Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La máquina de aplausos

Sobre 'Sicko', el más reciente avatar del cineasta estadounidense Michael Moore.

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Sicko, un melodrama socialista de dos horas de duración, nos presenta el más reciente avatar de Michael Moore. Recordemos al lumpen chambón de Roger and Me, salido de las cloacas de Michigan —otra de las ratas que saltaron de la encallada industria automovilística— y veremos al resentido, al marginado por la fuerza centrífuga de la nueva economía norteamericana.

En cueros y con las manos en los bolsillos, la prole de la General Motors ingresó en masa a la academia de arte. Este evento crearía, a su vez, un excedente de artistas, de críticos, dedicados al escrutinio y desmontaje de la realidad, que —en la era de YouTube ha llegado a producir más imágenes que carros, y más comentarios que certidumbres. La industria de la contracultura puesta en marcha por los hijos de la última recesión amenaza hoy con fiscalizar la totalidad del universo.

Mientras tanto, en Hollywood —un lugar donde, según dice el bolero, "no se puede tener conciencia y corazón"—, los hermanitos Harvey & Bob Weinstein, viendo una botija de oro debajo de la bola de sebo, pusieron sus millones en función de la cirugía extrema del extremista: el nuevo Moore —aún gordito pero bien rasurado, provisto de gafas de marca y empaquetado en chaqueta de Itzhak Mizrahi— podría pasar por el tercer Weinstein.

El corte del traje, el paño y la gomina buscan acercarlo al votante promedio —alguien más preocupado por el estilo que por la sustancia— en los precisos momentos en que éste pondera dónde pondrá su huevo de oro. La película de Moore no pide disculpas por querer llevarlo de las narices hasta los pies de Santa Hilaria de Arkansas, gloriosa estilista, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos.

Los recientes sondeos arrojan datos concluyentes —y no muy halagadores para la candidata demócrata. En lo tocante al "carisma" y la "atracción personal", la encuesta de la CNN en New Hampshire sitúa a Clinton en tercer lugar (a la saga de Obama y de Edwards). Y es que el "factor entusiasmo" se impone también en la arena electoral: con cada aparición, con cada mueca, con cada gesto patiseco, la admiración del público decrece. Lamentablemente, el elemento clave en la industria del entretenimiento no ha podido ser sintetizado aún por los hermanitos Weinstein.

El perfecto vehículo

Michael Moore es lo más cercano al entusiasmo sintético que han alcanzado los laboratorios de la izquierda: sus películas nunca fallan en arrancar aplausos, carcajadas y hasta gemidos satisfechos en las gradas repletas. El hijo y nieto de operarios de las plantas de ensamblajes de la General Motors ha inventado por fin el perfecto vehículo: llámese galvanizador de las masas, generador de aplausos o agitador universal.

Tan universal es su efecto, que, a mitad de película, el diabólico aparato se vuelve loco y arrastra tras sí a la chusma cinéfila, que entonces aplaude —y aplaude a rabiar— nada menos que ¡la efigie de Fidel Castro! Michael explica que la CIA nos hizo ver el coco en este hombre admirable: ¡Fidel es Satanás! Nada más falso: los bomberos asmáticos que acompañan a Moore en su viaje sentimental son admitidos sin dilaciones en el hospital Hermanos Amejeiras. La atención es perfecta. Michael observa admirado cómo un ama de casa con bronquitis crónica recibe una generosa dosis de aerosoles. Las enfermeras sonríen, y entonan "Yo tengo más en mi casa". Los doctores juran por Esculapio que la comitiva de gringos matungos recibirá la misma atención que recibe cualquier cubano. Ni más ni menos.


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