Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Los Buicks feroces

Los tan manidos conceptos de 'derecha' e 'izquierda' apenas definen nuestra incapacidad para crear una democracia duradera.

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Constato la recurrencia de esta fea costumbre, que creía superada: más de un artículo de fondo (y más de un bloguero superficial) cae, últimamente, en el vacío de llamar "derechista" a un sector histórico del exilio cubano. La paradoja es tan obvia que, a menudo, la pasamos por alto.

Considero inexacto, sino francamente absurdo, llamar "derechista" a un grupo de exiliados que se enfrentó con las armas a dos dictaduras, que vivió una vida revolucionaria, que combatió en múltiples frentes internacionales contra la instauración del unipartidismo de corte nacionalista y socialista (sólo haría falta añadir el guión entre esos dos términos para definir el castrismo). Es absurdo llamar "derechista" a Posada Carriles si se conoce su historial revolucionario; si se releen las páginas de El furor y el delirio, de Jorge Masetti (Tusquets, 1999), y se comparan las actividades fascistoides que, por la misma época, realizaban los hermanos Tony y Patricio de la Guardia.

Por el contrario, el exilio histórico padece de la enfermedad infantil del izquierdismo. El extremismo político se asume siempre desde la izquierda; la derecha procede por reacción, y desde ese punto de vista es justo llamarla "reaccionaria", puesto que reacciona a los ataques de las fuerzas de la izquierda contra "lo establecido" (esta dialéctica se observa claramente en la historia de la Segunda República española). Pero los viejos revolucionarios cubanos pelearon (siempre desde la izquierda) para poner fin a un statu quo creado por otro revolucionario izquierdista (Fulgencio Batista, el antifranquista y el filocomunista), y creyeron honestamente que con el fin de la lucha antibatistiana comenzaría una nueva era democrática.

Desconocían que el ataque frontal a las instituciones republicanas —que habían financiado espléndidamente y en el que habían tomado una parte activa— se convertiría en práctica permanente, en una guerra prolongada contra la misma sociedad civil. El movimiento histórico del exilio cubano va de la izquierda a la izquierda, y no toca la "derecha" en ningún punto. No hay cabida aquí para llamar "derechistas" a los más antiguos y a los más consagrados luchadores por la democracia.

Las Madres de la Plaza de Mayo son unas vulgares reaccionarias cuando se las compara con Polita Grau. Y especialmente "derechistas" me parecen las últimas declaraciones de Aleida Guevara al diario La Vanguardia, a propósito de la clausura de una emisora de radio en Venezuela, o la tácita aceptación del delfinato por parte de Mariela y Fidelito Castro.

Sin embargo, la prensa internacional insiste en poner la etiqueta "pro derechista" a Martha Beatriz Roque, esa temeraria defensora del "bloqueo". Hay que empezar, nada menos, que por la trasvaloración de todos los valores si queremos categorizar correctamente los problemas de la disidencia y del exilio histórico.

Pido disculpas por poner un ejemplo —para ilustrar el caso— sacado del mundo de la cinematografía: en una escena de Cremaster, el ciclo fílmico de Matthew Barney, aparecen cuatro Buicks Riviera dispuestos en círculo en una estancia de mármol (parecida a un salón del Capitolio: se trata, en realidad, del lobby del Chrysler Building), que arremeten de marcha atrás, metódica y alevosamente, contra un fotingo de la época republicana. Durante el transcurso de la película, los feroces Buicks —siempre en reversa— apachurran tan completamente el carro antiguo, que, en la toma final, sólo queda un trozo de lata irreconocible.

La perturbadora escena describe perfectamente el carácter —y los efectos— de la crítica revolucionaria al pasado republicano: no queda nada de donde agarrarnos para llegar a conocer ese pasado, y los mismos atacantes están tan averiados que resulta difícil hacerse una idea correcta de su "modernismo".

Pero la Revolución fue el producto más refinado de nuestro capitalismo. La empresa más exitosa de nuestros vendedores, de nuestros empresarios, de nuestros viajantes, de nuestra burguesía progresista. Al exilio temprano de aquellos abanderados debemos el milagro económico que permite hoy a los nuevos, a los apolíticos, llegar al destierro dándose aires. Si tuvieran que limpiar excusados, si les faltaran las glamurosas cámaras de televisión, o las páginas web, otro gallo cantaría. En todo caso, los tan manidos (y trocados) conceptos de "derecha" e "izquierda" apenas alcanzan a definir nuestra incapacidad para crear una democracia duradera.