libertades, produce efectos contrarios a los esperados: si usted quiere que algo se divulgue, prohíbalo. En este aspecto es ejemplar el famoso caso de Versos satánicos, que, gracias a la condena que por ella dictó Jomeini contra Salman Rushdie, es la novela más publicada y leída de este autor.

En el seno de una democracia, la penalizada debería ser la censura y no la negación del Holocausto. De la censura deberían ocuparse los jueces, y que del negacionismo se ocupen los historiadores.