Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Otra transición necesaria

El reto de los exiliados de cara al futuro cambio democrático: convertirse de grupos afectivos en grupos políticos.

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Se considera los cambios como la más dinámica de las necesidades, por esa razón humana que permite al hombre moverse constantemente en un amplio espacio físico de oportunidades y controversias. Siempre cambiamos algo. La vida es una trayectoria con altas y bajas porque, al depender de las características de cada individuo y las circunstancias, las movidas obligan al ajuste y la adecuación más acertada para alcanzar lo que se requiere. No por ello los resultados se corresponden obligatoriamente con esos deseos.

Lo importante es cuando se tiene conciencia del valor del cambio y la implicación del mismo en la persona, los grupos y la sociedad en su conjunto. La inteligencia estratégica permite evaluar con seriedad cuál es el mejor momento para actuar con eficacia, con vista a modificar algo. Sobre todo cuando lo que se desea cambiar representa el mal o la perversidad.

Aquí la razón indica que los cambios deben constituirse en un instrumento racional, porque se impone voluntariamente un acto de conciencia que debe reflejar la voluntad de cambiar algo por el bien común, lo cual implica una acción volitiva para alcanzar la verdad.

Salir del encofrado

Recientemente, en una conversación con un amigo, en Berlín, coincidíamos en las transiciones que son ineludibles en diferentes grupos oposicionistas en el exilio cubano. Esa transición podría gravitar en la necesidad de que los opositores al régimen en el exterior accedan a transitar del encofrado donde han funcionado por años como grupos afectivos, a un nuevo esquema donde se constituyan en grupos políticos.

Muy pocas organizaciones funcionan como instituciones políticas y el discurso que articulan es afectivo, lo cual no es incorrecto. Pero si fuera político, ordenaría una concepción estratégica donde los actores de estos grupos podrían alcanzar mejor proyección para esclarecer el lugar desde donde actuar. Indico que falta una movilización en nuestra conciencia para diseñar una estrategia inteligente que permita hacer política con mayor seriedad. Eso implica la creación de una base social amplia, capaz de adherirse al diseño en cuestión.

En segundo lugar, sería conveniente la discusión política desde las posiciones ideológicas donde se ubiquen los actores de la política, lo cual implicaría que los esquemas ideológicos podrían representarse con inmediatez. Muy pocas veces hablamos de conservadurismo, democracia cristiana, socialdemocracia o liberalismo. Por encima de esas concepciones políticas aparecen nombres de personas que dicen representar un grupo y no un proyecto político.

Jorge Mas Canosa alcanza su mérito cuando decide unir a sus mejores amigos y colaboradores en torno a una entidad que se define como una organización sin fines de lucro, y no política. Esta actuación recuerda lo que Vaclav Havel acierta a destacar en su libro El poder de los sin poder, al afirmar que en una sociedad totalitaria las relaciones afectivas entre las personas son arma de lucha contra el régimen.

Claro, los afectos son importantes y pueden serlo más cuando tienden a posesionarse del campo político donde funcionan las personas que deciden unirse con un determinado propósito.

Trato de indicar que la transición de grupos afectivos a grupos políticos, en el exilio cubano, subraya una necesidad histórica, donde el pragmatismo debería ser determinante en cuestiones cardinales de la vida económica, política y social en Cuba. Sobre todo a la hora de delinear los esquemas de operatividad dentro de la dinámica que imponen los procesos de cambio, para efectuar, junto a los actores internos, la transición hacia la democracia.

'¿Qué ofrecemos?'

El camino puede ser preparar a los actores para implementar un proyecto de gobierno donde los cubanos, de aquí y de allá, podamos definir cuál será el más conveniente de los programas políticos. Esto implica, a la vez, la creación de superestructuras o instituciones políticas que superen la tendencia al subjetivismo por parte de ciertos actores que entienden el protagonismo como una necesidad, sin advertir cuánto este aspecto ha dañado la lucha por la democracia en Cuba.

Es una preocupación justa, en un momento preciso, porque deberíamos enviar un mensaje claro de lo que queremos para Cuba después de Castro. Todos coincidimos en la necesidad de alcanzar la democracia y la libertad de la Isla, pero pocos decimos cómo conducirnos a través de proyectos políticos una vez que desaparezca la dictadura.

De la misma manera, poco se hace para consensuar una estrategia común, como la que han logrado los oposicionistas internos en su declaración Unidad para la Libertad, que esclarece las posiciones y diferencias de cada agrupación sin convertirlas en obstáculos para una convivencia política en la diversidad. Podría ser un buen instante para una discusión interesante, el hecho de saber de antemano qué ofrecen al pueblo las diferentes corrientes de pensamiento en el exilio.

Recuerdo que un grupo afectivo en la Isla intentó aumentar su base social. El fracaso fue descomunal, porque la organización en cuestión, que necesitaba aumentar su membresía, tenía como parte de su nombre la palabra socialista. Este ejemplo bien puede servir para indicar la importancia que tienen los grupos políticos cuando son capaces de definir su posición ideológica y el programa de gobierno que presentan.