Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Por un puñado de castros

Los sobrinos del dictador están hechos. Son y serán fabulosamente ricos, aun cuando pierdan las plantas y los empleados.

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Pregunta: ¿qué megaevento comercial anunciará el fin del embargo? Respuesta: que Fidel Castro autorice poner su nombre a una línea de monos para millonarios convalecientes: Castro-Adidas, Castridas, Cadidas, Caídas (menos recomendable), Adicastr… La compañía alemana de productos deportivos debe tener en estos momentos, en alguna república bananera, un enorme sweat shop en estado de alerta, listo para comenzar la producción a gran escala. Y en el instante en que el primero de los chándales llegue a los escaparates de Burdines y El Corte Inglés, habrá terminado oficialmente el "bloqueo".

Hablo, por supuesto, del bloqueo mental que impide a la agencia Castro & Sobrinos sacarle el kilo a una de las marcas registradas de productos sicko-socio-políticos más populares del mundo. ("Para el jubilado de buen gusto, para el rebelde maduro, un elegante fetiche de lycra y crepé de china").

Y, ¿por qué no? Si Silvio Rodríguez lanzó el sello disquero Ojalá; si Pichi y Robertico Robaina han entrado al mercado de bienes culturales con una fuerte apuesta transvanguardista; si ya Zayda del Río ha inaugurado el cursillo "Floras y güijes en seis lecciones fáciles" para las esposas de los delegados al Poder Popular… Es obvio que el capitalismo primitivo regresa a Cuba por cansancio, de la mano de un abolengo que confiere, a los nombres más comunes, estatus de valor-signo.

Tampoco es que el nombre de Castro estuviera totalmente exento de tal valor: en Nueva York, una tienda de sofá-camas convertibles, y en San Francisco, un distrito gay, han recaudado millones a cuenta del sonoro apelativo. Podría argüirse —con los derechistas del exilio— que otra colección, tal vez de batas de casa o de trajes de noche, debería llevar el nombre de Manto Negro, o de Confecciones Betty Roque —por pura equitatividad, precisamente porque la disidencia ha fracasado en "hacerse de un nombre", en insertarse en las estructuras de significado mercantil.

Mientras los opositores sufren de aguda atrofia apelativa por falta de un spin doctor, nuestros politólogos todavía manejan las inocentes nociones de una crítica premercantilista. (Dicho en la jerga de la industria: la disidencia ha fracasado en producir consumidores).

Doblones castristas

Pero, volviendo a los convertibles: el arbitrario gravamen del 20% a la moneda extranjera no sólo hace del CUC (Cuban Convertible Currency) la divisa más fuerte del mercado global, sino que lo erige, indirectamente, en una especie de diezmo doblado. Podríamos considerar, entonces, los "chavitos", como doblones castristas, o peluconas de una puertorriqueñización fiduciaria. (Visualicemos a Rico McCastro zambulléndose en una piscina llena de ellos, mientras sus sobrinos flotan en salvavidas estampados con las caras de los Cinco Héroes del Imperio).

He aquí otra manera de determinar el fin del bloqueo: que los sobrinos decidan llamar "castros convertibles" a los CUC: "¡Cincuenta castros por un Cadidas!"; "¡A ochenta castros el dólar!". El valor de la nueva moneda castrista (que ostentaría el noble perfil del Tío: "La imagen del rey, por ley, lleva el papel del Estado…"), y el tenor de las relaciones de consanguinidad que la pusieron en circulación, se corresponderían, por fin, en el mundo real.

Rosemary J. Coombe cuenta, en The Cultural Life of Intellectual Properties, esta anécdota deliciosa, y probablemente apócrifa, que iluminará para los cubanos el meollo del asunto: un directivo de la Coca-Cola recorre el mundo visitando plantas embotelladoras sólo para asegurarse de que "el tamaño y las proporciones" del famoso logo permanecen inalterados a nivel de base.

"En un mitin con los empleados de varias unidades embotelladoras", refiere Coombe, "el directivo afirmó que la compañía podía darse el lujo de perder todas sus plantas y todos sus empleados, incluso perder el acceso a las fuentes de materia prima, perder todo el capital y la clientela, pero que, mientras le quedara esto (y una luz cenital cayó sobre un mural con la famosa palabra roja y blanca escrita en letra corrida), aún sería posible entrar en cualquier banco y solicitar los créditos necesarios para reemplazar la infraestructura global de la compañía".

Moraleja: los sobrinos de Castro están hechos. Son y serán fabulosamente ricos, aun cuando pierdan todas las plantas y todos los empleados; incluso si llegaran a perder esa megafortuna que la revista Forbes adjudica insistentemente a Onkel Castro.

Batista se largó con las maletas cargadas de fulas, pero Mariela sólo necesita la tarjeta de crédito de su apelativo comercial. En virtud de la fuerza mercantil de un apellido, la prole de Castro —como la prole de Hilton— ha asumido un poder real, y cada vez más visible a nivel espectacular, que nadie le otorgó. "A través de los medios masivos, el signo reemplaza a la mercancía en su capacidad de asiento del fetichismo", concluye Rosemary Coombe. "El foco del fetichismo se traslada entonces desde la mercancía a los signos-valor que las estructuras mercantiles de significado han invertido en ella".

La convalecencia del Líder podría no ser más que un hábil estudio de mercadeo. Si así fuese, los jóvenes directivos —"después de recorrer el globo para asegurarse de que el tamaño y las proporciones del famoso nombre permanecen inalterados"— ya estarían listos para comenzar la producción a gran escala.