Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Gramsci y Mussolini en Miraflores

Golpismo, autocracia, caudillismo: El caldo que se cuece en Caracas está más cerca del fascismo que del comunismo.

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Traer al comunista Antonio Gramsci (Ales, Cerdeña, 1891-Roma, 1937) a la turbia disputa que sacude a la sociedad venezolana no revela particular sagacidad. Especialmente en vista del propósito: si existe alguna figura ajena al estilo, la acción y los verdaderos objetivos del teniente coronel, ésa es la de Gramsci. Invocarlo para legitimar el cierre de RCTV (Radio Caracas Televisión), un dislate. Si es cierto que para Gramsci no hay revolución posible sin un cambio radical en las ideas y creencias dominantes, sustancia medular de la "hegemonía", creer que dicho cambio debe llevarse a cabo con la brutalidad cuartelera de persecuciones, cierres, robos y asaltos a mano armada, propios del fascismo mussoliniano, significa no haber entendido absolutamente nada.

Está claro que para Gramsci la revolución sólo es posible si se transforma el universo de las ideas y creencias y se conquista el corazón de la sociedad civil: pero ese cambio y esa conquista no se pueden lograr a mandarriazos. Para Gramsci, la revolución es el producto de la verdad histórica, del convencimiento intelectual de las masas y de la supremacía espiritual de los intelectuales orgánicos de la clase revolucionaria, no de la cuartelera brutalidad exhibida el 27 de mayo. ¿Dónde está la clase revolucionaria venezolana, en el ejército bolivariano? ¿Dónde sus intelectuales orgánicos? ¿En los generales Müller Rojas y Jacinto Pérez Arcay?

De allí que el asesor italiano —¿Antonio Negri?— que ha puesto las ideas del sardo en el escritorio de Miraflores no tenga la menor idea del caldo que se cuece en Venezuela: golpismo puro, militarismo puro, autocracia pura, caudillismo puro. Ingredientes muchísimo más cercanos al pensamiento, las ideas y el quehacer de Benito Mussolini que de Antonio Gramsci. Así el castrismo provea del know how represivo y el marxismo-leninismo la médula totalitaria para la torta bolivariana. ¿Gramsci legitimando el cierre de medios y la persecución a artistas, intelectuales y estudiantes que sacude a la sociedad venezolana? Puro non sens.

Crías de la misma fiera

En cuanto al marxismo gramsciano, nunca está de más aclarar algunas cosas. Porque tampoco es que Gramsci sea la versión angelical, rosada, del golpismo bolchevique. Gramsci fue marxista de la misma manera que Lenin: acuciado por sus propias determinaciones. Apenas realizado el asalto al Palacio de Invierno y la violenta toma del poder por los bolcheviques en octubre de 1917, un acto de consecuencias universales apenas entrevisto por sus contemporáneos, Antonio Gramsci, joven líder de los socialistas revolucionarios turineses, publicó el 5 de enero de 1918 en Il Grido del Popolo su artículo La revolución contra "el capital".

Ya hacía referencia en él a un hecho determinante de su propio quehacer intelectual: la revolución rusa había tenido lugar a contracorriente de los pronósticos marxistas. Lo que le importaba un rábano. La revolución podía y debía cumplirse sin importar las enseñanzas marxianas: el problema crucial era tomar el poder —si se podía— y echar a andar la transformación revolucionaria de la sociedad. En cualquier tiempo y lugar. Todo lo demás podía quedar relegado a los manuales. Absolutamente inútiles, como los de la profesora Marta Harnecker.

Va incluso más lejos y se atreve a adelantar una crítica a Marx, sin duda injusta. Refiriéndose a Lenin y los bolcheviques, escribe que "viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas". Confunde, sin duda, su propia formación marxista, filtrada por Benedetto Croce y Antonio Labriola, con la de Marx, que no tiene absolutamente nada que ver con la tradición filosófica italiana. Y confunde el aporte de Engels, sin duda positivo y naturalista, con la sustancia historicista y crítica del propio Marx. Agregándole de su apasionada cosecha mediterránea un ingrediente inexistente en el pensador germano: "la voluntad social, colectiva… plasmadora de la realidad objetiva… canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee".

Huele antes a Schopenhauer, incluso a Wilfredo Pareto, que a Marx. A fascismo antes que a socialismo. A Carl Schmitt. No es casual: por esas mismas fechas, Benito Mussolini acababa de romper con el mismo partido socialista en el que militaba Gramsci y en el que había logrado escalar hasta los más altos sitiales, abandonando la dirección de su revista Avanti y aprontándose a fundar los primeros Fasci italiani di combattimento, antecedente directo del fascismo italiano. Eran crías de la misma fiera.

Si Gramsci se distancia del putchismo bolchevique no es por razones morales. Es por elemental cálculo político. En la Europa industrializada, con sociedades civiles complejas y articuladas, para hacer la revolución socialista no basta con dar un golpe de Estado, como en Rusia. O como en Venezuela —valgan las diferencias. Hay que conquistar la sociedad civil. Asunto infinitamente más arduo, difícil y complejo, que asaltar el Palacio de Invierno con una tropa de desesperados. O ganar elecciones montados en parafernalias electrónicas y fraudulentas.

Del estudio de la naturaleza de la sociedad rusa, que conocerá personalmente cuando viva en la Unión Soviética como delegado del PCI en la III Internacional, se desprenderá su genial intuición que desarrollará luego en sus Cuaderni del Carcere. Y de la aplicación de las categorías claves de Estado, Sociedad Civil y Familia con que Hegel desarrolla su anatomía del Estado y del derecho en la sociedad burguesa.

Se trata de su profunda y genial comprensión de la naturaleza de los sistemas de dominación en tanto ecuación hegemónica: consenso (ideas y creencias dominantes) blindado de coerción (represión estatal). O Estado + sociedad civil. Ecuación dominante que recibirá el nombre de hegemonía y que tendrá muy importantes efectos en su proyecto estratégico y táctico. Hasta venir a dar cincuenta años después en el eurocomunismo, la postrera y frustrada ilusión del marxismo europeo antes del naufragio final.


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